habría que hacer un esfuerzo por parte de las administraciones públicas para evitar que los recortes fueran a la cooperación
(Jesús Bastante).- Manuel de Castro es salesiano, y amigo de esta casa desde hace mucho tiempo. Fue secretario general durante ocho años de FERE-Escuelas Católicas, y ahora comienza un nuevo proyecto como presidente de la ONG Jóvenes y Desarrollo. Con esperanza y desde la denuncia, pues «la pobreza y el hambre son el gran lastre que a todos nos tendría que oprimir la conciencia».
-¿Cómo fue el tránsito de Escuelas Católicas a Jóvenes y Desarrollo?
-Estudiando. Estudiando cooperación internacional al desarrollo, el máster, un programa de gestión de ONG en el ESADE, idiomas… Ha sido un año intenso, pero también, psicológicamente, de descanso.
-¿Qué es Jóvenes y Desarrollo?
-Como todas las ONG de desarrollo, se propone fundamentalmente mejorar la situación de injusticia que hay en el mundo, y sobre todo el gran lastre, que a todos nos tendría que oprimir la conciencia, que son la pobreza y el hambre. Ésta es la primera finalidad de la ONG. Nosotros, como miembros de una congregación religiosa, nos centramos fundamentalmente en el campo de la educación, y dentro de ello, de la infancia y de la juventud. Es una ONG calificada por la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID), es decir, especializada para el tema.
-¿Dónde estáis?
-Tenemos la sede social en la calle Ferraz, donde están también Misiones Salesianas. Tenemos además otras sedes a los largo de toda la geografía española. Estamos implantados prácticamente en toda España, exceptuando la parte de Cataluña, donde hay otra ONG salesiana con la que tenemos íntima relación, al igual que Solidaridad Don Bosco en Andalucía. Tenemos un total de 14 o 15 sedes, unas con más vitalidad, otras con menos.
-¿Y dónde desarrolláis vuestro trabajo? ¿Dónde tenéis vuestros proyectos de educación y erradicación de la pobreza?
-Bueno, nuestro campo prioritario es la Cooperación al Desarrollo. Toda nuestra tarea se realiza fuera de España, no hacemos labor social aquí. Estamos llevando a cabo, en estos momentos, unas 80 intervenciones, en unos 24 países, porque también nosotros, siguiendo las directrices que hoy hay en cooperación, hemos optado por centrarnos en América Latina, en el África subsahariana, y también un poquito en Asia y en Oceanía.
-¿Qué has percibido en los lugares a los que has viajado durante estos meses?
-El lugar que más he podido visitar ha sido Haití. En la primera ocasión fui a conocer los proyectos que la ONG tenía allí, y a visitar a nuestros cooperantes. La segunda vez fui a acompañar a la Reina de España, que tuvo a bien hacer una «pre-inauguración» (porque aún no estaba terminado) de un colegio nuestro en una pequeña población muy cercana a Puerto Príncipe. Ese colegio había desaparecido totalmente por el terremoto, y la AECID había aprobado un convenio con nuestra ONG para construir un nuevo colegio para cerca de un millar de alumnos, con una residencia. Allí me encontré mucha pobreza, mucha suciedad, falta de salubridad, falta de gobierno… Quizá por eso los numerosos medios que han ido llegando allí no han tenido la eficacia que hubieran tenido si desde el Estado se hubieran ido vehiculando y orientando las colaboraciones y aportaciones de tanta gente que se ha volcado en Haití. Sigue la inseguridad, y es necesario que alguien encauce las ayudas, y las priorice sabiendo qué es lo primero que se necesita y qué se puede hacer esperar, etc…
-A parte de la miseria y la falta de condiciones, ¿cómo está la población? ¿Ves esperanza, fuerza para poder salir de ahí? ¿Si la comunidad internacional se ha volcado, por qué da la sensación de que la tierra tembló hace dos días? ¿No se ha arreglado nada?
-Bueno, hay que tener en cuenta que Haití está en las circunstancias que actualmente está no sólo por el terremoto. Los problemas de Haití venían de antes. Hay estadísticas que lo sitúan dentro de los países más pobres del mundo. Y el terremoto vino a agravar mucho más la situación, así como la falta de gobierno, las rivalidades políticas que no permiten trabajar a favor de los ciudadanos. Pero el terremoto no lo fue todo, no lo explica todo.
Por otro lado, en Haití me he encontrado personas muy cercanas, muy amables, con mucha fuerza interna moral, no solamente para sobrevivir ante una catástrofe como el terremoto, sino también para sobrevivir en las condiciones pésimas del país. Todavía se ven, desgraciadamente, montones de tiendas de campaña que están siendo la vivienda habitual de muchísimas personas.
-¿Los actuales recortes de la ayuda pública para Cooperación y Desarrollo amenazan con dar un tiro de gracia al mundo de las ONG, o quizá van a redefinirlo? ¿Cómo se vive desde dentro la pérdida de hasta el 70% de las subvenciones? ¿Qué posibles soluciones se pueden encontrar?
-La ayuda internacional al desarrollo que viene del Estado y de las administraciones públicas ha sufrido un recorte enorme (71% aproximadamente, como has dicho). Llama la atención que en estos tiempos de crisis haya sido justo ese ministerio el que más ha sufrido el recorte. Efectivamente, el país está mal, hay que repartir un poco las cargas… pero, por mal que estemos aquí, no tiene comparación con la situación que se vive en otros países. En Haití hay niños sin escuela, sin acceso a la salud, con enfermedades tropicales invasoras y letales… Yo creo que habría que hacer un esfuerzo por parte de las administraciones públicas para evitar que los recortes fueran a la cooperación. Y, lógicamente, empresas y particulares deberían colaborar también con este trabajo, porque al fin y al cabo vivimos en un mundo global, y no podemos aislarnos de lo que pasa en otros países.
-¿La globalización de la solidaridad?
-Antes que eso, de una cosa más importante: la globalización de la justicia. No se trata que desde aquí, desde los países ricos, ayudemos y seamos solidarios, sino que hay que buscar un mundo más justo que evite este reparto tan desigual que es la causa de la pobreza.
-¿Que el primer mundo esté viviendo esta crisis puede ser una oportunidad para la cultura global, o sólo un padecimiento que además va a agrandar la brecha entre ricos y pobres?
-Como todas las crisis, puede ser una oportunidad, o una puerta abierta al fracaso (si lo único que se hace es recortar la ayuda que se daba antes). O si en vez de asegurar los derechos humanos (desde la educación, la sanidad, el trabajo…) en todos los países, de lo único que nos preocupamos es de nosotros. Si la crisis nos hace volvernos sobre nosotros mismos, es un fracaso. Si nos hace darnos cuenta de que estábamos viviendo muy por encima de nuestras posibilidades; o que hay otras personas que viven todavía muchísimo peor, con menos derechos… también puede ser, bajo otro punto de vista, un momento de reflexión, de maduración y de oportunidades.
-¿Cómo se vive desde la fe una situación como la actual? ¿Cómo lo viven las ONG que están metidas en el barro?
-Bueno, yo desde siempre he tenido muy claro que la fe cristiana se podría sintetizar en dos mandamientos: el amor a Dios y el amor al prójimo, y que la naturaleza humana nos impulsa constantemente a volcarnos en uno o en otro, y nos cuesta realmente hacer la síntesis entre las dos cosas. Entonces, yo creo que todos estos problemas de la solidaridad y la justicia son fundamentales, como parte de ese amor al prójimo. Mi compromiso por el mundo viene de mi fe religiosa, del poquito o mucho amor a Dios que pueda tener. Por eso estoy viviendo estos momentos con inquietud, porque son ya muchos años los que venimos trabajando en el tema de la pobreza, y no acaba de resolverse. Hay que alabar los Objetivos del Milenio, que sí que han puesto un punto de avance. Pero ahora mismo se ve claramente que para el 2015 estos objetivos no van a poder alcanzarse.
-Pero no eran utópicos cuando se plantearon. ¿No parecía que vivíamos en una sociedad en la que por primera vez teníamos recursos suficientes para alimentar a toda la población, posibilidades para llegar a todo el mundo, que se supiera lo que sucedía…? ¿Eran ya demasiado ambiciosos cuando se aprobaron?
-Realmente había mucha ilusión puesta en estos objetivos del milenio, y a tres años de su finalización se ve que no se van a poder cumplir. Pero al menos fue una decisión importante en la que participaron muchos países. Es cierto que, ahora con la crisis, en vez de avanzar se están retrotrayendo (en promesas que hicieron en aquellos años, como la del 0,7%). Incluso hoy en día se ha vuelto a hablar de la Tasa Tobin a nivel de determinados gobiernos o programas políticos. Pero yo no sé si cuando se habla ahora de la Tasa Tobin se entiende, como él decía, que había que poner una tasa a las transacciones financieras, no sólo (ni principalmente) para evitar la especulación, sino para que ese dinero pudiera ir a la cooperación al desarrollo. Hay que regular las transacciones financieras, estupendo. Pero lo que Tobin demandaba era otra cosa, porque pensaba que ese dinero era suficiente para resolver lo que se denomina en los ODM «el hambre extrema en el mundo».
-¿Conseguiremos una sociedad más humana? ¿Podremos verlo?
-Bueno, creo que no del todo. Pero hay que seguir impulsando todo este tipo de movimientos, instituciones, ONGs… Hay que apoyar a la gente que voluntariamente está trabajando en este campo, y favorecer todo lo que sean iniciativas que puedan ayudar a progresar en este sentido.
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