En Cuna, ante el gran ojo mediático, el Papa puede lucirse y salir reforzado o hundir todavía más su imagen pública
(José Manuel Vidal).- Hoy concluye la primera etapa del viaje del Papa. Y su estancia en México ha pasado sin pena ni gloria. O con cierta gloria y mucha pena. La gloria de la acogida de los mexicanos del Estado cristero por excelencia, que lo vitorearon, le cantaron y lo proclamaron como ‘Benedicto, hermano, ya eres mexicano’. Y la gloria de una misa multitudinaria (unos medios dicen que 300.000 y otros, 600.000 personas), aunque menos, porque esas cifras en un país como México tampoco son extraordinarias, aún siendo importantes. Se esperaba más. Incluso más gente. Pero Benedicto XVI tuvo que cargar con la sombra alargada de Maciel. Una sombra que el Vaticano no supo gestionar in situ.
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