La “pertenencia” no se nos puede convertir nunca en “clausura”. La fe no se nos puede cerrar ni puede cerrarnos a nosotros. Una fe cerrada es una fe frustrada
(Pedro Jaramillo).- La lectura de Ezequiel es una apuesta por la esperanza de un Israel unido. Ha precedido (vv. 15 al 20) una de las acciones simbólicas proféticas: dos varas (los dispersos de Israel y de Judá) que se juntan en una: «una sola vara y queden, así, unidas en mi mano».
Mostrando esas varas que van a ser unidas, Ezequiel proclama el oráculo de la reunificación: «un solo pueblo…; no volverán a ser dos naciones ni dos monarquías». Israel (monarquía del norte); Judá (monarquía del sur) no es el ideal del Israel reunificado.
La vuelta a la unidad activa en el «trabajo de Dios», ante todo, la conversión: quedará atrás la idolatría: ni ídolos ni fetiches. Pero, quedarán atrás también los pecados, con una actitud ética nueva: «caminarán según mis mandatos y cumplirán mis preceptos». En definitiva, quedará restablecida la alianza: «yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». La alianza no es sólo renovada, sino ahondada: «alianza de paz, alianza eterna». Y, como signo de su presencia, el templo, recuerdo permanente de «su morada» en medio del pueblo. Símbolo de una consagración más profunda: la consagración del mismo pueblo al Señor.
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