No creo que esté la Iglesia para muchos trotes en esta materia, y menos con el PP en plena refriega social y moral
(José Ignacio Calleja).- No es éste un blog de política, sino a lo más de ética de la vida social, y siempre con voluntad de razonar lo que parece mejor en todo conflicto de intereses e ideas. Al hacerlo en cristiano, apela a esa tradición espiritual y moral, pero a sabiendas de que ella no es un manual de instrucciones a mi disposición. El caso es que en este rincón perdido de un periódico, – un blog personal: «en cristiano» -, expreso mi perplejidad política de ciudadano.
Rajoy ha hablado y yo le creo en cuanto a su caso personal; le creo, no tengo motivos para no hacerlo; le creo con cautela, pero le creo en cuanto a su caso personal. No le creo sin embargo en cuanto al partido y su financiación. No le creo a éste ni a ninguno, pero a éste y al PSOE, menos; a los grandes de cada lugar, menos que a ninguno. A CIU, nada; al PNV y PSE, algo más; se cuidan más; por lo que sea, pero se cuidan más. De hecho, y por sus palabras, no las veo claras en cuanto al partido como organización; sólo en cuanto a su caso particular. No es poco, es lo fundamental, pero falta mucho para despejarse el panorama.
La transparencia de la financiación de los partidos políticos, como digo y por lo que leo, – sobre todo de los más grandes -, está en precario desde el inicio de la democracia. Son máquinas caras de mantener, con mil posibilidades para vender «influencias e inversiones», y circulando por la vida pública con la vista puesta casi en exclusiva en sus competidores naturales, los otros partidos. Eso ha sido casi todo como control. En época de bonanza económica relativa, de construcción improvisada de un sistema democrático y de endogamia de la clase dirigente en todos los poderes del Estado, esto se ha prestado a casi todo. Sin generalizaciones abusivas, pero se ha prestado a casi todo. Y ahora, estalla por doquier.
Llegada la crisis y las vacas flacas, al tener que exigir un esfuerzo sin fin a mucha gente, todo está saltando por los aires entre los profesionales de la política en sus diversas expresiones. Y es que en muchos casos se arrastra un pasado plagado de «oscurantismo financiero» en las «prebendas políticas», y se están rompiendo las costuras económicas y populistas que lo mantenían controlable. Unos más y otros menos, – suponemos que no pocos, con nada ilegal que ocultar, pero casi todos, con mucho legal que recortar -, con mayor habilidad para haber borrado el rastro o con menos, pero la clase política dirigente, – los partidos y su financiación, de esto hablamos de momento -, se han convertido en un problema hasta para ellos mismos. Para los más honrados de la política, por supuesto. Yo creo que con visos, más de una vez, de «chivo expiatorio» de todos los males y hartazgos sociales, pero en un problema social de primera magnitud.
Hasta aquí llego. ¿Cuál es el problema añadido y, de ahí el título, «ser o no ser»? Si la política española tiene que cambiar de rumbo, encomendando la gestión económica del Estado de nuevo al PSOE y ya, – ¿lo digo, sinceramente? -, peor todavía. Y no es que no pueda haber otra política económica más social, con otro reparto de esfuerzos, – si bien el poderoso capital se encarga de impedirlo a las claras -, pero es que lo hicieron hasta ayer tan tarde y tan mal, – o por lo menos, así pareció a la mayoría de la gente y pocas explicaciones dieron para creer lo contrario -, que cuesta esperar de ellos que ahora sí, ellos solos, acertarían y para bien de los sectores populares. Así que el dilema, «ser o no ser», está a punto de plantearse, porque yo no veo claro que el PP vaya a poder aguantar la que se avecina, ni Rajoy tampoco. (¡Ojo a Esperanza Aguirre, que tiene muchos boletos si no aparece en los papeles. ¡Mira por dónde!). ¿Salida? Gobierno de Concentración y «Pacto de Estado». Al dinero estos cambios no le gustan un pelo, – a no ser que le convenga para sacar adelante su mil veces pedido y añorado rescate -, pero la política tiene razones que la razón común no comprende.
¿Quién querrá un Pacto de Estado a estas alturas del conflicto? Cuando está a punto de arruinarse un proyecto político común, – más común que compartido -, la inteligencia política es capaz de lo peor y lo mejor. Yo apuesto por lo mejor o menos malo, y creo que muchos ciudadanos también lo prefieren llegado el caso. No soy nada amigo del caos. Y, ¿la Iglesia en todo esto? Bueno, hablemos primero de política y ética pública, entre todos y para todos, y ya llegará el momento de buscar apoyos colaterales.
No creo que esté la Iglesia para muchos trotes en esta materia, y menos con el PP en plena refriega social y moral. Si hay una segunda transición, habrá que ir pensado en cómo sumar ética social cristiana y samaritana al común; pero eso, sin precipitarse sobre los papeles protagonistas, sin ponerse de perfil sobre lo que está pasando y sin estar de vuelta en cuanto a los males de la vida pública sin haber ido. Sólo son unos comentarios de urgencia y de un ciudadano de a pie.