Hay que aceptar que cada cual ha de ser fiel a su conciencia y que todos somos limitados, los de arriba y los de abajo
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(Jairo del Agua).- Hablar de un humano «poder religioso» y además absoluto es tan absurdo como hablar de la «coacción» de la aurora, la luna, las estrellas o el sol.
Ese supuesto «poder» es semilla de fanatismos y guerras santas porque, evidentemente, todos quieren ser «los apoderados» de Dios. Pero nuestra Escritura dice claramente: «Existía la luz verdadera, que con su venida a este mundo ilumina a todo hombre» (Jn 1,9).
Que yo sepa la luz se expande por sí misma y no necesita que nadie la inyecte en vena, ni a golpe de decretos o amenazas. Lo único que hace falta es no oscurecerla con nuestras propias y pequeñas sombras. A veces olvidamos lo más evidente.
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