A Peter Seewald el Pontífice, elegido a una edad muy avanzada, dijo que en los siglos a los grandes Papas se habían alternado pequeños Papas, especificando con sencillez y sin ninguna afectación que se sentía un pequeño Papa
(Giovanni María Vian, en L’Osservatore Romano).- Una extraordinaria y conmovedora audiencia general y el encuentro con los cardenales han sido los últimos grandes momentos públicos del pontificado de Benedicto XVI.
Un pontificado que, por primera vez en la historia, se concluye quietamente, sin el drama de la muerte del obispo de Roma, sin las conmociones que llevaron a las renuncias papales del pasado, tan lejanas en el tiempo y tan distintas que no pueden considerarse precedentes reales. Ahora, de un «modo nuevo», el Romano Pontífice permanece junto al Señor en la cruz, jamás abandonado en el curso de una vida larga y extraordinariamente fructífera. Que se abre, desde hoy más que antes, al espacio reservado a la oración y a la meditación.
Sí: Benedicto permanece en la Iglesia, cerca del sucesor de Pedro que sea elegido por los cardenales. Un grupo de hombres, cierto, pero que de manera misteriosa es vivificado por el soplo del Espíritu y está motivado por un sentido de responsabilidad único, que el colegio ha demostrado saber honrar, como la historia demuestra, sobre todo desde finales del siglo XVIII. Por esto Joseph Ratzinger volvió de alguna forma a su elección al encontrar, en el último día del pontificado, a ese colegio -jamás tan numeroso hasta entonces- que el 19 de abril de 2005 le votó en pocas horas, aunque él no había buscado el papado en modo alguno. «La Iglesia nunca muere», escribía en el medioevo el teólogo Egidio Romano, teorizando que «durante la vacancia de la sede la potestad papal permanece» en los cardenales reunidos para elegir al Pontífice.
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