Y al hilo de este nuevo “año” dos interrogantes: como persona ¿te preocupa crecer en humanidad?, como creyente ¿te preocupa crecer espiritualmente?
(José Alegre, abad de Poblet).-«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo- equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
Este es el primer párrafo con el que el Papa Benedicto XVI empieza su Carta Apostólica «Porta Fidei». Ya en estas primeras palabras encontramos varias pinceladas determinantes de la vida de fe: vida de comunión con Dios, miembro de la Iglesia, iniciativa de la Palabra de Dios, camino que dura toda la vida, incorporación a la vida trinitaria divina.
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