"El pacto social justo, escamoteado"

Entre “el talante” y “la sensatez”, un pésimo reparto de sacrificios sociales

"Sin trabajo decente, la libertad humana es estética filosófica"

Entre “el talante” y “la sensatez”, un pésimo reparto de sacrificios sociales
Trabajo digno

Mientras zozobra el barco y delegamos en Cáritas los primeros auxilios, siempre nos queda Dios. Pero, ¿es todo lo que podemos aportar?

(José Ignacio Calleja).- A estas alturas del revolcón que viven los pueblos de Europa, parece casi estúpido pretender alguna novedad en la ponderación de la crisis económica que nos abruma. Si insisto en ello es por lo mal que lo están pasando tantos, casi siempre, con tan escasa culpa propia. Defiendo, desde el principio, que nos encontramos más ante un problema de distribución que de percepción. Sabemos qué nos pasa y por qué, pero no nos ponemos de acuerdo en cómo resolverlo.

Y es que las formas son varias y el choque de intereses, brutal. La idea tan extendida de que no sabemos qué nos sucede, está superada; prima ya la cuestión política del reparto de esfuerzos y de cómo se escapan quienes más pueden y tienen. Usted me dirá que quiénes son éstos, y tiene razón; le dejo que lo concrete partiendo de estas claves: acumulación de capital sin cuento, capacidad para evitar al fisco, poder para determinar al Estado democrático y construcción de una ideología de lo inevitable y el miedo.

Puede sorprender esta manera de arrancar el comentario que les propongo. A diario, y en la prensa, parece como si los grupos sociales más poderosos carecieran de intereses particularistas en una crisis general y buscaran desazonados el bien común. Cada uno a su modo; de una manera más material o moral, pero todos tras el bien común. Digo que «parecería», porque es así, sólo lo parece.

La diferencia prioritaria entre las posiciones sociales sobre lo que nos pasa, y en cómo lo resolveremos, tiene más que ver con los intereses materiales en conflicto y con el reparto de sacrificios en términos muy tangibles, ¡por no decir contables!, que con cualquier otro factor técnico y económico ignoto o insuperable. Creo en el peso histórico de la cultura y los valores del espíritu, pero, hoy y aquí, apuesto por la observación de que el dinero y su propiedad es el factor que define el patriotismo de las clases más pudientes.

Denuncio, por ello, que hay un uso falaz del concepto bien común. Sanarlo exige voluntad de realizar lo básico de unos derechos humanos incuestionables. Contar con unas oportunidades mínimas de vida digna para cada ciudadano, ¡en correspondencia al esfuerzo debido!, y verificarlas en un trabajo decente, no es sino dar nombre a la libertad humana. Hoy la libertad humana más radical y el destino universal de los bienes creados tienen una traducción irrenunciable: un trabajo decente o una ocupación socialmente útil de que vivir. Sin trabajo decente, la libertad humana es estética filosófica, y la condición cívica común, una larga sombra.

Luego, en mi opinión, al fondo de una vistosa lucha por las ideologías y las opciones políticas partidistas, prima la falta de pacto justo por una vida digna para tantos en cuanto a un trabajo decente. Y si la clave ética de nuestra mirada social cristiana (y civil) son las carencias inmerecidas de los más débiles, es la hora de reconocer cuán lejos de esta mirada justa deciden «los poderosos» de Europa y España componer su bien común. He citado algún factor que los hace especialmente poderosos. Los repito: la acumulación de capital sin cuento, la capacidad para evitar al fisco, el poder para «determinar» al Estado democrático y la construcción de una ideología del miedo y la resignación.

En consecuencia, y en aras de «su» eficacia, tenemos que dar por buena y justa una gobernanza economicista y abusiva, y pensarla sensatamente como justa y necesaria. Hemos pasado del «talante» a la «sensatez», pero el pacto social justo va a ser escamoteado en los dos caminos.

Por el reconocimiento de una injusticia de base en la propiedad sin cuento, en el trabajo y en las oportunidades de vida, comienza la quiebra moral de nuestras sociedades de «derecho».

Y el Episcopado español a lo suyo, a la crisis espiritual del ser humano como explicación de todos los males y comienzo de todas las soluciones. Sí, claro, es verdad, mientras zozobra el barco y delegamos en Cáritas los primeros auxilios, siempre nos queda Dios. Pero, ¿es todo lo que podemos aportar? Demasiado tarde.

 

 

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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