Reconocer las propias limitaciones y pedir perdón son las dos mayores señales de humildad que puede haber
(Kike Figaredo).- «Ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino«… «Os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos».
Estas dos frases, extraídas del sencillo y sorprendente anuncio de renuncia de su Santidad Benedicto XVI, son un ejemplo vivo de la grandeza de este Papa y de los modos que han alumbrado su gran ministerio como sucesor de Pedro durante estos últimos años 8 años. Humildad y valentía; libertad y responsabilidad; generosidad e inteligencia, sencillez y fidelidad; cercanía a Dios y a sus gentes: todo esto es lo que nos ha enseñado Benedicto XVI.
Reconocer las propias limitaciones y pedir perdón son las dos mayores señales de humildad que puede haber. No es la primera vez que Benedicto pide perdón, no sólo por sus errores sino por los de la Iglesia. Su modo de actuar, y de despedirse, ha conseguido acercar más la institución del Papado a los fieles y al mundo; el Papa ha humanizado la figura de líder de la Iglesia en la tierra y nos ha recordado que nadie, salvo Cristo, es más que un mero hombre al servicio del mensaje de Dios. El Papa es el primer siervo del Señor y la renuncia de Benedicto es una señal preciosa que nos deja este Vicario de Cristo, tan unido a Dios, para recordarnos que nuestro deber es servir a los demás, que nadie es imprescindible y que el Amor y la Verdad son más importantes que los quiénes y cuándos.
Renuncia a su cargo, pues, con plena congruencia con la idea de que Cristo es sacrificio, es poner al prójimo antes que a uno mismo, es pensar en el otro antes que en el yo; la vida cristiana es una constante renuncia, sabiendo que en esa renuncia hay grandeza, hay amor y hay esperanza.
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