El caso es tan insólito, raro, insolente y hasta ofensivo para la Comunidad Autónoma de Extremadura, su Iglesia y los extremeños en general, como si, por ejemplo, la Virgen de Monserrat perteneciera a la diócesis de Zaragoza
(Antonio Aradillas).- Da la impresión de que la mayoría de los obispos, arzobispos y cardenales de España están constantemente dispuestos a proferir sermones, homilías, declaraciones o cartas pastorales que comprometen a la propia Iglesia sin qué ni por qué, y, en ocasiones, hasta con contradicciones. Sus palabras o escritos, con apasionante y reiterada mención también para sus frecuentes silencios,- cuando debieran hablar por mandado de Cristo Jesús,- siembran desasosiegos y desconciertos entre los «fieles » y entre quienes no lo son.
Con eso de que «salir en televisión» es todavía para el pueblo, signo, indicio y señal de importancia social y «profesional» -«lo ha dicho y lo he visto en televisión»-, ante una cámara, con guión o sin él, con mitra o sin ella, todo «pastor diocesano» se siente lugarteniente del Papa, y aún del mismo Dios y, revestido de autoridad soberana, proclama dogmas y preceptos, con aplicación a las realidades terrenales, de las cuales, ellos, por su estilo de vida y por vocación, se encuentra desterrados, lejanos y ajenos.
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