El Evangelio de Jesús, por su parte, lo adelanta como exigencia y experiencia - espiritual y real - del Reino que crece
(José Ignacio Calleja).- Cuando El Colibrí nos propuso para este número de Septiembre de 2012, la cuestión del decrecimiento frente al crecimiento ilimitado, me alegré mucho, por más que reconozco mi pobre conocimiento del tema.
De hecho, aún recuerdo la primera vez que me sentí urgido a tomar en serio este nuevo paradigma de la vida social justa. Era en mi Diócesis de Vitoria, y atendiendo a las exigencias de una reciente Asamblea Diocesana, alguno de sus altos responsables me preguntó por la importancia social de este planteamiento y por mi conocimiento del mismo.
Le dije que era muy importante pero que yo lo ignoraba casi todo. Convinimos en realizar un encuentro público en la Diócesis y que ya seguiríamos dando pasos a partir de ese momento. No hemos dado pasos después, diocesanamente hablando, pero el encuentro público me enseñó dónde había una interpelación inexcusable.
La memoria de ese acto no es menor en su significado, todavía, pues allí se nos dio cuenta de un famoso Resumen, cuyo autor es Malaquías Jiménez Ramírez, del libro La apuesta por el decrecimiento de Serge LATOUCHE (Icaria, 2009), que representa una ayuda inestimable para acceder al tema y que el ponente en Vitoria, Gregorio López Sanz, a su vez, recogía en el amplio y logrado guión de su conferencia.
Evidentemente, ni el Resumen ni la Conferencia suplen la lectura del original de LATOUCHE, pero no cabe duda de que es un material impagable para muchos militantes y ciudadanos. Si los menciono aquí, dentro del texto, y no sólo a pie de página, como simple nota, es para recomendar vivamente su lectura por todos aquéllos que necesitan hacerse una idea introductoria, pero cabal y clara, de qué significa decrecimiento y en qué consiste como propuesta social alternativa.
De otro lado y hace poco, en la revista Alternativas (Revista de Análisis y reflexión teológica, Editorial Lascasiana, Managua-Nicaragua), en su número de Enero a Junio de 2012, y bajo el título, La crisis global: propuestas y alternativas, he encontrado una colaboración titulada, Bases teóricas del decrecimiento (pp 77-98), que recupera lo fundamental para hacerse cargo y encargarse de este intento. A fe cierta que el número de Alternativas recién citado es de lo más serio y sencillo, a la vez, que yo conozca sobre lo que indica su título. Y si alguien pensara que exagero, que no lo haga porque rememore la vieja duda de «si de Nicaragua-Galilea puede salir algo bueno». En fin, que a este tal le digo, «ven y lo verás». Porque de todos estos temas se va a escribir mucho, ¡ya estamos en ello!, pero quien primero lo hace, y lo hace con sencillez rigurosa, ése es un guía imprescindible.
Vuelvo al texto que he recomendado. Resumo por mi cuenta: Sabemos que el motivo de la irreversible situación en la que hemos puesto al planeta Tierra, tanto en lo que toca a la justicia social como ecológica, es el crecimiento económico ilimitado, el crecimiento por el crecimiento, y, sin embargo, nadie hace nada para cambiar esto. Ésta es la cuestión. Todas las alternativas al capitalismo global, de serlo, hallan su horizonte de interpretación en superar la sociedad del crecimiento ilimitado. Lo contrario es «más de lo mismo: por insostenible y para los mismos». Así, desarrollo sostenible, crecimiento cero, y hasta desarrollo humano y equilibrado, son términos contradictorios en sí mismos. La globalización ha sido el triunfo definitivo del crecimiento por el crecimiento, al pasar de una economía con mercado a una economía del mercado. El crecimiento por crecimiento ilimitado es verdaderamente, y ya, un arma de destrucción masiva.
Por tanto, ya tenemos los elementos fundamentales del decrecimiento; se puede decir que es una respuesta filosófica, moral y política que busca no sólo preservar el medio ambiente sino, a la vez, un mínimo de justicia social para todos. Y se puede decir que, conseguirlo, requiere ver el problema ecológico y social en su integridad, (re)conocer que hay salidas alternativas en términos de decrecimiento, y crear unas condiciones sociales que lo posibiliten. Estamos hablando, en suma, de saber, poder y querer. Estamos hablando de cambio de valores y modo de vida, de reparto de bienes y de estructuras de trabajo; estamos hablando de suficiencia para todos y de democracia; estamos hablando de vivir con menos y de manera corresponsable con la toda la humanidad. Estamos hablando de salvar las bases materiales y éticas que sustentan la Tierra y la comunidad de vida de todo lo creado, con el ser humano responsable y víctima excepcional de esta aventura.
Bien, ya he dicho en el tema lo que quería por el lado más técnico de su conceptualización y nos queda, ¡es lógico!, abundar en la importancia ética y política de lo que está en juego. Y lo que está en juego es nada menos que un modelo de producción y consumo que, asumido como ideología del crecimiento ilimitado, es insostenible ecológicamente e injusto, especialmente, para millones de víctimas sin ninguna oportunidad de vida. Por eso el decrecimiento funciona como una palabra o concepto («un obús») que rompe con el lenguaje estereotipado del sistema consumista y con la ideología de los grupos económicos más poderosos.
Y ¿nosotros? La mayoría de nosotros asumimos ese crecimiento ilimitado, con más o menos consciencia y resignación, pero lo asumimos como ideología y práctica. De hecho, basculamos entre la ignorancia y la resignación, entre el no hay otra salida y el no será para tanto, entre el yo qué puedo hacer y la responsabilidad es de los poderosos. Y la respuesta, a estas alturas de lo que sabemos en pobrezas y deterioro ecológico, es que sí es para tanto y lo es a corto plazo, y sí hay otras salidas, y técnicamente son posibles. Son políticamente exigentes, hay que reconocerlo, pues en ellas están en juego muchos intereses y renuncias, pero son posibles. Y están en juego esos intereses no sólo por lo que supone de superación de la extrema desigualdad que acompaña al desarrollismo actual, sino porque significa asumir otra mentalidad en valores éticos y culturales, otro modo de ver la vida y de vivirla, otro reparto del poder social y del trabajo. La máxima de que «con menos y de otra manera, hay para todos y aún sobra», es muy hermosa, pero la mente y las propiedades se nos resisten a darla por buena.
Sigamos. Nadie debe identificar decrecimiento con pobrezas y carencias básicas para todos nosotros, gentes del Norte y del Sur, sino con suficiencia de bienes para todos, a la medida de los humanos, de la humanidad como familia, y de la Tierra como casa común; no es la socialización de la escasez, por tanto, sino la solidaridad responsable en el bienestar. La cuestión es no confundir bienestar con bientenerlo todo. En este sentido, y contra lo que pudiera parecer, importa mucho el cambio personal en actitudes y valores sobre el desarrollo y en actuaciones personales coherentes con esa nueva conciencia social. Haz gestos, – que se dice -, que los pequeños gestos ayudan a cambiar el mundo (consume menos y comparte, intercambia, auto-produce…). E importa mucho, y a la par, la lucha social y política por renovar las estructuras (propiedad, producción, relaciones sociales, cultura y religión, Estado, mercado), y encarnar en el modelo social esos compromisos personales.
Una vez que entramos por el camino filosófico, ético y político del decrecimiento, nadie debe pensar sin contradecirse, – hemos visto -, en alternativas políticas y económicas basadas en el crecimiento ilimitado; el crecimiento económico siempre es finalmente insostenible. Y en este sentido, también, y por ser un aspecto en el que la Doctrina Social de la Iglesia está insistiendo mucho, merece pensarse que los teóricos del decrecimiento creen más en la democracia local, como factor de alternativa política, que en una democracia universal que facilite un mundo sostenible y más justo para todos. El decrecimiento desconfía de que los poderosos del desarrollo permitan una democracia universal comprometida con la justicia sostenible.
En suma, la idea de que crecer indefinidamente para vivir mejor es posible y que esto siempre es progreso, la pretensión de que más siempre es mejor, la máxima cultural de que si la técnica lo sabe hacer, es legítimo hacerlo, la idea de que el sistema sólo puede recortar las pobrezas si crece para repartir por interés la riqueza sobrante, la noticia de que decrecimiento es retroceso en la satisfacción de las necesidades básicas, la visión de que el Sur es una situación peculiar más que una relación de dependencia … y tantos otros lugares comunes de la ideología del crecimiento por el crecimiento, son cien por cien criticables. La razón humana ofrece motivos sobrados para hacerlo y vías alternativas de mejora sostenible para todos. El Evangelio de Jesús, por su parte, lo adelanta como exigencia y experiencia – espiritual y real – del Reino que crece.