Pablo de Tarso fue el primer teólogo del cristianismo
(Agustín Ortega)- Hoy en día la figura de Pablo de Tarso y su mensaje, por ejemplo su Carta a los Romanos, es muy significativa. Ya que ha sido hoy acogida y actualizada por la filosofía, con relevantes pensadores de nuestra época.
Los escritos paulinos, como las Cartas a los Gálatas, Filipenses, Corintios o a los Romanos son textos esenciales para entender nuestra cultura y han marcado la historia y el pensamiento, tal como la conocemos.
Se han dicho de Pablo muchas cosas, algunas de forma errónea. Tales como que fue el fundador del cristianismo, que tergiversó o se apartó del mensaje de Jesús, etc. Nada más lejos de la realidad. El fundador de la fe cristiana, es decir, su fundamento o entraña está en la vida y Pascua de Jesús de Nazaret. Y ést corazón de la fe es lo que, permanente e incansablemente, Pablo vive y transmite.
Es verdad que, cuantitativamente, en Pablo no tiene tanta relevancia el Reino de Dios, centro de la vida de Jesús. Pero como estudios actuales muestran, el Reino de Dios sí está presente de forma cualitativa en Pablo.
Por razones teológicas y circunstancias culturales o sociopolíticas, Pablo ahora se concentra en una clave más antropológica-teologal, la persona del Reino. Pablo de Tarso, se podría decir así, fue el primer teólogo del cristianismo. Es decir, intentó transmitir de forma espiritual y teologal, en la cultura e historia de su tiempo, la experiencia que tuvo de Jesús y su Pascua.
Jesús había anunciado y realizado el Reino de Dios. Esto es, el Don de la actuación e intervención de Dios Padre en la historia, para salvarla en el amor, la vida y la justicia con los pobres. Y liberarla así de todo sufrimiento y mal, injusticia y muerte.
Como se observa y nos ponen de relieve los actuales estudios bíblicos-teológicos, el Reino de Dios tiene un carácter público y sociopolítico. Ya que pretende configurar y renovar de forma salvadora-liberadora, en el amor, la paz y la justicia con los pobres los corazones y las conciencias, las relaciones e instituciones (leyes, estructuras…) de todo tipo; como son las culturales y económicas o sociopolíticas, que rigen los pueblos o ciudades (polis) de la tierra.
El Reino de Dios se realiza ya en el mundo y en la historia, por la vida y Pascua de Jesús, el Dios encarnado. Cuya fraternidad y amor, justicia con los pobres y promoción de la vida culmina en la plenitud del tiempo histórico, en la vida plena-eterna. Cuando Dios Padre en Cristo y su Espíritu lo recapitule todo en el amor.
Pues bien, toda esta entraña de nuestra fe, que se revela en Jesús y su Reino, Pablo la acoge y la transmite, como ya dijimos, con una perspectiva más antropológica-teologal. Para que el don del Reino de Jesús y su amor se manifieste (la gracia), hay que acogerlo y adherirse personal-comunitariamente a él (la fe), que actúa en el amor y servicio universal, a todos los seres humanos sin discriminación alguna.
Es la humanidad nueva del Reino, la comunidad mesiánica de los hijos de Dios en la fraternidad, amor y servicio que es libre y liberadora de la esclavitud y del pecado, de la ley y de la muerte. Esto es el corazón del Evangelio de Pablo, que como se ve no es otro que el Evangelio de Jesús, en su seguimiento y experiencia del Crucificado que resucita y nos resucita (salva y libera) con Él.
La experiencia espiritual y teologal (teología) de Pablo es cristocéntrica, porque está fundada en Jesús; soteriológica, ya que nos trae la salvación liberadora e integral; y staurológica. Ésta salvación liberadora es el don (gracia) de Jesús Crucificado y su Pascua, lo cual es la entraña de la espiritualidad y teología paulina.
Se podrá observar claramente todo el significado social y político que tiene la enseñanza de Pablo. Cuya raíz es el don de la gracia, acogido desde la fe en Cristo y en su comunidad o asamblea (iglesia) de fraternidad, amor y servicio que es libre y liberadora de toda ley e injusticia, de todo pecado y mal que da muerte y oprime al hombre. Lo que, como nos muestra Pablo, nos libera de toda esclavitud, dominación e injusticia o desigualdad.
En Cristo y su Espíritu, se terminan las divisiones y exclusiones por razón de religión y raza, de nacionalidad o sexo, cualquier desigualdad socio-económica o política.
En este sentido, para todo estudio, como el bíblico o teológico, hay que tener en cuenta el contexto social y antropológico, cultural y político en que se inserta. Y para ello la utilización de las ciencias sociales, como la antropología, la psicología o la sociología es muy importante.Tal como se realiza hoy en los estudios de Jesús, de Pablo y, en general, de los orígenes del cristianismo. Y este contexto es el de la cultura y sociedad mediterránea (como los pueblos judíos o greco-romanos) del siglo I, que está dominada por el valor o principio del honor.
Las personas buscan sobresalir en honores y prestigio, fama y fortuna a través de la posición religiosa, social o política, es decir, básicamente a través del poder y la riqueza.
Evidentemente, una sociedad y pueblos configurados así, en esta clave del honor, es lo más contrario al Evangelio del Reino. Ya que causa pecado y mal en forma de egoísmo, de idolatría de la riqueza y del poder. Y se opone, por tanto, a la entraña de la fe cristiana, al Dios del amor y del servicio, de la paz y la justicia con los pobres, tal como se nos Reveló en Jesús.
Efectivamente, estos ídolos egoístas del poder y de la riqueza causan sufrimiento, injusticia y muerte, que atentan contra el amor, la vida y dignidad del ser humano. Tal como se ejemplificaba y estructuraba, paradigmáticamente, en la ley e instituciones judías (como el sábado o el templo) y en el imperio-sistema romano: fueron los que cruficificaron a Jesús, que entregó su vida en fidelidad al Reino/Padre. Esto es el núcleo de la enseñanza de Pablo.
La humanidad con su ley o sistema, ya sea judío o romano, que no está cimentado en el don del amor y la justicia con los pobres. Y que se configura y estructura, por tanto, en la idolatría del intercambio e interés (te doy para que me des, si te doy me das…), de la dominación e idolatría del poder y la riqueza: va en contra del Evangelio de Jesús; causa mal y muerte, divisiones e injusticia con los seres humanos, genera pobres y víctimas en serie.
De esta forma, Pablo contrapone la espiritualidad del Crucificado, Dios y su amor o servicio y justicia con los pobres (débiles y excluidos, marginados y víctimas), frente la cultura mediterránea del honor (poder y riqueza) que domina, oprime y da muerte. Tal como estaban establecidas en la ley judía y la sabiduría (cultura y sistema) greco-romano.
No olvidemos, en este sentido, la alianza y maridaje entre las instituciones o grupos de poder judíos (como los saduceos y el templo) con los romanos (el César y sus gobernadores como Poncio Pilato): ellos, por oponerse al don del Reino en Jesús, fueron los responsables y causantes principales de la crucifixión de Cristo Jesús.
Resaltamos, desde todo lo anterior, que la separación entre religión y política, que daría lugar a la religión burguesa (intimista e individualista que se desentiende de lo público o del bien común), es una invención de la era de la ilustración burguesa. Como hemos indicado ya, para un romano o un judío, como Jesús o Pablo, era impensable (es anacrónico) que la experiencia de Dios, su mensaje y plan o proyecto salvador y liberador para el mundo y la historia no configurase la vida y las relaciones, las leyes e instituciones o sistemas culturales, sociales o políticos.
En este sentido, el emperador romano con su imperio y leyes o sistema estaba divinizado, se les tenía que dar culto y acatar sumisamente. Los primeros cristianos y sus comunidades, como los evangelistas y Pablo, se enfrentan a toda esta idolatría de la ley judía o del emperador e imperio romano. Ya que imponen su poder, dominación y sus leyes por encima del Reino (del Plan o Ley) de Dios, de su amor, paz y justicia con los pobres. De ahí que, como imperaba en aquella época, a las buenas noticias (evangelio, que decía la propaganda romana) que traía el emperador y el imperio, se le contrapone el Evangelio de Jesús. A la sabiduría de los poderosos y acaudalados, la ciencia del Crucificado que se realiza en la debilidad liberadora de los pobres y excluidos. A la exaltación del emperador con su imperio, el abajamiento (kénosis) de Jesús el Pobre y Crucificado con los esclavos u oprimidos y víctimas, que así nos salva y nos hace hijo-fraternos en el Hijo y Hermano Jesús. Tal como nos muestra todo ello Pablo en sus escritos.
Jesús y Pablo no es que estén contra la (cualquier) ley, la autoridad o el sistema porque sí, porque la ley y autoridad o sistema de suyo (por esencia) sea perverso o injusto. Eso es otro anacronismo y que está lejos de lo mejor de la sabiduría o cosmovisión semita.
La espiritualidad o antropología y ética hebrea comprenden al ser humano en inter-relación inseparable con la comunidad o pueblo, con su realidad social e histórica. Debido a su inter-relacionalidad, sociabilidad comunitaria e historicidad, el ser humano se encuentra en el marco de estas relaciones, leyes e instituciones que posibilitan esta vida y destino común del pueblo. Tal como ha querido Dios con su alianza, ley y creación.
Al igual que los profetas- tradición profética en la que se insertan-, Jesús y Pablo se oponen a las leyes, a la autoridad y al sistema cuando va en contra del Plan/Reino de Dios, cuando atentan contra el amor y la justicia con los pobres, contra la vida y dignidad del ser humano. Tal como se habían degenerado y corrompido la ley judía o romana.
Por ejemplo, el derecho romano (del que todavía nosotros vivimos en buena medida) es profundamente injusto y desigual. Con su apariencia de (abstracta) imparcialidad, privilegia y beneficia a los más ricos, sacraliza las posesiones y la propiedad (privada) que eran un derecho intocable.
Al contrario, Pablo, al igual que Jesús y toda la tradición bíblica, entiende la justicia como don y amor que se realiza concreta, social e históricamente en la restitución del mal e injusticia cometida, en el restablecimiento del ámbito de bondad, vida y derechos o bienes que han sido expropiados a los pobres, excluidos e injustamente tratados.
En esta línea, frente la libertad burguesa del liberalismo-capitalismo, para Jesús y Pablo la libertad o liberación de la ley no supone un capricho individualista, de elegir o hacer lo que me venga en gana, de egoísmo o de afán de poder y riqueza. Para la fe cristiana y lo mejor de la ética, ser libres es (para) amar, servir y liberar a los demás, es para el servicio y compromiso por la fraternidad, paz y la justicia con los pobres, para que se comparta y distribuya la vida, los bienes o capacidades entre todos, en igualdad y amor. Esta es la verdadera libertad que nos hace dichosos y felices, que no es imposición o mandato (regla) exterior. Sino que es don de amor de los otros y del Otro, de Dios, que está en lo profundo u hondo del ser humano, lo que constituye su entraña e identidad más profunda.
Como dijimos, vemos pues toda la fecundidad de toda esta experiencia y pensamiento o mensaje de Pablo. Ya que lo expuesto hasta aquí, cada una desde su materia o especificidad, lo ha recogido lo mejor y más significativo de la filosofía y las ciencias humanas o sociales, de la teología y el pensamiento ético o social cristiano.
Como no podía ser de otra forma, nos los enseña la tradición y el magisterio de la Iglesia, en especial la conocida como doctrina (enseñanza) social de la iglesia. Y observamos toda su actualidad para posibilitar una mundialización de la fraternidad y de la solidaridad, de la paz y de la justicia con los pobres; frente a la globalización neoliberal del inmoral capitalismo, con sus inherentes y permanentes (sistemáticas) injusticias sociales y ecológicas, estafas y corrupción de la crisis.Ésa es nuestra fe y esperanza en Jesús, el Dios Crucificado-Resucitado. Ya no somos nosotros, sino Él que vive en nosotros, con su don del Espíritu y su Amor que nos libera y nos da vida, hasta la plenitud y eternidad.