Mons. Rodrigo Mejía: "Para ayudar a África, es necesario conocer África"
(OMP)- Daniel Burgui, periodista y reportero, realizó la primera intervención en la mesa redonda que se desarrolló ayer sobre la cooperación misionera en el Cuerno de África, durante las Jornadas Nacionales de Delegados de Misiones.
Daniel respondía a la pregunta planteada en la mesa sobre qué sucede en el Cuerno de África. Testigo presencial de lo que ocurre, comenzaba su intervención con una frase rotunda: «El Cuerno de África se extingue«.
«Más de mil supervivientes llegaron a diario en 2011 al campo de refugiados de Dadaab, en Kenia, el mayor del mundo», explicaba. «Huyen de la peor sequía en 60 años, de una hambruna que estrangula estómagos y una guerra ininterrumpida que dura ya dos décadas en Somalia. El campo de refugiados de Dadaab, próximo a la línea que separa en el mapa a Kenia de Somalia fue creado en 1991 para acoger a no más de 90.000 personas, es hoy la misión más importante del ACNUR de cuantas tiene repartidas por el planeta, con más de medio millón de refugiados».
«Oficialmente», señalaba el periodista, «se declara una hambruna -última categoría en el semáforo de alarmas humanitarias de la ONU- cuando mueren diariamente dos niños por cada 10.000, en las pocas zonas de Somalia donde hay datos fiables mueren 15 al día. Hay 700.000 niños en riesgo de muerte real por hambre. Y más de 15 millones de estómagos vacíos«.
«Cada día 1.200 personas durante los meses de julio, agosto y septiembre atravesaron desde el Bajo Juba, en las entrañas del sur de Somalia, el desierto que media hasta alcanzar el suelo keniano. En travesías de hasta 20 y 30 días, sin comida, sin agua, a menudo descalzos, muchas familias se perdían por el camino, algunas se reencontraban, debían dormir en arcenes, al raso, entre arbustos de espinos, muchos fueron atacados por milicias, contrabandistas o por los propios ejércitos regulares, abusados, robados, desposeídos y temerosos de las hienas y otras alimañas, del sol, el calor y la deshidratación».
Burgui señaló que es un éxodo de proporciones bíblicas. «A la imagen de esos grupos desperdigados de hombres, mujeres y niños atravesando el desierto sólo le hacen justicia los textos sagrados o las tragedias clásicas con devastador acierto en sus descripciones de masivas migraciones humanas».
Concluyó su intervención diciendo que, «pese a las duras condiciones de vida, tanto los refugiados -supervivientes, hombres y mujeres con arrojo e ilusiones- por un lado como los cientos de cooperantes de una veintena de organizaciones -asociaciones cristianas, islámicas, de la ONU, ONGs, médicas, de gobiernos, etc- por otro, se esfuerzan y sudan a diario por hacer sostenible la vida y de forma digna en un contexto y una emergencia humanitaria sin precedentes».
La segunda intervención en la mesa redonda sobre la cooperación misionera en el Cuerno de África, desarrollada ayer en las Jornadas Nacionales de Delegados de Misiones, corrió a cargo de Gerardo González, ex redactor jefe de la revista «Mundo Negro». Su intervención respondía a la pregunta del por qué de este conflicto que golpea a cuatro estados: Somalia, Etiopía, Eritrea y Yibuti.
Presentó un recorrido histórico de cada uno de estos cuatro países. La conclusión: «Mal que bien -más bien mal-, Etiopía, Eritrea y Yibuti se las apañan». Pero sin duda el caso más grave es el de Somalia: «Situada en la parte más oriental del Cuerno de África es un Estado fallido. Padece una guerra civil desde hace 21 años, es decir, desde la caída del general Siad Barre, en enero de 1991. Además de guerra, Somalia evoca otras dos realidades conflictivas: piratería y hambre».
Tras recordar, la intervención fallida de Estados Unidos en este país entre 1992 y 1993, habló sobre la guerra civil que en estos 21 años ha costado 300.000 muertos y un millón y medio de refugiados. Apuntó el tema de la piratería, muy relacionado con el tema de la pesca, puesto que los piratas somalíes, se dedican la mayoría a la pesca artesanal y denuncian que los verdaderos bandidos del mar son los pescadores clandestinos que saquean sus peces, en clara alusión a los barcos pesqueros de países desarrollados».
«Somalia no es, por tanto, solo un Estado fallido», afirmaba Gerardo González. «Es un Estado atrapado en la tela de araña de los intereses internacionales. Sus 3.300 kilómetros de costa en el golfo de Aden, el mar de Arabia y el Océano Índico -donde faenan 700 barcos pesqueros tanto legal como ilegalmente- y su acceso al estrecho de Bad el-Mandeb, que significa literalmente «La puerta de las lágrimas» o de las lamentaciones, son la razón de que no se le permita vivir en paz.
Para finalizar su exposición hizo un pequeño apunte sobre el seguimiento de la religión en los cuatro países del Cuerno de África. «En Somalia, el 99 por ciento de la población son musulmanes, en Yibuti, el 95 por ciento; en Etiopía el 50 por ciento son coptos ortodoxos y el 45 por ciento musulmanes; en Eritrea, la proporción entre coptos ortodoxos y musulmanes es la misma: 50 por ciento y 45 por ciento, respectivamente; el 3 por ciento de los eritreos son católicos y en Etiopía, el 0,78 por ciento».
Mons. Rodrigo Mejía es un jesuita misionero, nacido en Medellín, Colombia, que lleva más de 30 años en Etiopía, y que desde 2007 es obispo en el vicariato apostólico de Soddo en este país del este de África. Intervino ayer por la mañana en la mesa redonda sobre la cooperación misionera con el Cuerno de África en la Jornada Nacional de Delegados de Misiones que esta teniendo lugar estos días en Alcalá.
Mons. Mejía indicó como introducción a su intervención que es un error muy común considerar a África como un bloque homogéneo, una especie de gran nación con los mismos problemas en todas partes. Por eso se centró en presentar la situación de la Iglesia católica en Etiopía, presentando los problemas más estructurales y, por consiguiente, más comunes que afectan tanto a la población como a la misión de la Iglesia Católica en Etiopía.
Los primeros desafíos son los que emanan de las estructuras político-administrativas. «La política no lo es todo pero en todo se encuentra la política», afirmaba Mons. Mejía. En Etiopía, donde la Iglesia católica es una minoría del 0,73%, el problema es el no tener reconocimiento legal y carecer de personalidad jurídica. La primera consecuencia práctica de esta estructura es que la Iglesia no puede obtener visas de residencia para ningún misionero extranjero a menos que dicho misionero o misionera esté cualificado y oficialmente inscrito a uno de los proyectos reconocidos por el gobierno. La Iglesia es considerada como una ONG.
Las estructuras culturales son fuente también de desafíos. «Etiopía es un mosaico de grupos étnicos y culturales con tradiciones muy diferentes», señalaba el prelado colombiano. «Esta variedad en sí misma es una riqueza pero al mismo tiempo es un reto a la identidad nacional». Y añadía: «El tribalismo, que es el virus más agresivo de cualquier sociedad, encuentra en este contexto un caldo de cultivo para la corrupción a todos los niveles».
Los desafíos de las estructuras económicas provienen de que Etiopía es un país que siempre ha vivido de la agricultura y el artesanado, pero no ha desarrollado la industria moderna y, por consiguiente, no puede proveer empleo a las nuevas generaciones. Actualmente Etiopía actualmente cuenta con 83 millones de habitantes que tiene que alimentar. Muy unidos por tanto a esta situación están los desafíos provenientes de las estructuras ecológicas. Mons. Mejía afirmaba que «es ya una certeza experimentada que las estaciones de las lluvias en África, y en particular en Etiopía, no tienen la regularidad de otros tiempos«. Esto crea las sequías que infaliblemente causan las tristemente famosas hambrunas de Etiopía. Antes ocurrían cada diez años pero en los últimos 15 años prácticamente hay hambrunas en alguna parte del país cada año.
Mons. Rodrigo Mejía dedicaba la segunda parte de su intervención a cómo se puede colaborar, algo que la Iglesia católica lleva haciendo durante años. «A pesar de ser una pequeña minoría, es reconocida en Etiopía como el cuerpo religioso más comprometido en el campo de lo social y del desarrollo con miras a ayudar al más pobre». Reconocía, sin embargo, que, a pesar de esta óptima intención, la ayuda de la Iglesia es casi como «una gota en el océano». La solidaridad es una respuesta. Denunciaba, no obstante, que hay un silencioso pacto de complicidad con las autoridades de los países pobres que reciben generosas ayudas e inversiones del hemisferio norte para proyectos de desarrollo: «No es ningún secreto que cerca el 60% de la mayoría de esos subsidios de desarrollo se gastan en ‘administración’, una palabra elegante para describir la corrupción a varios niveles».
La conclusión, desde su experiencia de 30 años en Etiopía, es que para ayudar a África, es necesario conocer África. «Esta falta de conocimiento», señalaba, «lleva a proponer soluciones que a lo mejor dan magníficos resultados en Europa o en América pero que por razones políticas o culturales no son viables en África». La gran tentación es decidir e imponer desde fuera el contenido y la modalidad de la ayuda sin suficiente experiencia de la situación local.
«Es común que en todos los proyectos los donantes exijan una contribución local; pero quizás la mayor contribución local de la gente en África no es tanto monetaria o material sino el hecho de transformar la mente de los visitantes que quieren colaborar con el pueblo africano. Muchas veces pocas semanas bastan para que el extranjero cambie de puntos de vista y revise sus criterios y sus programas de desarrollo».
Por eso concluía: «Los misioneros somos a veces tildados de retrógrados, de haber perdido el contacto con el progreso científico y técnico y de mantener al pueblo africano al nivel de soluciones pasadas de moda que ya no se aplican en el mundo dicho civilizado. Es muy posible que algo de esto sea verdad, pero es también verdad que hay situaciones tan complejas que el visitante no logra comprender en pocas semanas. Alguien escribió: Si paso dos semanas en África me siento capaz de escribir un libro, si paso un año, podría a lo mejor escribir un artículo, si vivo allí, casi no me atrevo a escribir una carta a mis amigos«.