Si creemos sin razonar, al final acabamos creyendo en cosas que no son propiamente humanas
(Jesús Bastante).- Sixto J. Castro es fraile dominico por vocación y por voluntad. Es profesor de Estética, de Teoría de las Artes, de Teodicea, y director de la revista de Estudios Filosóficos. También es traductor de uno de los mejores filósofos de la religión contemporáneos. Su último libro lo ha publicado San Esteban, y se llama «La lógica de la creencia«.
¿De qué trata el libro?
Intenta demostrar que la creencia no es un ámbito de irracionalidad, ni mucho menos, sino que tiene su propia lógica, su propio logos, que no es incompatible con la razón, ni mucho menos. En el subtítulo dice que es una filosofía tomista de la religión, pero que nadie se piense que se va a encontrar solamente a Tomás de Aquino. Lo que pretendo es que el lector encuentre a Tomás de Aquino en diálogo con los pensadores contemporáneos.
¿Es lógica la fe?
Tiene su lógica. La lógica es un conjunto de reglas del pensamiento. Hay distintos tipos de lógicas, y en la medida en que estemos aceptando unos postulados o unos axiomas, podremos aceptar ciertas cosas o no. Los filósofos discuten mucho a cerca de esto, y yo lo debato también en el libro. Pero la fe y, en general, la creencia (que son dos cosas distintas) no son irracionales, ni mucho menos. Quizá no se pueden someter a ciertos dictados de ciertos tipos de razón, pero no son los únicos.
¿Una fe no razonada nos acaba llevando a fundamentalismos?
Ciertamente. Hay posiciones fideístas (como Pascal o Kierkeegard, o el mismo Karl Marx), y algunas de ellas son sumamente respetables. Consideran que la creencia no tiene por qué rendir cuentas a la razón, sino que simplemente confía en una revelación. Pero tampoco serían irracionales. Hay distintos tipos de fideísmo, que puede llevarnos a posturas extremas, pero no tiene por qué. Aquí radica en cierto modo la cuestión de la creencia. Hay actores contemporáneos que dicen que ciertos postulados podemos darlos por puntos de partida, como por ejemplo la creencia en Dios. Hay un autor norteamericano que dice que no tenemos por qué justificar la creencia en Dios, porque es lo que él llama una «creencia propiamente básica». El ámbito de la fe no se limita a la creencia. Muchas veces hemos convertido la fe en un conjunto de proposiciones, y ciertamente es algo más. No se limita al credo religioso. Alguien puede asumir racionalmente el credo cristiano, y aun así podríamos decir que no es cristiano.
¿Es posible creer y no tener fe al mismo tiempo?
Eso es. Tomás de Aquino discute sobre si los demonios tienen fe. Porque hay una distinción clara entre fe y creencia, y distintos tipos de aproximación. Un autor distingue tres tipos de planteamientos, que son el tomista, el luterano y el pragmatista, y cada uno de ellos tiene consecuencias distintas. Con lo cual, no podemos desligarlas, pero una no se reduce a otra.
¿Tanto la fe como la creencia deberían tener un componente de lógica?
Sin duda. Y de racionalidad. Prácticamente todas las disciplinas parten de una serie de creencias que no se fundamentan. Los principios (como decía Wittgenstein) detrás de los cuales no se mira. Asumes los principios, y a partir de ahí construyes. Detrás no puedes mirar.
¿Y cómo encaja el concepto de obediencia en una creencia razonada? ¿La obediencia ciega no es creencia mal planteada?
Ahí me pillas. Ciertamente, no está basada en el discernimiento. Yo tengo que reivindicar aquí nuestra tradición dominicana. Desde el principio, lo que hicieron los grandes pensadores como San Alberto o Santo Tomás fue tratar de demostrar que fe y razón no se excluyen. Lo que se ha llamado «la fe del carbonero» obviamente es posible porque la Iglesia en último término es una comunidad donde, en muchas ocasiones, nos prestamos ayuda unos a otros. No todo el mundo tiene que dedicarse a estudiar hasta el último término la razón para fundamentar su fe. Hay momentos en los que uno busca auxilio en aquellos expertos. Pero, tomar por principio aquello de creer sin más, sin razonar, evidentemente no nos lleva muy lejos, porque al final acabamos creyendo en cosas que no son propiamente humanas. Varios autores defienden que tratar de abdicar de la razón no sería excesivamente cristiano, porque Dios no nos puede pedir abdicar de algo que Él ha puesto en nosotros. Por tanto, hay que razonar, y llevar la razón hasta donde podamos. Y sacar las consecuencias que tengamos que sacar.
¿En todos los ámbitos de la creencia y la religiosidad? ¿Por ejemplo, en la resurrección, la vida en el más allá, el problema del mal…? ¿También eso se puede razonar? ¿Hay ciertos aspectos de la fe que no pueden demostrarse? ¿Hay que aceptar algunas no-respuestas?
Hay elementos que, en principio, no se dejan someter a prueba. Y son buena parte de las cosas de la vida. Esto lo han dicho filósofos muy grandes. Pero sí que se puede mostrar de algún modo la racionalidad de ese tipo de cosas. Un filósofo inglés demostró hace unos años, con una probabilidad del 96% que la resurrección aconteció. Lo que hizo fue aplicar una serie de elementos de la teoría de la probabilidad para demostrar que eso no es algo irracional. Probablemente no se va a demostrar la resurrección, ni la existencia de vida más allá. Pero lo que tenemos que hacer los filósofos de la religión cristianos es demostrar que eso no atenta contra la razón. Puede atentar contra determinados modelos de racionalidad, pero eso ya es una cosa distinta.
¿Cómo vivís los filósofos esa tarea de conciliar la razón y la fe, en una sociedad y en una Iglesia donde, en muchas ocasiones, la brecha entre ambas realidades es bastante tensa?
Bueno, digamos que fe y razón es el gran debate del medievo, que contemporáneamente ha tomado una forma más pobre: religión y ciencia. Y no es lo mismo, sobre todo porque se nos trata de vender una imagen que no se corresponde demasiado con los hechos, que es que toda la historia de la religión es un conflicto constante con el conocimiento científico. No hay nada más lejos de la realidad. Hay muchas realidades que consideraríamos científicas que tuvieron su nacimiento en modelos o paradigmas religiosos. Pero la cuestión todavía va un poco más lejos: en muchas ocasiones hemos generado una especie de mitos, como si la religión y la ciencia fueran incompatibles. Mientras que se puede decir que, entre los científicos de primera línea, hay tanto ateos como creyentes.
¿Suelen aspirar los científicos a la relación con lo ascendente?
Sí. Hay muchos estudios al respecto. Uno, por ejemplo, dice que la mayoría de los científicos no creyentes no lo son por ser científicos, sino por otro tipo de razones. Es decir, la ciencia no conduce a creencia o increencia de por sí. Otra cosa es el materialismo, pero eso no es ciencia, es filosofía. Entonces, el debate es muy interesante en términos de fe-razón, no de religión-ciencia, que es la postura más popular en los medios (quizá porque es la que más vende, la postura de conflicto). Francis Collins, que es el director del programa del genoma humano de Estados Unidos (uno de los grandes científicos del mundo) es sumamente creyente. Y lo que él dice es que en sus experimentos ve la obra de Dios. Los mismos datos que a uno le llevan a una conclusión, a otro le llevan a otra. Los científicos están tratando de ganarse el favor de los datos para su teoría, como si pensaran que «cuando se les tortura adecuadamente, los números confiesan cualquier cosa».
¿Cómo has integrado tu pasión por la filosofía y por el conocimiento en tu experiencia de fe?
Yo creo que todo el mundo debe comportarse como un filósofo. Tomás de Aquino decía que la viejecilla que tiene una relación con Dios y se pregunta cómo será, o qué le espera, ya está haciendo teología. De igual modo, yo creo que, cada quien en su nivel, todos hacemos una cierta teología o una cierta filosofía. Tratar de racionalizar, e conceptualizar o de comprender hasta donde se pueda comprender, es pensamiento. Hay muchas cosas que no se pueden comprender, y no me refiero al misterio de entrada. Wittgenstein decía que se puede considerar que algo es misterioso como punto de partida, abandonarlo y no seguir pensando, o llegar al final del proceso y darse cuenta de que realmente es un misterio. Las respuestas fáciles no son bienvenidas. Para el mal, por ejemplo, no hay respuestas fáciles. En muchas ocasiones no nos queda más que callar, pero esto no significa que no podamos pensar en torno a todo ese tipo de cosas.
¿Lo importante es avanzar, entonces?
Efectivamente. Uno no tiene por qué tener la respuesta para todo. Hay cuestiones que no se dejan responder, y en ocasiones eso es bueno. Encontrar una definición, en último término, supone acotar un objeto. Y el caso que estamos tratando (la creencia en Dios), no es un objeto.
Hay un teólogo inglés, dominico, que interpretó a Tomás de Aquino diciendo que Dios y el mundo no suman dos. Es decir, que no son dos entidades de la misma naturaleza. Por tanto, en muchas ocasiones tenemos que adoptar la actitud de adoración o «abrumación». Cuando explicaba teodicea, siempre acababa saliendo la palabra misterio, y algún alumno me decía: «¡Claro, es que ésa es la respuesta fácil!». Y yo le contestaba: «¿Te parece que es la respuesta fácil, después de seis meses discutiendo constantemente textos?».
Yo también explico Estética, y todos los alumnos, el primer día, creen saber qué es el arte. En cambio, comenzamos a discutir, y nos damos cuenta de que no llegamos a una conclusión. Wittgenstein pone un ejemplo con el tiempo, porque a todos nos provoca una profunda zozobra no saber qué es el tiempo. Pero, a la hora de definir, como no es un objeto que tengamos cotidianamente delante (como una silla), sólo podemos llegar a una cierta intuición. Como con lo divino. Pero yo no sé si lo divino es necesario definirlo.
¿Tienen más valor las percepciones, las sensaciones y los sentimientos que las definiciones?
Claro. Unamuno no pedía razones sobre el sentimiento trágico de la vida. Las razones son razones. Él aspiraba a otra cosa. Y por eso no hay que pensar que Unamuno es irracional. Simplemente colocaba determinado tipo de razón en determinado lugar.
¿Hay algo más humano que la búsqueda de la divinidad?
Los textos entran al detalle de cuestiones muy específicas y muy técnicas, pero, en último término, todos esos tecnicismos se enfocan a analizar cuestiones que todos tenemos en mente.
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