Tan cortos son estos sabios de Oriente que no son capaces de llevarse el niño con ellos para salvarlo de Herodes. O ¿fueron ellos los que le consiguieron burra a San José para que escapara por donde pudiera?
(Pedro Ángel García).- Hace 48 o 49 años, nuestro profesor de Sagrada Escritura, José Goitia -uno de los traductores de la Biblia de Jerusalén al castellano- nos adentraba a sus alumnos en el Evangelio de Infancia de Mateo, creo recordar que siguiendo y completando a O. Culmann. Nuestro gran escriturista nos exponía más o menos lo siguiente:
Mateo intenta en su Evangelio «evangelizar» a los judíos, y no osa de buenas a primeras decirles que en Jesús tenemos a alguien que es como el mismísimo Moisés y más. Para decírselo más suavemente, construye esa serie de paralelismos entre las infancias de ambos:
– Si en el nacimiento de Moisés interviene la casa real, aquí, con Jesús, va a haber personajes regios.
– Si en el nacimiento de Moisés hay una escabechina de niños de la que se salva aquél, con Jesús no va a ser menos.
– De Egipto tendrá que venir también el nuevo Salvador del pueblo…
¿Qué se quiere decir con esto? ¿Qué el relato está construido para dar un mensaje más profundo que la mera presencia de pastores, animales y sabios o incluso ángeles? Probablemente. Y si no, ¿cómo explicar las contradicciones del texto para poder ser admitido como acontecimiento?
– Con la inquina que le tiene Flavio Josefo a Herodes ¿no iba a sacar a colación junto a otras crueldades de éste, lo de la matanza de niños si la hubiera realizado? Y con las cosas que sabe de Herodes, ¿no iba a saber ésta, de haber sucedido?
– Tan cortos son estos sabios de Oriente que no son capaces de llevarse el niño con ellos para salvarlo de Herodes. O ¿fueron ellos los que le consiguieron burra a San José para que escapara por donde pudiera? Tanto interés por el niño que ha nacido ¿y ahora les trae sin cuidado su destino?
El lector reflexivo del Evangelio de infancia de Mateo puede abundar fácilmente en más pruebas de que se trata de un hermoso relato mítico. Se usaron otras palabras inventadas para evitar la palabra mito, pero yo prefiero que nos entendamos con la gente.
Hay personas que no acaban de revivir con el debido respeto que se merecen, los relatos míticos. Como en cualquiera de nuestras películas de cine y con la misma legitimidad, un relato mítico puede comunicarte cualidades humanas o falta de ellas, cosas rastreras y sublimes, todo lo humano y lo divino, con más fuerza y penetración que el relato científico histórico de lo observable y observado por personas concretas en un tiempo fijado y muerto.
¿Qué nos quiere comunicar Mateo (o quien, de su escuela, añadiera este «Evangelio de infancia») con este hermoso relato que ha dejado escrito?
– Que éste sí es el verdadero libertador del pueblo y que la Alianza definitiva entre Dios y los hombres ya no va a ser sellada con el impresionante signo de la sangre de los animales derramada sobre el altar y sobre la gente, sino con la de Cristo mismo sobre el altar de la cruz: «que su sangre caiga sobre nosotros y nuestros hijos», escribe Mateo en su relato de la pasión.
De verdad que casi cincuenta años más tarde de aquellas clases recibidas, me quedo un tanto decepcionado de lo que leo en el nuevo libro del Papa; y mucho más del filón que en detalles pueriles encuentran tantos de nuestros eximios periodistas.