El keniata Mutai, se había detenido por error antes de la meta y, en consecuencia, podía fácilmente superarlo
(J. I. Calleja).- Iban Fernández es un deportista de Vitoria-Gasteiz, corredor profesional de fondo por más señas, que protagonizó el pasado domingo, 2 de Diciembre, un hecho moral propio de los elegidos.
A mí, así me lo parece. No lo conozco, pero lo creo así. Este hombre vio que el corredor que le precedía y cabeza de la carrera, el keniata Mutai, se había detenido por error antes de la meta y, en consecuencia, podía fácilmente superarlo. Iban ha reconocido que lo hizo espontáneamente, sin penar en nada especial: «Fue un mano a mano durante toda la carrera, pero a falta de unos 250 metros él (Mutai) dio un tirón y me dejó. A poco de llegar a la meta le vi detenerse y no fue por un desfallecimiento. Cuando me puse a su altura le dije que tirase más, sin pensar en otra cosa. Simplemente, no podía adelantarle de esa manera».
Uno pensaría que son íntimos y que no quería fallarle a un amigo de este modo. Pues no. Sólo había coincidido de forma esporádica con Mutai en alguna carrera. Apenas había intercambiado con él frases de cortesía. Y es impresionante que Iban continúe con sencillez diciendo lo que le influyó decisivamente en esa reacción de respeto y solidaridad. Estos africanos, – ha dicho-, «viven en unas condiciones muy duras. En su país pueden ser unos privilegiados, pero cuando vienen a Europa están mucho tiempo solos, de carrera en carrera. No conocen el idioma y apenas hablan unas palabras de inglés. Son muy buenos corriendo y lo que ganan aquí se lo merecen, pero están en unas condiciones que a veces provocan un poco de lástima».
Parece ser, – cuentan los medios -, que Mutai, medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Londres en los 3.000 obstáculos, no agradeció después el detalle a Ibán. Y, ¿qué ha dicho éste? Vean: «Creo que Mutai estaba un poco ido; no sé si entendía muy bien lo que había pasado. Luego coincidimos en un rodaje que hicimos para soltar las piernas tras la carrera. Hablamos de cosas, pero no de eso. Tampoco era necesario».
Este «tampoco era necesario» que suelta Iban no puede ser más generoso. Es directamente, increíble. Después, Iban ha explicado que su acción no le supuso pérdida económica alguna. La carrera carecía de premios en metálico en función de los puestos finales. «Corríamos con un fijo, – ha dicho -, no importaba qué clasificación lográsemos; pero si hubiese sido diferente, habría actuado de la misma manera, estoy seguro».
Yo sé que es una anécdota, sólo una anécdota en una mar de egoísmos personales y de estructuras sociales que ponen a la gente contra las cuerdas; no debo sacar de quicio el hecho, pero es una parábola impagable de la solidaridad compasiva como clave moral de la existencia en común; junto a la justicia, no se me olvida, pero en un trenzado indisoluble que define la vida de cada persona y de un país de manera irrenunciable.
Yo inmediatamente me he acordado de Jesús de Nazaret y de la parábola del buen samaritano, y de mil momentos de su vida como evangelio, y he creído que en algún lugar, antes de nacer, ya sonreía; por un momento, y a sabiendas de lo que hay para tantos hermanos suyos, – de Jesús -, tan cruelmente tratados, ¡pobres casi siempre a manos de la injusticia de otros humanos!, he creído que él mismo sonreía. Quizá Iban no tenga nada que ver con la fe en Dios, pero sí ha correspondido a lo que sabemos de Él en Jesucristo, y esto me ha parecido extraordinariamente humano. El mundo es casi igual que ayer, casi, pero Iban y la gente como Iban hacen que la última palabra de la compasión hecha justicia, esté por decirse. Soy retórico, lo sé, pero no banal. Se lo agradezco de veras.