Y allí que nos quedamos, mi padre junto a aquel hombre, hablándole y tranquilizándole, y yo a metro y medio, entre enfadado y ruborizado
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(J. Bastante).- Tenía trece años, y regresaba con mi padre de la Vigilia Pascual. Cristo había resucitado, y todos estábamos alegres hasta el infinito. Volvíamos hacia casa y, en el callejón anterior, vimos a un tipo tirado en la calle, sin moverse.
Con toda la pinta de haberse pillado una buena kurda hacía poco. Mi padre se paró junto a él, e iba a agacharse para preguntarle qué le ocurría. Nuestro barrio en Getafe era ciertamente peligroso a determinadas horas, así que agarré del brazo a mi padre y le dije que nos fuéramos, que la familia nos esperaba en casa, que teníamos que celebrar la Resurrección.
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