Dios tiene muy buen humor y se ha hecho sonrisa en Jesús para la humanidad
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(José Manuel Vidal).- Acaba de «regresar» de un camino que a punto estuvo de acabar con su vida. Alejandro Fernández Barrajón, mercedario, poeta, ex presidente de Confer, recoge en «Noche oscura, resplandor y estrellas» (Paulinas) el proceso de su enfermedad, y un canto a la esperanza y a la superación y el agradecimiento por la vida. «Sólo el amor merece la pena«, afirma. «Es la única economía que no acaba en recesión«.
¿Su libro ‘Noche oscura, resplandor y estrellas’ es un testimonio de vida y un canto de agradecimiento?
Estoy convencido, como digo en el librito, que la experiencia es capaz de la mayor empatía. En este sentido, el libro es un testimonio porque recoge llanamente lo que yo he vivido y sufrido en mi enfermedad. Es también, en verdad, un canto de agradecimiento muy sentido porque sin la ayuda y cercanía de tantos como me han ayudado y acompañado, probablemente ya estaría yo «habitando en el silencio».
En su caso el «he vuelto a vivir» ha sido real.
Real como la vida misma, y nunca mejor dicho. Incluso los doctores que me han intervenido me han comentado, en más de una ocasión, que temieron seriamente por mi vida.
¿Cómo se viven esos momentos de incertidumbre de estar mal y no saber el diagnóstico?
No se viven, se soportan. Mi calidad de vida previamente a las operaciones era muy precaria. Me caía fácilmente, no controlaba mis esfínteres, no podía pensar, rezar ni escribir; hasta tal punto que uno de los médicos me encontró tan bajo de ánimo y tan deteriorado en mis expectativas que me diagnosticó un síndrome depresivo. ¡A mí que he sido siempre un hiperactivo y un entusiasta redomado!
¿Cuándo se quejó al Señor y le preguntó por qué permitía algo así en usted, en su salud y en su vida?
Para mí, que he vivido siempre arropado por la fe y que nunca, desde muy niño, he conseguido vivir al margen de Dios, acudir a Él para pedirle una explicación o al menos un consuelo era lo natural. Siempre he estado cerca de Dios, y Él de mí, cuando las cosas en la vida se me han complicado, incluso cuando me he rehogado en el pecado y he querido recorrer veredas y escalar promontorios sin él o al margen de Él. También en esas circunstancias, o tal vez, sobre todo en ellas, me he agarrado a Dios como mi tabla de salvación en el naufragio seguro. Esta vez, que he sentido «las aguas espumantes llegándome hasta el cuello» no podía ser de otra manera. Desde el primer instante de mis dolencias acudí a Dios y mi oración se volvió lamento.
¿Hay explicación posible al sufrimiento y al dolor inocente?
No hay una explicación humana; al menos yo no la he encontrado hasta ahora ni en mí, si en los muchísimos casos de personas con los que me encuentro cada día. Hace unos días me preguntaba en la confesión una abuela por qué Dios se había llevado a su hija dejando dos hijos pequeños. Y no supe qué responderle. Sólo la acaricié y le dije: sigue confiando en Dios. Deja que Él haga en ti su obra aunque no entiendas mucho, tampoco Jesús entendió que tuviera que aceptar su muerte como exigencia del Padre. A partir de ahora -le dije- tu misión es ser sencillamente abuela, la mejor abuela del mundo. Evidentemente esta mujer seguía sin entender nada pero al menos logró esbozar una sonrisa de agradecimiento entre sus lágrimas cuando yo le mostré mi afecto con una caricia.
¿En la frontera entre la vida y la muerte, la fe aumenta por simple necesidad (agarrarse a lo que sea)?
En eso momentos de límite -yo los sentí de precipicio- la fe no es una necesidad a la que te agarras porque no hay otra cosa; es mucho más. Es un consuelo, una sensación de alivio y de serenidad que necesitas como un cuidado paliativo. Yo comparo mi fe en ese momento con el deseo de agarrarme a la mano de mi madre cuando me llevaban al quirófano por tercera vez. Sentir la mano de mi madre no era una necesidad pero sí era el mejor consuelo.
¿El dolor que tortura se puede vivir en positivo?
El dolor siempre es dolor y por tanto, una prueba muy dura para el ser humano. Hay dolores que matan y hay dolores que redimen. A mí el dolor de mi madre me hería por ver su sufrimiento y me redimía a la vez. Ahí he entendido que el dolor puede ser redentor como el de Cristo. Cuando alguien ama mucho es capaz de sufrir lo indecible, si es necesario, por la persona amada; ese dolor es redentor. El cuarto voto de los mercedarios de estar dispuestos a dar la vida o a quedarse en rehenes en lugar de los cautivos, que ha llevado al martirio a muchos mercedarios, se explica solamente desde
estos presupuestos. El amor cristiano, o es redentor, o termina siendo una aventura más.
¿Detalles como el orinarse encima son, quizás, los que más cuesta asumir?
Cuesta asumir ¡y mucho! el desvalimiento de cualquier tipo. Sobre todo cuando te sientes llamado a «comerte el mundo» y la debilidad te hace ver que es el mundo el que te está devorando a ti. Una cosa es saber que somos de arcilla -todos lo sabemos- y otra muy distinta sentir que te has roto, cuando menos lo esperabas, en mil pedazos.
¿Ha crecido en amor a Dios y a los demás? ¿De la cruz a la luz?
Es una de las pocas lecciones que he aprendido en esta asignatura de la enfermedad de la que me he examinado: que sólo el amor merece la pena; que es la mejor inversión, la más rentable a la corta y a la larga. Que amar y dejarse amar es la única economía que no acaba en recesión.
¿Aprendió en carne propia que lo humano nos deifica?
Es algo que siempre he sabido en teoría. He escrito muchas veces, por ejemplo, que una vida consagrada que no cuide lo humano es una vida condenada al fracaso. Ahora lo he descubierto en mi propia carne y en la humanidad de cuantos me han acompañado y cuidado. Por eso digo en el libro, y lo siento de corazón, que el amor de Dios es como un abrazo de madre o un beso de hermana. Sí, cuando somos realmente humanos llegamos a rozar lo divino.
Después de una experiencia así, ¿la vida, su vida se orienta hacia lo esencial?
Mira, José Manuel, yo he querido orientar mi vida siempre hacia lo esencial; sólo por eso soy consagrado. Esta experiencia lo que me ha mostrado es la vida desde otra arista, desde otra perspectiva, y he podido ver que muchas realidades que en mi vida parecían esenciales no lo eran y otras más normalitas resulta que sí lo son y no me había dado cuenta. Lo esencial, que es Dios, sigue estando ahí, pero todo esto me ha ayudado a recolocar mis maneras y mis prioridades a la hora de acercarme a Él.
Promete seguir luchando por una Iglesia humilde, samaritana, dialogante…
Ésa es la iglesia de Jesús. Luchar por otra iglesia distinta, es decir, soberbia, poderosa, excluyente, intolerante… sería dar palos de ciego. No merece la pena malgastar la vida en algo que no redime. «¿De qué le sirve al hombre ganar su vida…?»
Me sorprende que, entre las numerosas personas a las que recuerda, no aparezca obispo alguno…
Cuando los médicos tocan el cerebro se producen posibles lagunas de memoria en los pacientes. Y a mí me lo han tocado tres veces en muy poco tiempo. Puedo decirte que no se han borrado hermosísimas experiencias de cercanía y amistad con muchos obispos con los que he tratado en mi tiempo de presidente de CONFER. No voy a ocultarte que también hay alguna más grisácea, pero como me han tocado el cerebro éstas se me han olvidado ya y aquellas la sigo guardando como un regalo. No aparece en mis dedicatorias ningún obispo, es verdad, pero sí muchos obispables.
¿Cómo promover líderes y testigos positivos?
Cultivando una honda experiencia de Dios en todo momento y, sobre todo, en la formación de los futuros sacerdotes y consagrados. Dios tiene muy buen humor y se ha hecho sonrisa en Jesús para la humanidad. Tener experiencia de Dios es descubrir más allá de los libros y de las leyes que Dios es ternura infinita y eso conduce necesariamente a ser testigos líderes y positivos, a ser compasivos.