Creo que Jesús se enfadaría mucho al ver que el gran símbolo de su muerte y resurrección son las cruces en lo alto de grandes edificios
(José Manuel Vidal).- Jesús Bastante, nuestro redactor jefe, presenta su libro «Y resucité de entre los muertos«, publicado por Ediciones B. Es su segunda novela, después de «Cisma«. Encantadora, sugerente, bien escrita y original. Para divertirse, e incluso para rezar con ella.
-El planteamiento de la novela es muy original: el mismo Cristo es quien habla.
-Sí, he planteado una novela que parte del momento en que Jesús se despierta del sepulcro y toma conciencia de que ha resucitado. Se me ocurrieron distintas formas de afrontar esa situación, y al final creo que la más novedosa, y también probablemente la más difícil, era intentar poner voz al Resucitado. Por eso la novela está planteada como un diario, el diario de Jesús que resucita y cuenta en primera persona lo que le sucede, y cómo pasa por el mundo en esa segunda etapa de su vida, después de morir en la cruz.
-¿O sea que la novela va, temporalmente, desde la tumba hasta la Ascensión?
-Arranca en el sepulcro y termina, subiendo o no (que no quiero destripar el libro a los lectores) a los cielos. Es un repaso de lo que yo creo que pudo haber sucedido, y de lo que él pudo haber dicho o haber sentido en ese tiempo.
-Para eso tuviste que meterte dentro del personaje. No debe ser nada fácil hacer hablar a Cristo.
-Es muy complicado, sí. Sobre todo para los que tenemos fe y creemos en el Jesús vivo como parte esencial de nuestra forma de entender la existencia. Da mucho miedo. Es el personaje más importante en la historia de la humanidad, y para los que nos consideramos seguidores suyos también es el ejemplo a imitar. Así que intentar meterse en su piel da mucho miedo, sobre todo porque es la piel del Jesús que casi no conocemos. Hay dos etapas de su existencia que no conocemos prácticamente: su infancia, de la que hay muy pocas cosas escritas (alguna más en los apócrifos, pero muy pocas evidencias históricas); y su resurrección, de la que apenas conocemos lo que nos cuentan los Evangelios, que es muy poco. Se habla de la resurrección en sí, de la apertura del sepulcro, y de dos o tres encuentros. Por todo esto es muy difícil hablar de Jesús, por todo lo que conlleva como escritor, y también como creyente. Porque, al menos yo, no soy capaz de diferenciar esas dos facetas.
-¿Es por eso que hay más respeto que transgresión en tu libro?
-Sí. He intentado plasmar un Jesús en el que yo creo, pero que vivía en el siglo I en el que estaba. Hay un momento, en el capítulo dedicado a las mujeres, en que lo planteo, no como el mismo Jesús querría, sino de acuerdo a la historia. Me parece que en una novela así hay que tener en cuenta los condicionantes de la época. Estamos hablando de la Jerusalén del siglo I, donde la mujer era un personaje de segunda o de tercera, ni siquiera era ciudadana. Era complicado que el propio Jesús hiciera públicamente un alegato brutal sobre la igualdad, por ejemplo. Igual pasa en otros aspectos. He dibujado a un Jesús con mucha dudas, que no termina de poder plasmar todo lo que a él le gustaría porque también se siente ciudadano de una época o de un modo de vivir. Creo que me pasa con todos mis personajes, que tienen un toque de no saber llegar al final de sus apetencias, de sus ilusiones. En ese sentido, el Jesús resucitado que yo he dibujado es muy humano. Tiene incluso rabia por no poder culminar todo lo que pretende.
-¿Estás de acuerdo en que es una novela para rezar, incluso un poco pía?
-Hombre, es verdad que, a medida que vas entrando en el personaje (desde esta perspectiva que te comentaba de escritor y creyente) intentas, al poner voz a Jesús, pensar en lo que él diría. Y en cierto modo la fe en Jesús Resucitado que yo tengo se plasma en el personaje. Hay algunas «homilías», discursos de Jesús a las mujeres, a los discípulos, incluso a su madre, que efectivamente podrían ser planteadas como oraciones. Como oraciones, tal y como yo entiendo la oración: hablar con Dios. Y quién mejor, para hablar directamente con Dios, que su hijo, que además ha resucitado, y sabe lo que viene y que todo se ha cumplido. En ese sentido, es verdad. Es un Jesús muy respetuoso consigo mismo.
-¿Cuál de los personajes secundarios es para ti el más importante? ¿Lázaro, Judas, María, María Magdalena…?
-El que me fascinó desde el principio fue María Magdalena, pero no por el hecho de si pudo ser o no la mujer de Jesús, o si tuvo una relación especial con él, que yo estoy convencido de que sí; sino porque, desde mi punto de vista, Jesús estaba en un mundo rodeado de personas que tenían su familia, buscaban la felicidad de las cosas sencillas, tener una vida en común, tener hijos, un trabajo… Y me parece que era muy necesario que Jesús ansiara también tener eso. Por eso María Magdalena es muy protagonista en el libro. Es absolutamente fundamental para el desarrollo de la novela, y creo que también para muchas de las cosas que Jesús hizo en vida, y después de resucitado. Luego, Lázaro es un personaje que a mí me resulta vital, porque es el primer ser humano que, en cierto modo, resucita. Es el que mejor puede entender las primeras sensaciones de Jesús una vez salido del sepulcro. Él ha estado en los infiernos, ha sufrido el dolor, el olor a azufre, ha visto la condenación… Desde nuestra fe Jesús muere y resucita para salvarnos, para cumplir la alianza con Dios y restablecer lo que se había roto. Pero cuando Lázaro muere todavía no se había producido ese hecho. Lázaro es un personaje que nos recuerda el dolor, y cómo hay que seguir viviendo a pesar de todo. Porque Jesús resucita y ya no volverá a morir. Pero Lázaro, aunque resucita, tendrá que volver a tener una muerte terrena. Por eso en la novela plasmo cómo él tiene, durante mucho tiempo, el recuerdo de haber muerto y haber sufrido en el infierno. Eso es algo fundamental para entender que todo sufrimiento es clave para alcanzar la gloria, la felicidad. En nuestra vida pasan cosas malas, pensamos en lo que nos ha hecho daño… Pero de todo eso también se puede aprender. Lázaro es un gran ejemplo.
Por otro lado, hay un personaje que no aparece, porque ya está muerto. Es San José, que es tan fundamental como María para entender al propio Jesús. Probablemente ellos sean dos de los grandes olvidados como familia. Para Jesús la experiencia de sus padres, del amor de sus padres, es absolutamente vital para entender lo que hace después. La gran familia que yo creo que se genera a través del mensaje de Jesús es la que él tuvo que vivir. Sin el papel de José y de María, sería muy difícil que Jesús hubiera hecho determinadas cosas, o hubiera experimentado determinadas cuestiones. Por eso reivindico la figura de José, y evidentemente también la de María.
-Judas no quiso ser salvado. ¿Crees que hay muchos como él?
-Afortunadamente, tenemos la libertad para decidir lo que queremos ser en esta vida, que de momento es la que tenemos. Creo que eso es una gracia, y que está muy bien. Lo que pasa es que toda libertad conlleva una responsabilidad muy importante. En la novela Judas decide, en su libertad, no querer ser salvado. Él se siente culpable de haber traicionado al Hijo de Dios, y aunque Jesús intenta convencerle, decide no ser salvado. Pero Jesús sabe que era un objeto del destino. Era necesario para que los planes de su padre se cumplieran: alguien tenía que traicionarle para que Jesús fuera prendido, sufriera y muriera en la cruz. Y Judas fue ese elemento.
Yo no sé si Judas estará en el infierno, simplemente, como planteamiento en la novela, me parecía interesante que hubiera un encuentro entre Jesús y Judas en el que Jesús no le condenara. Muchas veces pasa, en nuestra Iglesia, que tendemos a condenar a los que han estado más cercanos a nosotros, y por los que, por una razón u otra, nos hemos sentido engañados. Pero cuando Jesús sale del infierno, una de sus primeras frustraciones después de haber resucitado, es precisamente no haber sido capaz de salvar a Judas. No olvidemos que era uno de sus elegidos.
-O sea que a Jesús le duele.
-Claro, porque es su amigo y porque le quiere. Si por Jesús fuera (o al menos eso creo yo), no habría nadie en el infierno. Él vino a salvarnos a todos, no a uno sí y a otro no. No hay un ranking de criaturas que Dios no quiera. Dios quiere a todas sus criaturas, por supuesto. También a Judas. Probablemente, especialmente a Judas, porque estuvo a su lado y le traicionó, y así Jesús pudo vencer a la muerte. Para Judas también tuvo que ser muy difícil sentir que había vendido al Hijo de Dios.
-En la novela Jesús pide perdón a las mujeres. ¿A qué no se atrevió?
–En la sociedad en la que vivía Jesús el papel de la mujer era mínimo. Jesús era un judío, cumplía con los preceptos de su religión y vivía en una sociedad determinada. No podemos plantear al Jesús del siglo I con los parámetros de siglo XV o del XXI. No me imagino a Jesús mandando a las Cruzadas, pero tampoco defendiendo el voto universal en el siglo IV. No existía esa posibilidad. Lo que es cierto es que el Jesús que muere y que resucita , y que sabe que el Reino se está cumpliendo y que el Reino es para todos, en un momento dado (no sólo por lo que él haya hecho o haya dejado de decir, sino por lo que va a definir el curso de la historia), se da cuenta de que hay cosas que no terminan de funcionar. «Amaos como os he amado«, «no soy vuestro siervo, soy vuestro amigo»… son los planteamientos fundamentales de Jesús: una comunidad de amigos en los que el Reino se fuera haciendo día a día. Todos debían ser iguales, pero, en la sociedad de la época, su propio grupo de amigos se iba organizando de otra manera: en torno a los hombres, a Pedro, a Santiago, a Juan… Ellos tenían el poder, y las mujeres estaban un poquito abandonadas.
En la novela, a partir de que Jesús pide perdón, hay un proceso de propósito de enmienda en el grupo en el que están todos juntos.
-Pero lo que insinúas en la novela es un deseo. Jesús no podía preverlo pero, ¿no es el gran pecado de la Iglesia de hoy la ausencia de mujeres?
-Creo que a veces tendemos a escribir la historia según nos viene. Llevamos más de 20 siglos de institución. La institución se tiene que saber adaptar a los tiempos. Uno tiene que entender que en el siglo I o en el siglo IV la mujer en la sociedad era otra cosa. En la sociedad actual la mujer y el hombre son absolutamente iguales en derechos y en obligaciones, y eso la Iglesia tiene que aprender a plantearlo. El razonamiento de que Jesús no instituyó a las mujeres, lo primero, es falso, y además es injusto. En los propios Evangelios (los que nos han llegado y otros que no están prohibidos, pero que simplemente no han sido reconocidos como los oficiales) el papel de la mujer es fundamental.
-¿Por qué no se rebela la mujer actual en la Iglesia actual, cuando en todas las demás facetas sociales ya se ha rebelado?
-Yo creo que, en muchas ocasiones, hay sectores de la sociedad (también los jóvenes, o cualquier grupo social que se haya sentido discriminado en el interior de la Iglesia) que llega un momento en el que probablemente dejan de luchar porque no se sienten partícipes. Hay muchas mujeres que no luchan por tener poder en la Iglesia porque piensan que la Iglesia no debe tener ese poder, o que quizá no les compensa.
-Eso en clave de poder, pero, ¿y en clave de servicio?
–En clave de servicio es como se ha justificado que las mujeres están limpiando la mesa para preparar la celebración. Lo lamentable es eso: que el servicio haya sido interpretado siempre por los que tenían el poder.
-¿Cambiaría la Iglesia si entrase la mujer a nivel jerárquico?
–Cambiaría si la Iglesia cambiara su propio modelo. Es la única institución humana que ha perdurado tanto tiempo, los hechos le dan la razón. Para eso, es verdad que es necesaria una cierta jerarquización, una organización. Y la Iglesia ha sido maestra en eso. Pero creo que hace tiempo que ha llegado el momento de repensar ese planteamiento como institución. Se ve demasiado en la clave de poder que tú comentabas, que en la clave de servicio.
No es tan importante que una mujer pueda llegar a ser obispo, o papa, o responsable de lo que sea; sino que veamos que realmente eso es un servicio. Que el nombramiento no sea lo esencial, sino parte de un recorrido. Un obispo hoy, o una obispa llegado el caso, no debería ser el responsable máximo de lo que sucede en una diócesis. Un sacerdote, un laico, un religioso… cualquier creyente debe ser igual de responsable en la construcción del Reino y de la sociedad. Tenemos distintas funciones, pero el problema es que las funciones, a lo largo de la historia, se han extrapolado como instrumentos de poder. A mi modo de ver, yo soy igual de responsable de mi iglesia que el Papa. Él tiene unas funciones totalmente distintas de las que puedo tener yo, pero Dios me ama igual que a Benedicto XVI y que a cualquier persona.
En la novela, Jesús el Resucitado plantea esto: incluso dejar de ser el protagonista. Él tiene un sueño en el que ve lo que puede llegar a ser su movimiento, que es uno de los capítulos que más me costó y que es más novelístico. Hay un momento en que él descubre una serie de túmulos, de tumbas, y se da cuenta de que los responsables no tenían por qué haber sido los que fueron. Al final del sueño Jesús se siente realmente a gusto, y es en una pequeña celebración de iguales. De hombres, mujeres, de niños, que están reunidos celebrando la vida. No tanto recordando unos pasajes o estableciendo unas normas, sino celebrando la vida, que al final es lo que creo yo, modestamente, que es lo que significa la resurrección. Jesús vuelve después de muerto, pero vuelve precisamente a la vida. Vuelve a vivir, y nos muestra que la vida tiene sentido. Jesús murió y nos salvó a todos. Nos dio incluso la libertad para que algunos no quieran salvarse. Pero fundamentalmente nos vino a dar vida, ejemplo de vivir. A veces en la Iglesia esto se olvida. Estamos muy enfadados, muy aburridos, muy preocupados por las condenas. Y se nos olvida la sana indignación de salir a la calle y dar razón de la fe sin sentirse un bicho raro. Poder normalizar esto perfectamente. Que esto no esté sucediendo es, en buena medida, culpa nuestra. No hemos sabido reflejar qué somos.
-¿O sea que el normalizar la vivencia del cristianismo sería otra asignatura pendiente?
-Yo he tenido la suerte de nacer en una familia creyente pero no mojigata (perdónenme por la expresión), y de haber vivido mi fe de una manera muy tranquila. No me he caído de ningún caballo ni he tenido una crisis brutal. Tampoco he tenido grandísimas experiencias, pero nunca he tenido ningún problema para decir que soy cristiano y que voy a misa. He intentado que los valores que conforman mi vida, que me han enseñado mis padres y me han enseñado en la escuela y en mi parroquia, hayan sido siempre los valores del Evangelio, las Bienaventuranzas. Ese Jesús que da vida es lo que he intentado plasmar en la novela. El propio Jesús dice que, antes de ir a cumplir con tus obligaciones en el templo, te reconcilies con tu amigo si estás enfadado con él. Eso es lo importante. Al final, si haces eso, estás haciendo Iglesia. Cuando dos personas se reconcilian, o construyen sociedad, o hablan de vida, o defienden la dignidad de los pobres y de los inmigrantes, de los colectivos más desfavorecidos… estás haciendo Iglesia. Estás haciendo real el mensaje de Jesús.
-En la novela hay encuentros de Jesús, después de resucitado, que son muy significativos. ¿Cuál es el que tiene más importancia para ti?
-El que me resultó más difícil de escribir fue el de Caifás, porque yo no quería que la novela tuviera un malo, un antagonista, porque lo fundamental era transmitir vida.
-Pero Satanás anda por ahí también.
-Sí, pero muy en la sombra. Los encuentros con María fueron muy difíciles, al igual que el final de la novela. Y el encuentro con Caifás, como decía, también, porque es un personaje que le aguanta la mirada. No se cree lo que les está diciendo, no se cree que ha resucitado y, si se lo cree, le da igual. Caifás se siente en posesión de una verdad, que es la de haber librado al pueblo judío de un tipo que podía hacer un escándalo, hacer trizas su propia organización. Por eso cree que ha hecho lo correcto. Y al verle, al encontrarse con Jesús en el palacio de madrugada, es el único personaje que no siente temor.
-¿Es un personaje que puede hacer pensar en algún tipo de «talibán eclesiástico»?
-Sí. En cierto modo yo también pensé en eso a la hora de escribirlo. Antes de encontrarse con Caifás, se encuentra con Tomás que, aunque tiene que hurgar y meter la mano en las heridas, le acaba creyendo. Pero Caifás, ni siquiera. No le importa que Jesús esté ahí, lo importante es que hay que cumplir una serie de cosas. A veces te llegas a preguntar, si Jesús apareciera en la Iglesia de hoy, qué podría pasar.
-¿Y qué crees que podría pasar?
-Creo que no llegaría a encontrarse con un cardenal. Es muy difícil que uno pueda encontrarse con un jerarca y hablar tranquilamente. Sí creo que iría a misa, participaría de los sacramentos, estaría en muchos sitios de Iglesia. Pero también creo que estaría muy metido en otras organizaciones.
-¿Qué le parecería, a un Jesús como el que tú planteas, el Vaticano, el Papa…?
-Yo creo que Jesús se enfadaría mucho al ver que el gran símbolo de su muerte y su resurrección son las cruces en lo alto de grandes edificios. Hay un momento en la novela en que, en medio de un sueño, él se encuentra un montón de monumentos en una colina y una gran procesión de jerarcas. Yo creo que eso no le gustaría para nada. También es cierto que Roma genera una cierta dualidad. Es un sitio tan bonito, que en cierto modo se respira la fe positivamente. Pero luego, claro, hay tanta riqueza acumulada, tanta inmensidad, que da la sensación de que el hombre es más grande incluso que el propio Dios. Así que no sé con certeza qué haría Jesús, pero no puedo evitar que me venga a la memoria el pasaje de los mercaderes en el templo. Jesús se enfada muy pocas veces en el Evangelio, pero creo que podría indignarse mucho. En la sociedad de hoy, probablemente no le dejarían entrar con sandalias al Vaticano.
-¿Qué quisiste transmitir con la primera misa de Pedro y Juan, con Jesús presente?
-Me pareció un símbolo. Hay distintas formas de afrontar la eucaristía, pero, desde mi punto de vista, ante todo consiste en celebrar la vida. «Estamos partiendo, compartiendo y repartiendo«, dice Jesús muchas veces en la novela. En ese sentido, era necesario que Jesús lo estuviera viendo, y que incluso llegara a comer él mismo de su cuerpo y de su sangre, porque es la plasmación evidente de que está ahí. Y además, el Jesús en el que yo creo no tenía que ser el grandísimo protagonista de todo. Es el Hijo de Dios y la razón de nuestra fe, pero no tenía que hacerlo todo. Si no fuera así, no hubiera elegido a amigos que lo acompañaran, no hubiera habido Pentecostés… Lo hubiera hecho todo él, y fuera. Por eso me parecía precioso que los discípulos pudieran celebrar la vida junto a aquél que había vencido la muerte, y que estaba demostrando que era posible seguir viviendo. Es una imagen brutal: ver al Hijo de Dios compartiendo con sus discípulos aquello que les legó en la última cena, estando presente.
-¿No es como si se comiera a sí mismo?
-Sí, pero no es nada extraño porque, al final, todos tenemos un poco de Dios en nosotros. Él nos quiere desde antes de crearnos, Jesús se hace hombre para que nosotros nos hagamos un poquito Dios. No es tan extraño. Evidentemente, él había resucitado. No tenía necesidad de dormir, ni de comer; no se cansaba. Esas categorías ya las tenía superadas, pero participar era absolutamente importante.
-¿O sea que Jesús, después de resucitado, sólo tiene necesidades espirituales?
-Es el planteamiento de mi novela, sí. Un Jesús que ha resucitado, pero que todavía no ha ascendido a los cielos. Es decir, que ya no está vivo en el sentido físico y mortal de la palabra (no necesita dormir, pero puede viajar, por ejemplo, trasladarse de un sitio a otro), en cuanto a las categorías del cuerpo.
-¿Y no juega un poco con eso, tu personaje?
-Sí, claro, Jesús gasta bromas. Yo me imagino que también lo haría, si tuviera esa capacidad. Sería divertido. Pero, en cuanto a las categorías del alma, determinados aspectos (como la nostalgia, el temor, el cariño, el enfado, las dudas…) siguen vivos. Porque Jesús sigue siendo humano, todavía no se ha ido del todo. Y tiene deseos.
-¿Su duda fundamental es su relación con María Magdalena, que recorre toda la novela?
-Sí. El Jesús de mi novela tiene nostalgia de la cierta humanidad que, mientras estuvo vivo, no pudo tener porque estaba consagrado a un objetivo, a cumplir los deseos de su padre. Entonces, al regresar de la muerte, piensa «¿Por qué tengo que irme otra vez, si ya he cumplido? Estos son mis amigos, ésta es mi familia, ésta es la mujer que quiero, ésta es mi madre…». Se pregunta por qué no puede quedarse, formar una familia… algo que no es malo. Nuestra institución, que es la que más defiende a la familia, parece que tiene un velo de silencio respecto a si Jesús tuvo una familia.
-Pero tú mismo, en tu novela, dejas todo eso en meras dudas.
-Pero la decisión que toma al final no la toma él solo. La decisión final de Jesús no es sólo de Jesús. Creo que al final tiene que tomarla un poquito a su pesar.
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A veces se nos olvida la sana indignación de salir a la calle y dar razón de la fe sin sentirse un bicho raro
A veces te llegas a preguntar qué podría pasar si Jesús apareciera en la Iglesia de hoy
Creo que Jesús se enfadaría mucho al ver que el gran símbolo de su muerte y resurrección son las cruces en lo alto de grandes edificios
Si pienso en Jesús y en el Vaticano, me viene a la memoria el pasaje de los mercaderes en el templo
Si Jesús visitara hoy el Vaticano, no le dejarían entrar con sandalias
Jesús se hace hombre para que nosotros nos hagamos un poquito Dios
La Iglesia, que es la que más defiende a la familia, guarda silencio respecto a si Jesús pudo tener la suya