De esta fiesta católica y multicolor quedarán sobre todo el encuentro con las muchachas y los muchachos en San Siro
(Giovanni María Vian, en L’Osservatore Romano).- Ciertamente se recordará como uno de los viajes más importantes del pontificado la estancia de Benedicto XVI, que ha unido la visita a la gran diócesis de los santos Ambrosio y Carlos a la participación, muy personal y realmente extraordinaria, en el Encuentro mundial de las familias. Podía resultar una superposición artificiosa y, en cambio, no ha sido así. Gracias a una larga y atenta preparación, a la presencia incisiva del arzobispo y a la sabiduría de un Papa que cada vez sabe hablar mejor a muchísimas personas, no sólo católicas.
Así, los tres días del Papa en Milán han mostrado el rostro auténtico de la Iglesia de Cristo, que vive en el mundo con alegría y esperanza (gaudium et spes), a pesar de las inevitables dificultades diarias y de las vicisitudes a menudo dramáticas y dolorosas. De esta fiesta católica y multicolor quedarán sobre todo el encuentro con las muchachas y los muchachos en San Siro, el diálogo del Papa con los representantes de las familias de todo el mundo y la gran celebración conclusiva: tres largos momentos de una fraternidad cristiana que por su naturaleza no conoce confines ni cerrazones.
Sí, la Iglesia es la que se vio en Milán, muy lejana de la imagen que se quisiera presentar en algunos medios de comunicación con representaciones clamorosas pero que distorsionan los hechos, llegando incluso a prescindir de su realidad, aun inevitablemente humana y por tanto imperfecta.
Y conviene recordar que aquí ciertamente no está en discusión el derecho, obviamente legítimo, a opiniones diversas e incluso a la crítica, con tal de que sea respetuosa de la realidad, mientras que no se puede aceptar el intento evidente de difundir prejuicios persistentes y lugares comunes en sustancia infundados, como aseguró el propio Benedicto XVI hace sólo pocos días.
Para leer el artículo completo, pincha aquí: