¿No valdría la pena que alguien, con conocimiento y competencia en temas de derecho eclesiástico, se atreviera a demostrar, Código en mano, que el papado es un cargo imposible de ejercer?
(José María Castillo).-Tal como está legislado, en el vigente Código de Derecho Canónico, el ejercicio del papado lleva consigo una serie tan desmesurada, tan desproporcionada, de títulos, poderes, derechos, obligaciones, exigencias (religiosas, políticas, económicas, diplomáticas, doctrinales, pastorales, sociales…), que, si quien ejerce ese cargo se pusiera de verdad a llevar todo eso adelante, pronto, muy pronto, se daría cuenta de que no puede con el cargo. Y si se empeñara en llevar las cosas hasta el límite de lo que tal cargo le exige, el titular del papado no tardaría en enfermarse y hasta es probable que su psiquismo se resentiría pronto e incluso es posible que llegase a trastornarse muy seriamente.
Baste pensar que no hay otro cargo en el mundo que entrañe los poderes, exigencias y obligaciones que entraña el papado. Un poder que es «supremo, pleno, inmediato y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente» (can. 331), es un poder absoluto, que abarca a más de mil doscientos millones de súbditos. A esos más de mil millones de personas, el papa puede premiarlos, reprenderlos, castigarlos, hacerlos obispos, concederles títulos, quitarles todo eso… La lista de posibilidades es interminable. Además, no olvidemos que el papado es un cargo doble: es uno de los grandes líderes religiosos del mundo; y es también un jefe de Estado.
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