Tenemos tarea los obispos y los curas si queremos explicar en las aulas de teología y en los púlpitos la posibilidad real del infierno
(José Moreno, sacerdote).- El otro día me confiaba el Arzobispo su preocupación por la doctrina que, a veces, se enseña tanto en las aulas de teología como en los púlpitos de las iglesias, y hacía referencia, entre otras, a esta cuestión singular del infierno. Le había llegado que algún sacerdote negaba la existencia del infierno, aunque seguro que le preocuparía más que se negara la existencia del cielo, cosa que parece que, todavía, no se ha hecho públicamente.
Yo le daba vueltas después y, pensando en las clases que yo imparto y en lo que predico, de alguna manera coincidía con él. Lo explico…
No hay duda que se dan situaciones infernales en la sociedad y en el mundo, y se han dado en todos los momentos de la historia. El momento actual no iba a ser menos, y aquí tenemos la crisis que cada día se despacha con noticias -en los periódicos y en las televisiones- que nos ponen los pelos de punta.
Los últimos datos los acabo de ver desayunando: 500 desahucios en España al día, 13 a la semana en Extremadura… Junto a ellos, hoy, un joven se ha lanzando desde el puente y está muriendo, el otro día se suicidó el jefe de la policía municipal, se vuelven a hacer EREs mortales en empresas de gran alcance en España y en la región, Iberia y Gallardo… y, detrás de esas noticias, sufrimiento y muerte.
Cuando el ser humano llega a estas situaciones de sufrimiento que lleva a la muerte, hay que dejarse interpelar por ellas; es cierto que puede haber bastante de enfermedad y de misterio personal en algunas de ellas, pero eso no debe obviar aquellas situaciones que nos hablan de un infierno creado humanamente y que exige responsabilidades objetivas y asunción de culpabilidades personas y sociales.
Los desahucios en España han llegado a provocar muertes, se han dado en contextos de situaciones que tenían todos los componentes de lo que caracteriza a lo infernal: sufrimiento radical que permanece en el tiempo ante el que no se pueda hacer nada, y que no espera solución alguna porque se presenta irreversible; situación radical de no vida y de muerte permanente que impide la esperanza. Estas circunstancias de desahucios tienen, en muchos casos, todos estos componentes, junto a muchas otras realidades de sufrimiento: hambre, paro, droga, maltratos… Sin duda, se presentan como situaciones infernales en el mundo. Y son éstas las que reclaman y presentan una cuestión radical: ¿hay justicia y sentido en la vida?
Si lo hay, tiene que ser total y para todos. Ni que decir tiene que el sentido lo habrá si hay vida recuperada y realizada; pero, también, el sentido requiere que no quede impune el que crea situaciones infernales que hacen vivir en el infierno a los otros -en muchas ocasiones, a los más débiles, sencillos y pobres de la sociedad-.
En ese sentido, las parábolas evangélicas cobran en la actualidad un valor iluminador tremendo, sobre todo dos de ellas: la del rico Epulón y Lázaro, que hace que el rico tenga que encontrarse con el muro que él mismo levantó ante el pobre con su indiferencia y opulencia indolente, y la otra la de aquel hacendado (Bancos) que, ante la ruina, pide al Todopoderoso que le perdone su deuda (inyecciones de tesoro sin interés) pero, al salir a la calle, se encuentra con pobres que le deben poquitas cantidades (hipotecados) y que le piden paciencia para pagarle, pero los entrega a la justicia para que los vendan a ellos, a sus posesiones y paguen más de lo que deben -con intereses injustos e inhumanos-.
Claramente, estas parábolas tan vivas demandan justicia y lanzan a los opresores a enfrentarse con la objetividad de su culpa y con la posibilidad real de su condena, de que ellos mismos estén construyendo su propio infierno al crearlo para los demás. En realidad, esa es una de las razones en teología para hablar del infierno, no pueden quedar impunes los que fabrican infiernos, es decir, las situaciones humanas infernales , objetivamente, reclaman la responsabilidad y la culpa de los que las crean y exigen que se les encare con ellas, para que teman lo que puede ser propio futuro y cambien de actitud.
Como vemos, hoy hay que seguir hablando del infierno, que ahí está, pero con modos y lenguajes nuevos. Y lo que está claro en la teología es que el Dios cristiano ni crea ni quiere el infierno; éste y su posibilidad real se fundamentan en el mal que el hombre puede realizar y que puede quedar fijado definitivamente para los que lo crean en la tierra a sus hermanos. Para los demás, cristianos y hombres de buena voluntad, ni qué decir tiene que, al igual que Dios, ni queremos, ni creamos, ni debemos dejar que otros produzcan situaciones infernales, «a lucha abierta contra el infierno de los desahucios» -como ha dicho el cardenal Rouco en la apertura de la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal-.
Así que tenemos tarea los obispos y los curas si queremos explicar en las aulas de teología y en los púlpitos la posibilidad real del infierno, porque sólo hay que poner en abierto todas las situaciones infernales que nos rodean de injusticia y sufrimiento radical; y, desde ellas, hablar de la responsabilidad objetiva del pecado que las causa y las mantiene, y que provocan tanto dolor y desesperanza, amén de la libertad de la gracia de la salvación que se ofrece pero que, de ningún modo, se impone. Está visto que a nuestro Dios las imposiciones no le gustan nada de nada… y, mucho menos, las infernales.