¿Haremos hoy nosotros lo mismo? ¿Preferiremos seguir bailando sobre la cubierta del Titanic? ¿O escogeremos por fin la vida, aunque tenga un precio?
(José Ignacio González Faus).-De niños perdíamos la inocencia diciendo adiós a la cigüeña. De mayores la hemos perdido diciendo adiós al planeta. El planeta tierra padece un cáncer agudo con metástasis. El pronóstico puede superar el 50% de posibilidades de muerte cercana. El tratamiento es aún posible pero muy caro.
Por eso, nuestras diversas reuniones sobre el tema (Estocolmo, Johannesburgo, Río de Janeiro, y hasta la reciente de Doha), se limitan a proclamar retóricas declaraciones de crecimiento sostenible y a aplicarle unas vitaminas, aspirinas y otros medicamentos baratos para tranquilizar nuestra conciencia embotada.
Entre tanto se producen hemorragias llamativas en Groenlandia, las «toses» habituales del planeta se convierten en pulmonías y sus habituales «cambios de postura» generan fracturas y lesiones mayores de lo normal. En los últimos años la presencia en la atmosfera de gases de efecto invernadero ha aumentado un 40% y, según los expertos, aunque no emitiéramos más, harían falta siglos quizá para limpiar la atmósfera. El resultado son sequías extenuantes en el Sur e inundaciones devastadoras en el Norte. Pero a estos avisos preferimos responder como Don Juan Tenorio: «cuán largo me lo fiáis». Si las últimas calamidades se van pareciendo a aquellas famosas «plagas de Egipto», nuestra respuesta se parece a la del corazón endurecido de los faraones. Entre tanto nos hacemos la ilusión de que la diosa ciencia encontrará algún remedio de última hora que nos permita salvar al planeta sin haber tenido que renunciar a ninguna de nuestras irresponsabilidades que lo hicieron empeorar.
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