La ciencia podría ayudar a la religión a librarse de los prejuicios y supersticiones que alimenta la ignorancia, y la religión devolverle el favor señalándole los límites éticos
(Ramón Baltar).- Confirmar los genios del CERN el gran descubrimiento de la huidiza partícula y salir en tromba los apologetas, escalafonados y de lance, a advertir que eso no descarta a Dios como creador del universo, fue todo uno. Actúan como los cazadores nerviosos que disparan a tenazón contra todo lo que rebulle.
Los argumentos que dan son harto simples e impiden superar la supuesta incompatibilidad entre razón y fe. Bien mirada la cosa, no parece que deban de considerarse enemigas irreconciliables: representan dos órdenes de conocimiento distintos, tanto que de suyo no admiten solapados.
La ciencia trata de entender cómo funciona el mundo físico que nos soporta y condiciona, la religión quiere dar un sentido trascendente a la vida y acercarnos a lo inefable. La una sirve al cuerpo y la otra al espíritu, las dos al hombre en general.
Ciencia y fe comparten una limitación: ninguna de ellas puede hacer el trabajo que dejaría a la otra a sus pies. Está fuera del alcance de la mente humana, al menos en el presente estado de su evolución, aclarar enigmas como la existencia de Dios o la presencia del mal en el mundo, ya se los aborde con el rigor del método científico o con la inserción intuitiva del creyente. La afirmación de que la ciencia vale para explicarlo todo es bachillería, y que la fe sea comprensible racionalmente solo puede significar que creer no es un acto irracional. Esta es toda la cera que arde.
Muchos católicos temen que el avance imparable del conocimiento humano socave los fundamentos de la religión. Pero no es muy coherente creer que Dios dotó al hombre de inteligencia y luego desconfiar de ella por si le entra la soberbia de revolverse contra su creador. Dominar la tierra, mandato divino taxativo, obliga a intentar conocerla cada vez mejor.
La ciencia podría ayudar a la religión a librarse de los prejuicios y supersticiones que alimenta la ignorancia, y la religión devolverle el favor señalándole los límites éticos que no le cumple traspasar. Ganarían, las dos.