Imagen de un Dios cicatero

Las indulgencias

Con este tinglado de las indulgencias, ¿cómo se puede hablar de nueva evangelización?

Las indulgencias
Indulgencias

Lo que pretendo es que me explique alguien cómo puede compaginarse el Dios de Jesús, el Padre, con el tema de las indulgencias

(Alberto Torga, Nueva España).- En el número 1.110 de «Esta Hora», semanario de información del Arzobispado de Oviedo, que venía adjunto al diario LA NUEVA ESPAÑA del 10 de enero, aparece una columna titulada «Indulgencias en el año de la fe» en la que se dice que «desde el pasado 11 de octubre y hasta el 24 de noviembre los católicos podrán lograr indulgencia plenaria mediante las habituales condiciones de confesión, comunión y oraciones por las intenciones del Papa, durante el año de la fe que la Iglesia celebra».

A mí me gustaría que alguien me explicara qué es eso de las indulgencias y cómo puede ser compatible con la imagen del Padre de la que nos habla Jesús en el Evangelio.

Recuerdo que el 10 de noviembre de 1965, durante la cuarta y última sesión del Concilio Vaticano II, Máximos IV, patriarca griego-melquita de Antioquía, con la franqueza y la libertad que lo caracterizaban, se manifestó muy crítico con el proyecto de reforma de la disciplina de las indulgencias elaborado por la Sagrada Penitenciaría: «No se encuentra nada en la tradición primitiva y universal de la Iglesia que demuestre que las indulgencias hayan sido conocidas y practicadas de la forma en que fueron practicadas luego en la Edad Media occidental». Durante once siglos, al menos, no se encuentra traza alguna de indulgencias.

Todavía hoy la Iglesia ortodoxa, fiel a la tradición primitiva, ignora las indulgencias. El razonamiento teológico que intenta justificar la introducción tardía de las indulgencias en Occidente constituye, en nuestra opinión, un conjunto de deducciones, donde cada conclusión excede un tanto a sus premisas. Al imponer unas sanciones, al mitigarlas o al dispensarlas, la Iglesia primitiva no deseaba de ninguna manera interferirse en los juicios de Dios, para inducirlo a que suprimiera todo castigo o a que lo redujera de una forma determinada.

Como había que presentar previamente por escrito en la secretaría del Concilio las intervenciones que iban a tener lugar, no le permitieron que leyera dos párrafos, que quedaron, no obstante, en las actas del Concilio. Uno de ellos fue éste: «Al suprimir de la disciplina de la Iglesia la práctica de las sanciones canónicas públicas, normalmente hubiera tenido que suprimirse también la concesión de las indulgencias, que precisamente tenía por objeto moderar o quitar estas sanciones canónicas. Al mantenerlas, se ha dado un paso indebido y demasiado preciso del registro humano y canónico al registro divino».

La intervención oral prosiguió: «En la Edad Media las indulgencias se han visto implicadas en innumerables abusos que han constituido graves escándalos para la cristiandad. Pero, incluso en la actualidad, nos parece que la práctica de las indulgencias fomenta a menudo entre los fieles (aquí venía el segundo pasaje suprimido en la intervención oral: el fetichismo, la superstición y el sentido de la capitalización religiosa) un tipo de contabilidad piadosa con olvido de lo que es esencial, a saber, lo sagrado y el esfuerzo personal de penitencia».

Conozco perfectamente la constitución apostólica «Indulgentiarum doctrina» de Pablo VI sobre la revisión de las indulgencias, pero no me convence. Tampoco quiero imitar a Martín Lutero, sino exponer con honestidad y libertad mi punto de vista sobre este asunto, que yo juzgaba superado.

En todo este tema subyace la teoría de que, después que Dios perdona la pena eterna por los pecados mortales, queda aún la pena temporal que hay que expiar en esta vida o en la otra.

Esta imagen de un Dios cicatero que, después de haber perdonado lo gordo (la pena eterna) por los pecados presuntamente mortales, quiere, no obstante, cobrarse un castigo menor (la pena temporal) tiene poco que ver con el Dios de Jesús, con el Padre de la parábola del hijo pródigo.

Es como si a ésta le faltara una segunda parte en la que, después de extinguidas las últimas notas musicales y retirados todos los invitados a la fiesta por el regreso del hijo calavera, el padre comenzase a ajustar cuentas con él, despojándolo del traje de fiesta, del anillo y de las sandalias y reduciéndolo a la condición de criado, que era lo máximo a lo que aspiraba cuando decidió volver a la casa paterna, porque el hambre lo devoraba.

No me valen los argumentos de autoridad. Lo que pretendo es que me explique alguien cómo puede compaginarse el Dios de Jesús, el Padre, con el tema de las indulgencias.

Por otra parte, con este tinglado de las indulgencias, ¿cómo se puede hablar de nueva evangelización?

 

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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