Lleva el nombre del franciscano más ilustre, garantía de sensibilidad hacia los marginados
(Martín Gelabert, op).- Hay gestos que despiertan ilusiones. Algunas anécdotas del nuevo Papa hacen pensar que algo puede cambiar en la Iglesia. Aunque, por otra parte, nada cambiará si esos gestos no mueven a otros a colocarse en parecida dirección.
El Papa ha pedido a los argentinos y, supongo que por extensión a los españoles, que no viajen a Roma para su Misa de entronización, sino que le acompañen con un gesto espiritual. Espiritual viene de Espíritu Santo. El gesto espiritual consiste en compartir con los pobres el dinero que se ahorran con su no viaje a Roma. No nos engañemos: un gesto así desmonta la tendencia espontánea de diócesis y parroquias, ansiosas de organizar grandes viajes con sus responsables al frente, como signo de fidelidad al Papa. Es un dato más en línea con otros que se cuentan, como el de recoger personalmente su maleta de la pensión en la que estuvo los días anteriores al Cónclave y pagar los gastos del hotel.
Todos sus conocidos, cercanos y lejanos, tienen algo que contar. Empezando por una novia adolescente y continuando por los socios de su equipo de fútbol, el san Lorenzo de Almagro que viste de blaugrana. Igualmente ha hablado, para bien, algún que otro joven que se confesaba con el jesuita P. Bergoglio. Porque tenemos un Papa jesuita, garantía de buena formación teológica; lleva el nombre del franciscano más ilustre, garantía de sensibilidad hacia los marginados; viste el hábito blanco de los dominicos, garantía de amor a la verdad y apertura de mente. La vida religiosa rehabilitada. También empiezan a aparecer las «sombras». Hay interés en intoxicar desde ahora. No hay que rasgarse las vestiduras. Y ser maduros. Seguramente, de todos los posibles perfiles, el que ha salido es de los mejores.
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