Uno de los privilegios de nuestra vida monástica, es tener a nuestro alcance ese ritmo del silencio, que nos hace capaces de penetrar en los bellos espacios de la palabra y del misterio
(José Alegre, abad de Poblet).- Querida N.: Una persona amiga me decía en una de sus cartas que me mandaba «silencios» del color de la esperanza. Que nunca aprendió bien esto del silencio, como para practicarlo; pero parece que me ha llegado el momento en que le enamora el silencio. El momento y la urgencia de vivir el silencio. Y añade esta experiencia:
«El silencio del brote de una flor. Cuando abro la ventana, 6’30, contemplo una cala blanca y hermosa. Acaba de florecer. ¡Qué silencio la hace brotar! Me gustaría que la vieras».
Hay muchos silencios que hacen brotar belleza. Quizás para ti esa flor es única. Me ha recordado aquella «flor única» que tenía el protagonista de ese delicioso libro que es El Principito. Es belleza el recuerdo y la preocupación por su flor. Descubrirá después que su flor no es única, pero será siempre única la relación con «su flor»
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