Juan se ha ido con ocho décadas en el corazón, pero con una mirada alta, como las cumbres suizas a las que acostumbraba a ir en sus vacaciones
(Juan Rubio, en Vida Nueva).- No es persona de obituarios, sino de tránsitos, pero esta revista le debe un cálido homenaje. Se nos ha ido un hombre grande, un sociólogo de esa «guardia vieja», que no «vieja guardia», la que preparó una nueva generación de sociólogos atrevidos, abiertos y lúcidos; un hombre de un vitalismo brutal en su biografía cuajada de pasión.
Juan González-Anleo se ha ido silencioso, rodeado de los suyos, de esa trinidad excelsa que formaba con su esposa y su hijo, un trozo de él que queda en la tierra para deleite de muchos. Un poco antes se había marchado un gran amigo suyo y compañero en las lides sociológicas, Pedro González Blasco, con quien inició en los años 80 del siglo pasado los estudios sobre jóvenes de la Fundación Santa María, estudios que tanto han marcado las estrategias pastorales de la Iglesia española en el fin de siècle.
En el último, el de 2010, tanto Juan como Pedro no estuvieron en la primera línea, pero estaban detrás. Eran «como Dios en la creación». No se veían, pero estaban, abriendo caminos, alentando ilusiones, desbrozando cauces. Esa es la grandeza de los grandes. Lo otro es la mezquindad de los pequeños, los que no se quieren ir y arrasan ilusiones.
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