Si queremos abrazarnos a Cristo Crucificado, no olvidemos que la procesión va por dentro
(Francisco Maya y José Moreno. En nombre del Equipo de del departamento de Pastoral Social de Mérida-Badajoz).- Nos acercamos a la semana santa, en la que la Pasión de Jesús de Nazaret va a ocupar nuestras calles y la vida de los creyentes católicos. Será el momento, como indica el Papa Francisco, de ir a la vida y descubrir allí las estampas actuales de pasión. Si queremos abrazarnos a Cristo Crucificado, no olvidemos que la procesión va por dentro.
Por eso el Papa quiere celebrar el Jueves Santo en una cárcel de menores y lavarles a ellos los pies. ¿Pero qué estampas de pasión podemos ver en nuestra sociedad y en nuestro mundo hoy?: el paro, los desahucios, la corrupción, la pobreza extrema y el hambre, el fracaso escolar y analfabetismo, la insatisfacción de una vida sin esperanza, sin luz, con sufrimiento y miedo en muchos de los seres humanos. Ponerle nombre a los que sufren ha de ser lo propio para poder humanizarnos y creer; en ello estamos el departamento de Pastoral Social Diocesano.
En términos absolutos, podemos encontrar en la Encuesta de Población Activa que casi seis millones de personas entre 16 y 65 años estaban desempleados a finales del año pasado en España de las que 173. 600 viven en Extremadura. Estamos ante un fenómeno devastador que adquiere una mayor relevancia si se observa la situación de los jóvenes: la tasa de paro juvenil -menores de 25 años- es de las más altas de la Unión Europea, un 55%, que llega hasta el 61% en Extremadura. En esta situación los instrumentos públicos de protección frente al desempleo van perdiendo eficacia.
Otra de las «heridas sociales» que padecemos es provocada por el tema de la vivienda y los desahucios. Un gran crecimiento tanto de los precios como del número de viviendas terminadas y vendidas durante el período de expansión económica y una caída espectacular de los precios y las viviendas vendidas desde el comienzo de la crisis. El deterioro del empleo y de los salarios ha provocado que aumente la morosidad así como el número de desahucios o ejecuciones hipotecarias.
En concreto, las últimas cifras publicadas por el Consejo General del Poder Judicial hablan de 19. 324 ejecuciones hipotecarias en el tercer trimestre de 2012 (247 en Extremadura) que representan un crecimiento del 30 por ciento (18,8 por ciento en Extremadura) respecto al mismo trimestre de 2011.
Esta evolución acentúa la desesperación de las personas que se encuentran solas y desarmadas. Ante los casos de corrupción nos duele que en los últimos meses, los medios de comunicación muestran ejemplos que afectan a la mayor parte de los partidos así como a importantes instituciones del Estado.
Esto provoca la desafección de los ciudadanos por la política y lo público, la generalización excesiva -se oye con frecuencia la frase «es que todos son iguales»- el aumento de la abstención, la mala imagen de los políticos, como muestran las encuestas del CIS. Al mismo tiempo, se observa cómo entidades bancarias que recibieron fondos públicos, es decir, de todos los ciudadanos, debido a la crisis financiera concedieron retribuciones escandalosas a sus ejecutivos y comprobamos estupefactos que no se hace apenas nada al respecto desde los poderes públicos.
Aunque en verdad los comportamientos incorrectos están mucho más extendidos: dineros negros, pagos sin factura ni IVA, uso de material público o de la empresa para fines particulares, explotar a los trabajadores, buscar o proporcionar enchufes laborales o académicos, plagios, trampas…
Desde el 2010, frente al objetivo número uno del milenio, se habla de 44 millones de personas más que han caído en la pobreza extrema a causa de un incremento de los precios de los alimentos. La crisis, no solo ha azotado a los países más pobres si no que dado que esta personas viven al límite, las pérdidas en sus maltrechas economías los arrojan directamente al hambre. Por otra parte, el fenómeno de la emigración. Actualmente residen 35.315 personas extranjeras en nuestra región, de las cuales el 61% está en la provincia de Badajoz, cuya situación se ve agravada con motivo de la crisis pues tienen los contratos laborales más precarios y peor retribuidos, y ahora están padeciendo en mayor medida el paro.
La educación tampoco es un derecho asegurado, como reflejan las últimas cifras, que indican que cerca de un 28% de los estudiantes en España se ven expulsados de los sistemas educativos, que existen más de dos millones de niños que viven en la pobreza y que en los últimos dos años se ha acrecentado en 200.000 esta cifra. Es verdad que en España hemos logrado una educación de «mínimos» para todos. (El 100% de niños y jóvenes en edad escolar obligatoria está escolarizado), pero ahora hay que alcanzar una educación de calidad y de «máximos» para todos, pues un fracaso escolar tan elevado (alrededor de un 33% de alumnos no supera la Educación Secundaria) enciende todas las alarmas y augura un camino que conduce a muchas personas, sin título de secundaria, a la pobreza y exclusión social.
Además a nivel global el mundo vive profundas iniquidades en torno a la aplicación del derecho a la educación. Si se incluyen los adultos, las cifras más conservadoras revelan que en nuestro mundo hay cerca de 700 millones de personas sin oportunidades educativas.
Es muy grave que el 92% de los españoles considera que su situación es mala o muy mala, provocando una gran multitud de nuevos pobres que ni en la peor de sus pesadillas pudieron imaginar que viviría esta situación. No tener un ingreso mínimo que permita comprar los alimentos básicos de la familia o no poder hacer frente a la hipoteca o el alquiler, vivir la experiencia de los cortes de luz o agua del hogar etc., si no es «hambre» en el sentido literal, igualmente «humilla, deshumaniza y destruye el cuerpo y el espíritu».
Ante esta realidad, hemos de ser conscientes que la ignorancia, la indiferencia o la actitud indolora, nos identificarían en la pasión histórica de Jesús, con aquellos que gritaron que «que su sangre caiga sobre nosotros y nuestro pueblo» ante el sufrimiento del inocente y débil.