Fernando Lugo ha aceptado el juicio del senado de su país y se ha retirado. Es algo que le honra.
(Martín Gelabert, op).- No es fácil decir algo acertado cuando uno no conoce bien las situaciones. Pero hay dos cosas que me han llamado la atención en la prensa de Lima a propósito de la destitución de Fernando Lugo como Presidente de Paraguay.
En «La república» se pueden leer estas declaraciones de un miembro del Frente Guazú: «La fue difícil sacarse la sotana. Veía con bondad a todos los rivales, como si fueran feligreses. Apelaba a la bondad de las personas sin tener en cuenta que muchas de esas personas tienen intereses muy grandes y poderosos». En «El comercio», tras recordar que Lugo fue el obispo de los pobres, se añade que «los escándalos de paternidad minaron su popularidad y su imagen de gobernante honesto».
No hay incompatibilidad entre ambas cosas: ser una persona buena y confiada, querer favorecer a los pobres, y provocar escándalo por cuestiones de sexo. ¿Ambas cosas explican la caída de Fernando Lugo? Me parece un poco simplista afirmarlo, pero en todo caso, indican una dirección que retrata algunos aspectos de su personalidad que, quizás, han podido influir en su caída.
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