Hombres y mujeres de los tiempos de la pizarra chirriante, las tizas blancas, los braseros para paliar el frío "y los tirones de oreja y de patillas"
(Jesús Bastante).- Y al final, el abarrotado auditorio de la casa de San Pablo en Madrid se levantó a ovacionar, no sólo a la autora, sino a los protagonistas. A María Luisa Barea, Lola Monistrol, Joaquín Campillo, Teresa Pérez, María José Mora, María Victoria Angulo, José Santalla, Benigno García y José María Parra, «Maestros» (con mayúsculas) de la España desde la postguerra hasta hoy, y protagonistas de «Memorias de una pizarra«, la última maravilla de Carmen Guaita publicada por San Pablo.
«Este es un homenaje a los maestros. Habéis, hemos transformado la vida de seres humanos, y eso es un tesoro», afirmó, visiblemente emocionada, la vicepresidenta de Anpe, quien arrancó su intervención utilizando el título del prólogo de esta obra, firmado por Fernando Savater. «Este libro intenta mostrar la belleza del contagio de lo humano. Esto es educar, la pasión que nos desborda por comunicar lo humano».
«El mundo está en nuestras manos para que lo mejoremos y, luego, traspasarlo a los que vengan después». La pasión por educar, por entregar lo aprendido y aprehendido, la vocación de la docencia, la pasión y el compromiso fueron algunos de los valores que Carmen Guaita expuso como fundamentales para definir el ser maestro. Y una de ellas imprescindible: «Hay muy pocas profesiones en las que ser buena persona sea esencial«.
«Memorias de la pizarra» recorre las vidas y experiencias de nueve docentes, símbolo de la evolución, de las penas y alegrías de la educación en este país. Hombres y mujeres de los tiempos de la pizarra chirriante, las tizas blancas, los braseros para paliar el frío «y los tirones de oreja y de patillas», como recordó Pedro Miguel García Fraile, subdirector editorial de San Pablo. «Dais muchísimas lecciones a todos. Hoy vemos más porque estamos subidos a lomos de gigantes«, recordó Guaita, quien quiso poner un toque de optimismo pese a la situación actual de la educación. «No hay punto de comparación con los tiempos en que vosotros érais profesores». Pese a todo, la vicepresidenta de Anpe reclamó, ante la atenta mirada de Francisco López Rupérez (presidente del Consejo Escolar del Estado), «devolver el debate de la educación a los educadores».
Algo similar pidió, con vehemencia, Miguela del Burgo, directora del colegio Pablo Picaso de Madrid. «Un profesor trabaja para la eternidad«, insistió, apuntando que, pese a los cambios sociales, educativos y económicos, hay ciertos valores que siguen vigentes, como «el amor a la profesión y a los niños; la transmisión de valores; la mirada a los ojos; el esfuerzo por aprender y enseñar; y la necesidad de poner límites».
Joaquín Campillo supera los 90 años, y ha ejercido durante más de 60 como docente. Propagandista y maestro de periodistas, conoció a Dalí, a Buñuel, a Lorca… Ayer estaba en la mesa representando a los nueve protagonistas. «Es éste un libro testimonial y oportuno, que espero que sirva para colocar las cosas en su sitio», afirmó, aportando la definición más completa sobre lo que significa educar. «Enseñar es, ni más ni menos, mostrar, subrayar el dato, y decir ‘aprehendedlo, quedaos con ello‘». Campillo reivindicó la «profesión del profesor», una de «las tareas más nobles y desconocidas de la sociedad, y destacó que el libro de Guaita «es un canto coral a la educación».
Finalmente, López Rupérez destacó el afecto como motor del aprendizaje, «es importante darse: ese amor siempre lo perciben los niños«, y reivindicó los valores del esfuerzo, la tranquilidad, el tiempo y la atención como imprescindibles en el oficio de enseñar, y también en el de aprender.
El acto, como no podía ser de otro modo tratándose de educación, terminó con el canto del «Gaudeamus Igitur» y una estruendosa ovación para esa figura imprescindible y jamás suficientemente valorada: la del maestro.