No podemos frivolizar con la religión, porque hace 70 años en nuestro país la gente se mataba por ese tema
(Jesús Bastante).- Ignasi Moreta es director de Fragmenta. La editorial acaba de cumplir 5 años, y su marca ya se asocia «a autores buenos». Moreta sostiene que «las instituciones religiosas están en crisis, pero la religión no«, y por ello Fragmenta sigue apostando por los libros de temática religiosa, que, en su opinión, aún tienen mucho que aportar ante las preguntas humanas: «No es lo mismo buscar respuestas en un libro religioso que en la autoayuda New Age«, opina.
La editorial acaba de cumplir 5 años.
Sí, empezamos en 2007, en principio sólo en catalán, con ganas de llenar un hueco en el campo del libro de ensayo y libro clásico sobre religiones, no estrictamente confesional. Libros que puedan llegar a todo el mundo, que no excluyan al autor católico, sino al contrario, que lo represente ampliamente; pero que tampoco excluya al lector que ante el libro específicamente religioso siente cierta lejanía. Nuestros libros se pueden encontrar en las librerías religiosas, pero también en las de humanidades, en las librerías generales, en las grandes superficies, etc.
¿Es una editorial no religiosa que habla sobre la religión?
Sí. Cuando decimos «libro religioso» automáticamente se activan una serie de connotaciones que no queremos. Los libros hechos para alimentar una experiencia de fe son absolutamente legítimos y nobles, pero ése no es nuestro objetivo. Nuestra aportación son los libros que se pueden leer en el seno de una comunidad de fe, en la universidad, por parte de personas que no profesan un determinado credo, pero que consideran que la cuestión religiosa no es una cuestión banal o sólo para religiosos, sino que es una cuestión que antropológicamente forma parte de nuestra cultura, y por tanto merece una aproximación seria. Que no haya un canon, un dogma, no significa para nosotros que no haya autores mejores que otros. No todo vale. Hay muchos textos, blogs, redes sociales… Consumimos mucha información cada día. Por eso, yo creo que la tarea del editor consiste en prescribir, aconsejar una lectura. El editor asocia su marca a unos determinados autores para decirle a la gente que ese autor es bueno, que merece la pena. La idea es que la gente pueda decir «Bueno, no sé quién es Javier Meloni, pero si lo publica Fragmenta, me fío». Ése es el reto: que la marca Fragmenta se asocie a autores buenos.
¿Está ya consolidada la marca Fragmenta?
Yo espero que sí, aunque estas cosas nunca son un proceso terminado. Cada libro es un reto. En cada libro uno tiene que demostrar que ha trabajado con rigor, que ha escogido autores de primerísima línea… Estamos luchando para que la marca sea conocida y se identifique con la calidad.
¿Qué supone lo religioso hoy, en la cultura actual, en la venta de libros, en la presencia social?
Lo fácil es decir que la religión va a la baja, que no interesa, que las iglesias están vacías, que la gente no va a misa… etc. Pero a veces confundimos planos: las instituciones religiosas sí están en crisis, la confesionalidad, el relevo a las nuevas generaciones… Aquí hay un problema, y esto es obvio. Cualquier sociólogo de la religión admite que ha habido un problema de transmisión. Pero otra cosa muy distinta es la religión, la pregunta religiosa, la sed de infinito, el sentido de la existencia, la vida y la muerte… Esto no está en crisis. Y en un mundo donde las instituciones religiosas han entrado en crisis, pero donde la pregunta religiosa sigue en pie, la lectura es más necesaria que nunca. Y no es lo mismo buscar respuestas en compañía de un buen libro de Teresa Forcades, por ejemplo, que buscarlas en la autoayuda New Age, en textos de dudosa calidad.
¿Cuáles son vuestras novedades editoriales?
Estamos presentando un libro que contiene los textos del Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles, que son también de Lucas (la comunidad académica internacional admite que son del mismo autor, y el prefacio de cada uno de los dos textos o deja muy claro). Tienen un mismo destinatario: Teófilo, pero en lo que no está todo el mundo de acuerdo es en decir que son el mismo libro, que fue desgajado cuando se configuró el canon bíblico. A uno se le asignó el género «demostración» del Evangelio, la Buena Noticia; y al otro un género histórico, como si fuera el relato de las primeras comunidades cristianas.
La tesis de algunos biblistas de fama internacional a cerca de quién es Teófilo dice que fue un sumo sacerdote del templo de Jerusalén, hijo de Anás y cuñado de Caifás. Por tanto, alguien de la familia que condenó a Jesús. Entonces, la hipótesis es que esta persona, al sentir la culpa de pertenecer a la familia que mató a Jesús, se pregunta si Jesús es el Mesías o no. Y para responder a esa inquietud, encarga un peritaje, un informe, una demostración. Los peritos de la época eran los rabinos, y Lucas era su rabino de confianza. La pregunta final es si Teófilo aceptó el resultado del informe (favorable a la mesianía de Jesús). Eso no lo sabemos, pero sabemos que el texto se conservó. Si no hubiera creído lo que Lucas le transmitía, tal vez aquel informa hubiera desaparecido.
Entonces, la singularidad del volumen que publicamos no es sólo la restitución de la unidad del texto y la explicación de quién era el destinatario; sino que además lo publicamos según el códice Deza, que es un códice al que normalmente se le ha dado un importancia secundaria. Sin embargo, aunque tradicionalmente ha sido relegado, hay autores que afirman que es el más fiable. Es el más antiguo, por tanto da un texto más rudo, más primitivo. En nuestra edición, hay unos cambios muy sutiles que están indicados con notas a pie de página, y que a veces nos obligan a repensar toda la teología que se ha construido sobre el texto.
El volumen que publicamos es una traducción directa del griego, y además es una edición bilingüe, con lo cual conservamos el griego, y en la página siguiente el castellano. El libro es prosa, pero hemos mantenido unas particiones del texto que tenía el original, y que son casi prosa poética. Esto es porque, para respetar la cadencia del griego, los autores, al querer ser literales, acaban siendo poéticos. Porque la literalidad obliga a unos hipérbaton y a una alteración del orden normal de las palabras que da un resultado maravilloso. De esta forma, podemos leer un texto que ya nos suena con otra música.
Acabáis de publicar un libro con Llus Duch, a quien pronto entrevistaremos.
Sí. Él es uno de los mejores antropólogos de la religión que tenemos en España, aunque no os lo dirá. Tiene un pensamiento original, y ha creado un lenguaje para hablar de la situación del hombre contemporáneo en el mundo. Duch lo ha leído todo.
¿Montserrat a veces da genios?
Sí. A veces da personajes de una importancia brutal.
¿En qué consiste el libro de Francesc Torralba y Vicenç Villatoro?
Torralba es un intelectual católico, laico, crítico y escéptico. Tiene un cargo en Roma, es consultor del Papa en temas de cultura, y también es catedrático en la Universidad Ramón Llul. Es decir, que tiene una cátedra en una universidad católica y es consultor del Vaticano, pero tiene muy claro que ser intelectual implica ser independiente. Su obra no es estrictamente teológica, es filosófica y ética. No se mueve en un solo campo.
Villatoro, por su parte, es un intelectual ateo, que en cambio sostiene que el mundo sin religiones sería peor. Normalmente un ateo debería sostener que la religión es un desastre, fuente de guerras y de violencia; y que el mundo sería mejor sin religiones. Villatoro es metafísicamente ateo (es decir, no cree en un ser superior que haya creado al hombre, y piensa que, por el contrario, es el hombre el que ha creado una idea de Dios). Pero eso no le impide decir que esto de las religiones es un invento fantástico. Él se pasea por el mundo de las religiones como un turista. Sabe que ése no es su país, pero le gusta. Le parece que está muy bien y que ha hecho aportaciones muy relevantes.
El diálogo entre un católico independiente como Torralba, y un ateo simpatizante de las religiones como Villatoro es lo que recoge nuestro libro. Es un diálogo muy fecundo. Tal vez si hubiéramos buscado interlocutores más distanciados (un católico apostólico y romano apologético, y un ateo furibundo anticlerical) habría más espectáculo. Pero nosotros no buscamos el espectáculo, sino puntos de encuentro y discrepancia. Villatoro dice en el libro que se tratan con mucho respeto porque en nuestro país, hace 70 años, la gente se mataba por este tema. Como sucede todavía en otros países. Por tanto, es un tema con el que no podemos frivolizar ni actuar a la ligera.
Es un diálogo apasionante sobre las grandes preguntas: la ética, la estética, la religión, la espiritualidad sin fe… Villatoro dice, por ejemplo, que está muy bien que Moisés llevara las tablas de la fe con una convención escrita, pero que no era necesario que estuvieran dictadas por Dios.
Acabáis de presentar también «El sufismo», de Hálil Bárcena.
Sí. Él es un autor musulmán, y el sufismo es una corriente espiritual del Islam, mística y muy abierta con todas las religiones. El libro que publicamos es una introducción, un pequeño estudio monográfico. La gracia del libro es que combina el rigor del profesor que sabe presentar los temas de forma neutra y no implicada, sin querer convencer a nadie ni hacer apología; pero al mismo tiempo con la calidez que le da el contacto empático con el sufismo. Es posible combinar la neutralidad académica de no querer convertir ni invadir al otro, con la empatía respetuosa por el tema.
¿Cómo calificarías el libro de Pablo D’Ors, «Sendino se muere»?
Pablo D’Ors es un sacerdote diocesano que trabaja como capellán hospitalario, y que tuvo una experiencia muy singular con una enferma que era médico, y que además era una persona de una profunda espiritualidad. Una médico que de pronto se encontró pasando a ser enferma, cambiando de lugar en la mesa. Pasó de ser quien cura a los demás, a ser el personaje desvalido de la novela, que sufre y que se vuelve vulnerable frente al cáncer. Entonces, África Sendino, que era profesora universitaria, quiso legar sus reflexiones y sus vivencias para que fueran útiles a los demás. Entonces, sabiendo que el capellán del hospital era escritor (es un autor premiado que publica novelas en Anagrama y otras editoriales de prestigio), pensó que podía atenderle literaria además de espiritualmente. Fruto de esa colaboración surge el libro, que la enferma no pudo llegar a redactar. Es una pequeña maravilla de cómo vivir, cómo morir, cómo afrontar la enfermedad y el dolor.
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