Sea expresamente religiosa o no, la espiritualidad dota de sentido y significado a la vida humana
(Agustín Ortega)- En la actualidad, la filosofía, el pensamiento en general- incluido la teología- y las ciencias sociales o humanas, por ejemplo la psicología: están promoviendo un enfoque de desarrollo humano, liberador e integral. Esta perspectiva del desarrollo abarca las constitutivas, diversas e inter-relacionadas dimensiones o capacidades de los seres humanos. Tales como lo psico-personal y lo comunitario, lo cultural y lo sociopolítico, lo ético y lo económico, lo ecológico y lo trascendente-espiritual.
Efectivamente, cada vez se va tomando más conciencia de la importancia y significatividad que ha tenido y tiene esta dimensión globalizadora de lo trascendente y espiritual, para la vida de las personas y los grupos humanos o sociales. Sea expresamente religiosa o no, la espiritualidad dota de sentido y significado a la vida humana.Contribuye decisivamente a la salud y al desarrollo integral de las personas, a su realización y felicidad. Sentimientos, valores o virtudes y experiencias como el amor y la fraternidad, la compasión y la solidaridad. Como la justicia social, liberadora desde y con los empobrecidos (excluidos, oprimidos y víctimas), la paz y el perdón, la fe o confianza y esperanza: son los ingredientes imprescindibles que dan sustancia a un proyecto de vida feliz, con sentido; que capacitan y posibilitan una existencia entusiasmante, con motivación, coherencia y madurez.
Esta propuesta de vida con sentido, feliz e inteligente en el amor y compromiso solidario por la justicia con los empobrecidos es, pues, el antídoto o protección contras las diversas patologías que asolan a nuestras sociedades, humanidad. Incluso a muchas de nuestras comunidades espirituales, religiosas o iglesias. Tales como el vacío existencial y la depresión, la ansiedad o el suicidio, las adicciones y la violencia, los abusos y fundamentalismos o integrismos diversos, la indiferencia o complicidad ante el mal y la injusticia etc.
Así, esta inteligencia emocional o sentimental, ética-antropológica y trascendente es una inteligencia espiritual y mística en el amor y en el perdón, en la solidaridad y la justicia con los empobrecidos: permite afrontar e irnos liberando de todas estas patologías; nos sana y libera de todo sufrimiento e injusticia, del mal y de la muerte en todos los sentidos. Nos abre las posibilidades de ir examinando o valorando y discerniendo desde la realidad (humana social e histórica), que es lo que promueve los dones y frutos espirituales. Como son el amor y la defensa o promoción de la vida, la dignidad y la justicia, la paz., la humildad y el perdón. Y, así, irnos sanando liberadora e integralmente de todo aquello que impide la vida y el amor, que genera injusticia y violencia, odio, exclusión y muerte.
De todo lo anterior resulta que habrá que evitar dos posturas vitales o psicológicas, epistemológicas y éticas, muy extendidas hoy en nuestra cultura post-moderna y mundo capitalista. Nos referimos al relativismo y el fundamentalismo.
El relativismo lleva al sin sentido y a la indiferencia ante la vida, antes los retos, problemáticas e injusticias o males que asolan nuestro mundo; incluso al cinismo e hipocresía que todavía nos envuelve más en dicha injusticia y mal. Es la actitud relativista del no puedo conocer nada, no hay nada o casi nada real o cierto, verdadero. Y, co-relativamente, se puede hacer muy poco o nada, no se puede cambiar el mundo, no se puede transformar la historia.
El fundamentalismo e integrismo lleva a la sin razón (cerrazón), al purismo estéril y sectario, a la exclusión de los otros y de lo otro. Nos sepulta en el fanatismo, odio e incluso en la violencia en sus diferentes formas. En realidad uno y otro, relativismo y fundamentalismo, convergen y se alimentan de la egolatría, del individualismo e insolidaridad. Donde no se conoce ni se experiencia el amor real, el mirar y ser mirado, escuchar y ser escuchado, dialogar e inter-relacionarse con los otros desde el amor y la justicia, la paz y el perdón. No se comprende ni asume la diversidad e inter-relación de las constitutivas dimensiones de lo humano, de la realidad social e histórica.
Porque, frente a lo anterior, se trata de discernir con los otros y con la realidad de forma humanizadora, crítica y ética. Acogiendo y valorando la diversidad de estas dimensiones o matices de la vida y de la realidad, todo lo bueno, bello y verdadero de los otros, de la realidad e historia. Y, asimismo, irnos corrigiendo fraternalmente y liberándonos de todo aquello que nos deshumaniza, que nos causa daño y mal, que no promueve la fraternidad y la justicia con los empobrecidos.
En todos nosotros co-influyen esa parte relativista y fundamentalista que están inter-relacionadas, esa raíz egolátrica e individualista que en nuestra época moderna y contemporánea fue promovida, sobre todo, por la cultura burguesa, por el (neo-)liberalismo/capitalismo, lo que dio como resultado lo peor de la primera y segunda (o post) modernidad: estas tendencias individualistas, relativistas y fundamentalismos o totalitarismos-monismos varios, que han impregnado nuestro mundo e historia.
Que son si no el capitalismo, totalitarismo-monismo del individualismo economicista, del fundamentalismo del mercado y de la competitividad, que impide la justicia y la igualdad. El colectivismo, totalitarismo-monismo del estado o partido como el leninismo-estalinismo, que socava la libertad y la participación.
Los diversos fascismos, racismos o nacionalismos excluyentes, totalitarismos-monismos de la raza y de la nación. El machismo, totalitarismo-monismo patriarcal del sexo masculino (que puede dar también, como reverso, el hembrismo o cierta ideologización de género, el totalitarismo del sexo femenino o mi deseo absoluto de orientación sexual). El fundamentalismo e integrismo religioso, totalitarismo-monismo de una única (un monopolio de la) experiencia religiosa o eclesial excluyente, violenta con las demás.
Como se observa, el fondo de todos estos totalitarismos e injusticias está en no partir de una espiritualidad o metafísica y antropología integral, la cual contemple y asuma dicha diversidad de las dimensiones y matices de los seres humanos, de la vida y de la realidad humana e histórica (corporal, pisco-afectiva, cultural, ética, social, espiritual…), de los sentimientos y valores como la justicia y la libertad.
Lo que a su vez, co-relacionado con lo anterior, puede realizar una realidad o mecanismo muy sutil que es el de la ideologización, el cual consiste en tergiversar cualquier ideario religioso, espiritual, ético y social, convirtiéndolo en un sistema hermético, cerrado y excluyente. Y manipulándolo según mi conveniencia e intereses o los de mi grupo, partido, etc.
La ideología no puede nunca estar por encima de los sentimientos, valores y principios éticos y espirituales. No puede imponerse al amor y a la justicia, al bien común y a la paz, a la fe y la esperanza (la vida ética y espiritual), que son las claves y criterios de discernimiento. Esto es, la guía para valorar u orientar cualquier ideología, todo ideario moral o religioso.
Cuando así sucede se produce dicha ideologización de la vida y de la realidad. Y, por tanto, no se conoce ni se comprende el sentido y significado profundo, verdadero de la realidad, de la vida y de la historia. Se excluye a los otros, no se asume lo bueno de cualquier realidad. Se es ciego, según mi conveniencia e interés, ante el mal y la injusticia. La verdad, lo bello y el bien, lo solidario, ético y liberador, venga de donde venga: es fruto del Espíritu.
A su vez, hay que denunciar y comprometerse frente a todo mal e injusticia, frente a toda agresión hacia la vida y dignidad de las personas, proceda de donde proceda. Superando así la cerrazón y fanatismo de los grupos, corrientes, sectores…, sean los que sean, allí donde se den cualquier patología o mal, con una actitud comunitaria y fraterna.
Desde todo lo anterior, se posibilita un autentico diálogo y encuentro cívico, ético y social, inter-cultural, inter-espiritual e inter-religioso. En una convergencia o sintonía mutua, común en las imágenes (comprensión) del ser humano, de la cultura y de la ética, de lo espiritual o religioso (de Dios): su auténtica imagen o rostro (su entraña más profunda) es el amor y la fraternidad solidaria; es la paz y la justicia liberadora con los empobrecidos, el perdón y la reconciliación entre el ambiente (ecología ambiental), los grupos humanos y pueblos (ecología social) y lo personal o trascendente (ecología mental y espiritual). Lo que da lugar a un desarrollo integral. A una ecología global y a una ética mundial, a una meta-cultura y ecumenismo eclesial y espiritual, que se encuentran en el compromiso por un mundo más justo y fraterno desde los pobres. En el respeto a la diversidad y (en) la unidad, en la comunión.
Se trata de desarrollar el ecumenismo mundial o comunión global en la civilización del amor, la compasión (misericordia) y la solidaridad liberadora con los empobrecidos. Frente a todo relativismo y fundamentalismo, a todo nihilismo y fanatismo. Ya que el amor en la paz y la justicia no se evade o niega la verdad real, la realidad humana, social e histórica, global y trascendente, en todas sus dimensiones (relativismo o progresismo). Ni permanece acomodado, cerrado o inmóvil ante esta realidad diversa (fundamentalismo o conservadurismo), ya que el amor y la justicia siempre dinamizan transformadora, liberadora y trascendentemente esta realidad histórica y espiritual.
Todo lo que hemos dicho hasta aquí, como indicamos al principio, se encuentra en lo mejor y más significativo de la historia de la filosofía y de la teología (con sus diversas tradiciones y experiencias espirituales), del pensamiento en general, de las ciencias sociales y humanas. Y, desde nuestra fe cristiana y católica, cristalizó y converge en ese acontecimiento o fruto del Espíritu que fue el Concilio Vaticano II.
Como nos muestra nuestra comunidad, la iglesia, el Vaticano II es la guía y brújula para caminar, en la fe, por la realidad histórica del nuevo siglo y milenio, ya empezado. Unas iglesias y una humanidad, pueblo de Dios, diverso y unido que camina en la historia, al servicio de todo lo bueno, verdadero y bello del mundo. En la comunión y fraternidad, en el testimonio del amor fraterno, solidaridad y justicia con los empobrecidos (pobres). Frente a cualquier mal e injusticia, frente al poder y la riqueza.
Humanidad salvada y liberada integralmente en Jesús, Dios y entraña-paradigma de la vida humana y espiritual. Vida plena y eterna desde la santidad del amor y la justicia con los pobres.
Todo ello es el fruto espiritual del Concilio, que es clave permanente para el discernimiento en la vida de la iglesia, en la humanidad y el mundo. ¡Ojalá demos frutos espirituales de amor, justicia y vida en abundancia, desde los pobres, como el Dios del amor, de la vida y de los pobres que se nos revela en Jesús y su Espíritu!