"Jesús, un secuestro que dura demasiado"
(Franz Wieser).- Católicos con escaso o nulo conocimiento de los Evangelios justifican a la ligera el poder impositivo en la Iglesia diciendo: cualquier organización que en asuntos políticos, de la paz social, de la economía o de la cultura quiere funcionar, requiere autoridad de gobierno o de mando.
De acuerdo, dejemos al César, lo que es del César. Sin embargo «el Reino de Dios no funciona al estilo de este mundo«. No conocemos un solo caso en que Jesús haya presionado a alguien para seguirle; Todo lo contrario. Se excluyeron de la comunidad suya los mismos quienes lo rechazaban.
La autoridad como la ley en la Iglesia puede orientar, servir para un ejercicio que se acierta en hacer el bien, pero al imponérselo y acatárselo con espíritu de dominio-sumisión, cae al vacío.
La autoridad en la Iglesia viene de Dios, se basa en los carismas personales, es al último Dios que gobierna a través de sus pastores, profetas, curanderos, maestros y los demás carismas que San Pablo enumero para la edificación de su Iglesia.
Así como la autoridad de Jesús no requería autorización alguna por parte de un personaje o una institución religiosa para que la gente lo acepte (Mc 1,21), y los sumos sacerdotes se rindan (Mt 21,23-27), la verdadera autoridad convence por sí sola. La palabra con-vencer no indica derrotar, sino armonizar opiniones.
1. No existe directiva más clara por parte de Jesús que descarte todo tipo de dominio al estilo de imperios de unos hermanos en la fe sobre otros: Mc 10,42-45 (Mt 20,25-28; Lc 22,24-27).
2. Que nadie se haga pasar como padre, amo o maestro que no se oriente por Jesús mismo: Mt 23, 8-12.
3. Simular autoridad con signos externos es que más irritaba a Jesús: Mc 12,38-40; Mt 23,25-28; Lc 20, 46-47.
4. El hecho de que los tres evangelios sinópticos tenían estas directivas presente en la redacción, deja sin duda su autenticidad. Pedro como Pablo, las «columnas de la Iglesia» primitiva lo recuerdan: «No somos dueños de vuestra fe, sino servidores de vuestra alegría»: 2Cor 1,24.
Y Pedro a los obispo: «Apacienten la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no con autoritarismo, sino voluntario, no por ganancias, sino con ánimo pronto»: 1Pe 5,1-3.
Si en nuestra Iglesia católica se estuviese fiel a Jesús solo en este aspecto, que no requiere ninguna interpretación autorizada o infalible para que lo entienda el más humilde lector del Nuevo Testamento, se rompería todo embalse de reformas urgentes.
1. Desaparecerían las fronteras entre las iglesias cristianas, puesto que «allí donde hay seguidores de Jesús nace la Iglesia» (J.A. Pagola). «Donde dos o tres estén reunidos por mi causa, allí estoy yo»(Mt 18,20), allí esta la Iglesia de Cristo.
2. Existiría una auténtica colegialidad y fraternidad, no solamente entre los obispos, sino también entre laicos y el clero. El sistema jerarquizado de poderes desaparecería, prevalecería el diálogo, la diversidad de opiniones resultaría enriquecedora. Todo seguidor de Jesús tiene la derecho y el deber de «examinar todo y a atenerse a lo que considere bueno» (1Tes 5,21).
3. El celibato sería una opción libre en todo ejercicio de los carismas (vocaciones) personales, sin que unos «dicten al Espíritu de Dios los canales y condiciones como ha de actuar» (Bernhard Häring), o sea, únicamente en varones célibes.
4. Desaparecerían mitras, capas, báculos, tronos, sotanas etc., así como títulos altisonantes, como reverendo, excelencia, eminencia, santidad etc., ya que no hay más honor que ser hijos de Dios.
Total, sería por fin el fin de una Iglesia imperial heredada merced a emperadores como es el caso desde Constantino y Teodosio hasta nuestros días. Seria el fin del «Jesús, un secuestro que dura demasiado» (Manueo Porlan), para el honor y gloria de una casta dominante en la Iglesia.
„Nosotros creemos que los emperadores nos ayudaron mejor cuando nos persiguieron, que cuando nos protejan» ( San Ambrosio de Milán, fines del Siglo V – durante Teodosio, el más celoso defensor de la Iglesia).