Quienes vivimos, sigue diciendo Nicolás, la euforia del Concilio Vaticano II y el postconcilio no nos resignamos, no renunciamos a aquellos tiempos en los que veíamos acercarse la utopía de Jesús
(Agustín Alcalde).- Un marco siempre magnifica y recoge la vida del cuadro, como si colocara márgenes o muros alrededor de los colores, los trazos, las pinceladas del artista.
Si tuviera que dar nombre propio al marco que quiero presentar de la última obra escrita por Nicolás Castellanos, por muy extraño que parezca, lo llamaría así mismo: MARCO. Con este nombre, Marco, podremos recordar su mejor contenido; porque «Marco» también puede ser el nombre de una persona, en este caso de un niño, un niño real. No puedo presentar aquí una foto suya porque ya hace años fue prohibida su exhibición en un trabajo universitario de investigación por ser demasiado «cruda». Marco, el niño del que hablo, estaba vivo y muy vivo; no dejaba de llorar, mejor, gritar llorando. La razón era el hambre; ni una gota de leche podía aceptar al sentirla como alfileres clavadas al tocar su lengua desacostumbrada a cualquier alimento. Así le conocí yo; así le fotografié, no sólo con mi cámara sino en mi memoria. Hasta hoy no he olvidado ese dolor y ese grito.
Hablaré, por tanto, de un Marco-niño desconocido para casi todo el mundo (¿primer mundo?), bueno, para casi «todos».
Cuando visité a Nicolás Castellanos en su «palacio» de tierra y pobreza, en Santa Cruz de la Sierra -Bolivia– (corrían los años 90 y se iniciaba el Proyecto Hombres Nuevos), entre otros lugares visité el «Centro de desnutridos Palencia». En ese centro los niños morían de hambre en la ciudad, algo que no se creían en la tienda de Santa Cruz donde Nicolás y yo fuimos a revelar las fotos en que aparecía Marco «berrando» su dolor de hambre y muerte con sus piernas esmirriadas y su vientre abultado. -¿De dónde son estas fotos?, preguntaron. -¿De África?, añadieron.
Voy a desvelar y desplegar en este marco de Marco-niño resucitado (al menos hoy por el recuerdo) el Capítulo 5 de Nicolás Castellanos en el libro antes citado: «Resistencia, Profecía y Utopía en la Iglesia de Hoy», Ed. Herder, 2012, pp. 51-70.
RESISTENCIA. Esta es la primera experiencia que cita Nicolás en el libro sin hablar de este niño; pero «resistencia» es lo que allí, en Santa Cruz de la Sierra, ejercitó con muchos niños hambrientos y con ese niño. Pero Marco murió pronto, no soportó el dolor de su vida. Podemos, por eso, pensar que esa resistencia que «nacía de la cruz», llevaba a la utopía de la Resurrección. Este Centro-de-desnutridos-Palencia que se mantiene año a año con donativos voluntarios es un gesto, un signo. Aquí anida la profecía del Reino de Dios. Es una «Iglesia de hoy» la que está por detrás de esta iniciativa que realiza una Utopía solidaria que se «resiste» a que los niños mueran de hambre. Centro-de-desnutridos-Palencia, aquí es algo más que un nombre, es una Profecía-Viva muy amenazada porque pocos son generosos siempre y casi nadie «da lo que no tiene». La generosidad tiene ese gran reto, seguir dando lo poco que se tiene para los que tienen menos.
En el capítulo citado arriba Nicolás habla de un Paradigma Nuevo o un Modelo Nuevo de ser cristiano e Iglesia. Ese Modelo hace más creíble el mensaje de Jesús porque con «entusiasmo», creatividad y «parresía» (libertad y humildad) muestra una «compasión cálida» desde el Misterio (de Dios), el Proyecto (del Reino), el Espíritu (Santo y dentro), el martirio (de profecía), la Iglesia (de casa), lo pequeño (como presencia humana) y lo hermoso (o la «belleza siempre antigua y nueva»). Desgranar estos siete grandes supuestos innegociables, así los llama Nicolás, es como dejar dentro del marco antes citado unos rasgos de vida hablando de Marco que misteriosamente(1º) entró en un proyecto(2º), porque el espíritu(3º) de solidaridad estaba por allí (en Santa Cruz) y más allá del sufrimiento(4º) su nueva casa (su iglesia) (5º) fue un hospital y la presencia humana(6º) hizo real el hermoso(7º) milagro del compartir.
Aunque la muerte no pudo con su recuerdo y su nueva vida está en Dios donde el martirio, su dolor y llanto, valió la pena.
No estamos ante una banalización de «lo sagrado», sino ante una sacralización de «lo cotidiano» que tanta falta nos hace para un nuevo Modelo de cristiano e Iglesia.
Nicolás lo dice así: «En este paradigma se coloca el proyecto Hombres Nuevos, que opera en el barrio marginal de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia. La elección de fondo se inspira y se realiza desde la opción por los pobres. Dios, en la Biblia, siempre opta por los pobres y apuesta por los débiles, pero sin excluir a nadie».
Y José Laguna completa en ¡Ay de vosotros…! Distopías evangélicas: «Que los últimos sean los primeros y los primeros últimos, significa asumir que los empobrecidos marquen el ritmo de nuestro progreso. Implica aceptar que los primeros tenemos que correr a rebufo de cojos, lisiados y ciegos. Exige ralentizar nuestra carrera, renunciando al sprint para el que nos hemos entrenado en la sociedad del éxito con el fin de que todos y todas lleguemos juntos a la meta. Nos obliga a poner en cuarentena los logros convertidos en dogmas incuestionables de nuestro modelo de desarrollo. Reclama, en última instancia, estar dispuestos a renunciar a no pocas dosis de riqueza que defendemos con uñas y dientes como derechos incuestionables». (Cuadernos Cristianisme i Justícia, 181, p.6).
Concluyo este leve esbozo con la imagen del niño-quemado (cfr. foto), también en Santa Cruz de la Sierra, que sacamos de una casa y lo expusimos a «la luz» (sólo necesitaba eso: luz y calor… y comprensión y aceptación) en aquellos días que yo estuve allí… la vergüenza de la madre lo ocultaba y él moría de dolor y enfermo.
Este segundo gesto o signo me sirve para afrontar una utopía en la Iglesia hoy que lleva a aceptar nuestros éxitos y nuestras deficiencias y no protegerlas en la reclusión o el olvido: «Quienes vivimos, sigue diciendo Nicolás, la euforia del Concilio Vaticano II y el postconcilio no nos resignamos, no renunciamos a aquellos tiempos en los que veíamos acercarse la utopía de Jesús, recrear la humanidad e interpretar la historia en clave humanitaria, liberadora, construyendo nuevas entidades, desde la gratuidad y fruición de Dios, en presencia del Espíritu Santo, a a partir de puntos comunes, de encuentros, no de desencuentros; de consenso, no de disenso; de convergencia, no de confrontación: de diálogo, no de intolerancia. Este es el reto» (Cfr. libro citado de Nicolás, p. 104).
Dos niños, dos signos. Uno muerto de hambre, otro escondido en su dolor. Ante los dos, una última cita de Nicolás Castellanos anotada en la última línea del libro: NO PERDAMOS LA ESPERANZA DEL «SUEÑO DEL PARAÍSO PERDIDO».