Cuando Jesús salió de su cuarentena en el desierto, su camino estaba claro: puso rumbo a Galilea. Iba a partir pan con pobres, sin negar a nadie su vino. Iría diciendo por los caminos: Amigo soy, soy vuestro amigo...
(Por la transcripción: Juan Masiá).- El médico escritor Lucas, tras consultar un papiro del Diario de Jesús, escribe así en su blog de Biblia Digital (Lc 4, 1-13): Jesús renunció a seguir en el Jordán de los bautizadores. Sintió en su interior una fuerza irresistible de la Ruah (Mc 1, 12’14;Lc 4,14 y 4,43), que le impulsaba a caminar.
Presentía Quién le empujaba, pero no veía claro hacia dónde. Se adentró en el desierto, entrenándose con ayuno y meditación. ¿Lograría entender lo que dice el Espíritu de Vida a quien camina escuchando? (Lc 4, 1-2).
El ayuno le debilitó y el exceso de meditación le provocó náuseas de estómago y alucinaciones de cerebro. Tuvo pesadillas angustiosas. Se le apareció en sueños una figura extraña, medio humano, medio cabrito. Pero el rostro del monstruo parecía su propio retrato, solo que en la frente llevaba una leyenda: «yo soy yo, 666» (Ap 13, 18).
«Vamos a usar la Fuerza, gritaba el energúmeno, haremos de piedras pan, volaremos milagrosamente por los aires y todo el mundo nos adorará» (Lc 4,4)
De pronto, la extraña figura se metamorfoseó en un dragón con tres cabezas: la de un emperador coronado, la de un pontífice magno tocado de mitra, y la de un político corrupto millonario de derechas (Ap 13).
Jesús se despertó angustiado. Salió a la intemperie. Bebió del escaso hilillo que brotaba entre las rocas y se lavó la cara, descansó boca arriba mirando las estrellas y quedó de nuevo dormido.
Esta vez el sueño fue sereno. Pasó la nube. Soñó que dormía como Jacob: por la escala entre cielo y tierra trepaban y descendían ángeles (Gn 28, 11-19).
Una voz de querubín le animó: «¡Lo que te queda por ver, Jesús!, verás cosas mayores (Jn 1, 50), nos verás revolotear sobre todo hijo de humanos, sobre cualquier hija de hombre, sobre cualquier hijo de mujer (Jn 1, 51).
Un serafín desenrolló la Escritura y le leyó al oído: ‘Sólo al Señor tu Dios adorarás… No sólo de pan se vive… Sólo al Señor te rendirás… Él es el único poder que no te esclaviza, sino te libera… Que no te tiente tu yo, que no te tiente el poder, no tientes a Abba…’ (Dt 8,3; 6,13; Ps 90, 11-12; Dt 6,16);
Jesús se despertó pacificado (cf. Jn 12, 29-33). Se sentía ungido por Abba (Mc 1,11) y abrazado por la Ruah (Mc 1,10). Y ya no volvió a tener esas pesadillas hasta tres años más tarde: la noche antes de que lo ejecutaran soñaría en el Huerto que no quería beber el caliz de pasión (Lc 22, 41-44); al día siguiente, medio en coma sobre la cruz, soñaría que quería desclavarse para convencer con un milagro a videntes ciegos (Mt 27, 39-44). Pero de ambos sueños de última tentación le libraría la Ruah (cf. Lc 4, 18-21), en cuyos brazos exhalaría el último suspiro con todo ya consumado (Jn 19, 30). Superaría la tentación de bajarse de la cruz (Mc 15, 30) y se dejaría morir hacia Abba (Mc 15, 37; Lc 23, 46) para vivir eternamente en su seno (Jn 19, 30).
Cuando Jesús salió de su cuarentena en el desierto, su camino estaba claro: puso rumbo a Galilea. Iba a partir pan con pobres, sin negar a nadie su vino. Iría diciendo por los caminos: Amigo soy, soy vuestro amigo…
Para ver el texto completo del Diario de Jesús en el desierto, hacer click en uno de estos dos sitios:
http://lacomunidad.elpais.com/apoyoajmc/posts