o que no puede ser es que se nos mueran de hambre 1.150 millones de seres humanos, ahora mismo. 300 millones más que en 2007
(Jesús Bastante).- Nuestro amigo Bernardo Pérez Andreo es profesor y secretario del Instituto Teológico de Murcia (de los franciscanos) y autor del libro «No podéis servir a dos amos, Crisis del mundo, crisis en la Iglesia«, de la colección de Religión Digital editada con Herder. Sobre la situación actual de España, critica que «Monstesquieu está muerto, aquí nunca existió división de poderes«, y opina que «tenemos que ir hacia una segunda Transición, realmente democrática».
Autor del blog en RD, «Rara tempurum» (tiempos extraños), Bernardo afirma que «el dinero no es de quien lo tiene, sino de quien lo crea», y que por tanto «debería caducar». El dinero, ese «otro amo» al que servimos y que, como concluye Pérez Andreo, «además no tiene ningún escrúpulo».
Tanto el título como el subtítulo son bastante sugerentes
Sí, absolutamente. De hecho, todo el mundo sabe que el título se refiere a la frase de Jesús a cerca del dinero (llamado Mamón en los Evangelios), cuando dice que no se puede servir a los dos porque, si se sirve a uno, se deja de servir al otro. Es imposible el servicio a los dos al mismo tiempo. Y ya se deja entrever que a quien hay que servir es a Dios, que es lo que dice Jesús.
Con el subtítulo quería referirme a la situación de crisis en la que estamos (una palabra que hay que analizar, porque crisis en griego significa «juicio», y un juicio no tiene por qué ser malo. Es decir, que es un momento de cribar, un riesgo a la vez que una oportunidad. Ahora mismo se está utilizando la crisis a nivel mundial como una oportunidad para los poderosos (para hacerse con lo poco que queda, para agrandar la brecha). Entonces, lo he titulado crisis «de» el mundo, porque no es una crisis «en» el mundo (eso es lo que nos quieren hacer creer). Hay que tener en cuenta estos términos, las preposiciones son muy importantes, porque cambian completamente el significado. La crisis es «de» el mundo, del modelo de mundo. Hemos llegado a un modelo que se ha agotado, que se ha acabado. Ya no podemos seguir avanzando más en este camino. Es lo que decía Walter Benjamin: que el progreso al final es la barbarie. Porque el capitalismo productivista y este modelo de desarrollo a toda costa que hemos vivido en los últimos 500 años (y especialmente en el siglo XX) va contra el planeta, a nivel ecológico y a nivel humano (porque también va contra las personas). Vivimos en un mundo en el que tres cuartas partes de la población prácticamente están excluidas de los bienes esenciales. Tenemos más hambrientos todavía que antes de empezar la crisis. En 2007 habíamos llegado a los 800 millones de hambrientos (que es una cifra muy alta, pero que se había conseguido frenar), y sin embargo, con la crisis, lo que tenemos es un aumento de la pobreza, pero también un aumento de la riqueza (entre los ricos).
En Europa se ha incrementado el comercio de artículos de lujo
Efectivamente, porque ha aumentado la riqueza de los ricos. El año pasado, en 2012, los ricos aumentaron un 12% su riqueza. Como explico en un capítulo del libro, entre la pobreza y la riqueza hay una relación dialéctica. Es falso el mantra que se impuso (sobre todo después de que la socialdemocracia llegara al poder en distintos países), que repetía que debíamos aumentar el nivel de riqueza para luego repartirlo. Cuando aumenta la riqueza, sólo aumenta para los que se han aprovechado de ella. En las gráficas se ve perfectamente que los niveles de proporción de riqueza que tiene el percentil más bajo de la población (el 20% más pobres) se mantienen estables, no aumentan. Sólo aumenta el 5º nivel, es decir, el 20% más rico, que se reparte el 90% de la riqueza. El 20% más rico se lleva todo, y el 20% más pobre no tiene prácticamente nada. Porque el modelo de desarrollo del capitalismo lo que hace es beneficiar al centro frente a la periferia.
Si ese modelo está agotado, ¿por qué al buscar soluciones a la crisis se proponen fórmulas para perpetuarlo? ¿Hacia qué modelo deberíamos ir?
Mi propuesta es ir hacia un modelo del don, una economía del don, donde no se prime el lucro y el beneficio (es decir, el mercado, como estructura y sistema de intercambio, puede ser utilizado, pero debe ser gobernado por la instancia política y por la comunidad, pero no debe ser el único instrumento). Todo el mundo recuerda las famosas frases de Sarkozy, cuando dijo que el capitalismo había que reformarlo, había que repensarlo, que teníamos que volver a poner límites… Porque todo esto nos viene (no lo olvidemos) de aquel famoso tándem Thatcher-Reagan, que propugnaron aquello de que no había alternativas al modelo económico del liberalismo capitalista. Entonces, aquel modelo neoliberal que se empezó a implantar en los años 80, nos ha llevado aquí por la desregulación. En los años 30 apenas había un paraíso fiscal, que era Suiza (que se inventó para salvar todas las riquezas de los nazis); en los años 60 ya había 4 o 5, y ahora tenemos cientos y cientos de paraísos fiscales donde se esconde el dinero. Y es curioso que los intentos de resolución de los problemas del capitalismo hayan ido todos por la vía de acumular más problemas. La Reserva Federal Americana ha triplicado la masa monetaria en los últimos cinco años. Ellos lo llaman «alivio cuantitativo», pero es el eufemismo de meter más dinero al mercado, imprimir billetes. Cuando lo primero que se le enseña a un economista cuando llega a la facultad es que no se puede resolver una crisis simplemente imprimiendo billetes, porque eso es inflación (el dinero es una mercancía y, si tú metes más billetes, valen menos). Japón ahora ha dicho que de aquí al año que viene va a triplicar su masa monetaria, Europa la ha duplicado… Y todo ese dinero está en los paraísos fiscales. Es una patada a seguir, a ver si dentro de unos años nos recuperamos. Pero es imposible, porque esto es una crisis sistémica y estructural del modelo.
¿Cómo afecta a la crisis el papel de nuevos gigantes como India o China? ¿Está actuando China como potencia en África?
India y China son nuevas potencias «capicomunistas», como las llaman algunos autores, y es cierto que asistimos a un verdadero imperialismo chino. África está alimentando chinos, debido a la política de acaparamiento de tierras de China, que se ha quedado prácticamente con el 90% de las tierras africanas. Los saudíes se están quedando también con muchas tierras, porque Arabia Saudí es un desierto.
¿Es una crisis sólo de Occidente, o es una crisis mundial?
Ya hemos llegado a una crisis sistémica y estructural del mundo. El «sistema-mundo», como diría Wallerstein, en todos los sitios tiene una estructura de producción de corte capitalista. El capitalismo tuvo una crisis en el 29 de la que salió con Keynes (con sus políticas de inyección de recursos y de control sobre la economía -poner reglas, no permitir que se especule-), pero eso tuvo unos 30 años gloriosos. Luego la crisis del petróleo (provocada por un hecho que mucha gente pasa por alto, que es lo que hizo Nixon en el 71: liberar el patrón oro que respaldaba al dólar). Porque Nixon había estado imprimiendo más billetes para financiar las guerras de Vietnam y Corea. Francia e Inglaterra pidieron que les cambiara sus dólares por oro, porque se había llegado a ese acuerdo en Breton Woods, cuando se constituyó el Banco Mundial y la estructura financiera que convertía al dólar en la moneda de intercambio mundial. Entonces, cuando reclamaron el oro porque no se fiaban de los billetes, lo que hizo Nixon fue desvincular el dólar del oro, y eso fue el mayor robo de la historia. Por eso los que tenían petróleo y compraban dólares dijeron «oye, que ya los dólares no valen esto«, y entonces se produjo la crisis del petróleo, provocada por la crisis del dólar, que fue una crisis financiera. Una crisis del capitalismo que llevó al neoliberalismo, en 30 años que yo llamo «los 30 penosos años». Luego estarían la crisis del 89, la del 93, la del 97, la de 2001 (la crisis de las puntocom, que fue el inicio de ésta)… todas réplicas de esta crisis.
¿No se podrían, entonces, haber considerado avisos de algo que se podría haber solucionado?
Sí. Todo el mundo lo decía. Cuando aquí se firmó el Tratado de Maastricht, por ejemplo, estaba claro que nos íbamos a meter en el cauce en el que estamos ahora, haciéndonos dependientes completamente. España es una colonia alemana. A través del euro nos tienen dominados, la única solución real es salir del euro.
¿Y es una opción factible?
Sí, totalmente. Tenemos gente, conocimientos, tierras, producción… Produzcamos.
Y para la crisis global, ¿hay solución?
En la parte final del libro yo propongo que la solución tiene que tener distintos niveles, y el problema es que hay que sumar muchas fuerzas para conseguirlo. En España, por ejemplo, tenemos que ir hacia una segunda Transición. Una Transición realmente democrática. Porque ahora mismo lo que hay es una «partidocracia». Monstesquieu está muerto, en España nunca existió, porque el presidente del Gobierno es el que manda en el Parlamento, es el que manda hacer las leyes… No hay división de poderes. El que ejecuta no puede ser el mismo que legisla. Y con la elección de jueces pasa lo mismo. Tenemos que ir hacia otra forma de organizarnos distinta.
A nivel político, lo he llamado una política «exodal», porque igual que Moisés sacó a los hebreos de Egipto, nosotros tenemos que salir de este modelo que está como el coyote cuando, corriendo detrás del correcaminos, salta el precipicio y sigue corriendo sobre el abismo. Sólo que, cuando se da cuenta, cae. La diferencia es que nosotros estamos en el abismo pero no nos hemos dado cuenta. Pero cuanto más tardemos más sufrimiento nos costará, porque nos hemos educado en el tener y no en el ser, en un desarrollo cuantitativo de la persona y de la sociedad, como si tener más nos hiciera más felices… Santo Tomás de Aquino era un hombre con las ideas muy claras, y sabía que el hombre necesita cubrir sus necesidades de indigencia (alimentación, vestido, habitación, cultura, educación, sanidad…), y de estatus. La responsabilidad del Estado es que todas las personas puedan satisfacer sus necesidades reales, y no las creadas por la sociedad de consumo. Porque ahora se ha invertido completamente el proceso: primero se crea un producto, y luego se hace necesario para la gente. Esta inversión es perversa. Por ejemplo, hay productos lácteos de estos que dicen que son muy buenos para el organismo, y que realmente no tienen ningún tipo de beneficio más allá que el que se lleva la empresa por hacerlo. Lo que hacen las empresas es convertir residuos en productos. La estructura política se tiene que encargar de que todos podamos tener la dieta variada que necesitamos. No tiene sentido que estemos tirando el 50% de la comida (que es lo que se tira durante la cadena de producción que va hasta el consumidor).
Son cosas que hemos llegado a hacer humanas pero que no son humanas. A la gente le escandaliza, pero es preferible que falten productos en las estanterías de los supermercados a que se tiren. Parece que necesitamos que esté todo repleto, perfecto y con buen color. Y esto es una cuestión de educación. Yo sé que esto va contra nuestra cultura, pero casi habría que llegar a un sistema de racionamiento. Lo que no puede ser es que se nos mueran de hambre 1.150 millones de seres humanos, ahora mismo. 300 millones más que en 2007. La gente tiene que conocer los datos, yo creo que la información libera. Y un dato importante es que hasta 2001 estaba prohibida la especulación con los alimentos. Fue entonces cuando, al inicio del pinchazo de las empresas de Internet, se perdió tanto dinero en Wall Street que el gobierno americano les permitió especular en la Bolsa de Chicago con las materias primas. Especialmente con los alimentos. Era una inversión segura, porque la gente siempre va a necesitar alimentos. Entonces, todo el dinero que estaba en Wall Street migró inmediatamente a la Bolsa de Chicago, y se empezaron a acaparar productos como arroz, trigo, maíz… Y los precios empezaron a subir: la tonelada pasó de 250 dólares a 500. Eso provocó que en un solo año, de 800 millones de hambrientos pasáramos a tener mil millones. Porque la gente que estaba en el borde, en el límite de la hambruna, podía comprar la mitad de lo que compraba antes (porque se había duplicado el precio). Mientras tanto, la gente que había especulado no había arriesgado nada. Solamente habían comprado opciones de futuro. Y esa especulación fue la que provocó la situación de hambruna en la que nos encontramos hoy. Un segundo de especulación puede tirar por el suelo el trabajo de 10 años de entidades como Cáritas. Y los 30 años de neoliberalismo lo que hicieron fue destruir la estructura política que podría regular eso.
Ahora dicen los medios de comunicación que el oro ha bajado de precio, que se ha pinchado la burbuja… pero es falso. Es otra especulación. Si yo compré oro cuando estaba a 1200 dólares, y he esperado un año para que suba a 1500, como tengo mucha masa y vendo, todo el mundo vende (porque la gente se pone nerviosa), baja a 1200, lo vuelvo a comprar, y he ganado 300. Es especulación de libro. Y a ellos les da igual. Si se pudiera especular con seres humanos, lo harían. Si fuera legal la trata de blancas, especularían con la trata de blancas. Lo que quieren es dinero, y un lugar seguro para guardarlo. ¿Por qué las islas Seychelles tienen tanto dinero, y nadie las invade? Porque tienen los mayores ejércitos del mundo protegiéndolas, y todo el mundo lo sabe. Al igual que Suiza, que no tiene un ejército real pero está totalmente protegida. Porque lo que se protege es el dinero, poderoso caballero don dinero. Servimos al otro amo, que además, no tiene ningún escrúpulo.
Y además de la solución política, tiene que haber una solución ética. Yo la llamo «samaritana». Porque intentar resolver los problemas sociales sólo con la política es quedarnos en una estructura demasiado alejada del ser humano. Tienen que cambiar las personas. Casi todas las revoluciones que ha habido en el mundo han fracasado porque han sido políticas o económicas, es decir, externas, pero no internas. Primero se necesita una revolución del corazón, de las conciencias, que luego se proyecte en la sociedad. Tiene que haber una bidireccionalidad.
¿Cómo puede hacerse posible esa revolución de las personas en un mundo dominado por las instituciones y las estructuras?
Aristóteles lo tenía muy claro: una cosa es economía (satisfacer las necesidades), y lo otro es crematística (buscar el lucro personal). Es decir, pervertir el ser de las cosas. Porque el ser de la economía es satisfacer las necesidades. La usura o el préstamo de dinero, por ejemplo, buscan solamente el lucro. Pero el trabajo asalariado también es crematístico. Porque el trabajo es una realidad personal íntima, es nuestro yo más profundo, que se pone en contacto con los otros y con el mundo. Por el trabajo nos desarrollamos y nos hacemos, por tanto, si «vendemos» nuestro trabajo nos prostituimos. Hay que cambiar la lógica, y pensar que damos nuestro trabajo a cambio del trabajo de los demás. El dinero puede funcionar como un instrumento, pero no como un sistema de acumulación. El dinero debería caducar. Así no podrían amasarlo. Y en el fondo lo que quieren es poder, porque la riqueza se puede pudrir, pero el poder no. Y así es como la gente se cree la mentira de que el dinero vale algo. Si hoy Draghi dice que mañana los billetes de 50 euros no valen nada, hemos perdido todos los que tenemos los billetes, porque el dinero no es de quien lo tiene, sino de quien lo crea. Y si lo crea el Banco Central Europeo, el dinero es de ellos (en el fondo, de Alemania). Por eso no habría más problema al salir del euro que el de crear otra moneda, y las relaciones con otros. Lo pasaríamos muy mal, claro. Pero todos. El problema es que con la política que se está aplicando ahora lo pasan mal sólo algunos. Y los que han provocado todo, al contrario: se está enriqueciendo.
¿Las revoluciones ciudadanas que se están produciendo ahora son parte de esa solución, o, al menos, un sano estado de indignación? ¿Falta organización o proyecto de construcción?
Yo lo analizo desde la perspectiva del filósofo Thomas Kuhn, que habla de los paradigmas de la ciencia. Tú tienes un paradigma científico, y mientras funciona ese paradigma, todos los investigadores lo apuntalan. Cuando empieza a haber anomalías en el paradigma, y empieza a verse que no funciona, los datos no empiezan a cuadrar (como pasó con el paradigma geocéntrico), empieza a surgir otro paradigma. Pero en esa ruptura de un paradigma a otro tiene que haber elementos de vinculación. Movimientos como el 15-M para mí son elementos de transición entre un paradigma y otro, pero que no llegan a ser maduros todavía. Por es los miro con simpatía y me siento cercano a todos esos movimientos, pero veo que todavía son inmaduros. Por mucho odio que algunos le tengan a la política, la política en sí no es mala. Es mala cierta política o es mala la que hacen ciertos políticos. Pero la política es la forma como nos organizamos, no puede ser mala.
¿El sistema se tiene que cambiar desde dentro?
No queda otra. No se ve otra posición, porque casi es peor romper el sistema por romperlo. Lo que pasa es que los que se benefician de este modelo actual ponen muchas trabas. Llegará un momento en que los choques sean mucho más violentos, porque la gente no puede seguir sufriendo de esta manera. Ojalá no pase nada nunca, pero, claro, ¿cómo no va a pasar nada cuando a la gente se la echa de su casa? Una ley que defiende eso no es legal. Y, como decía Gandhi, «la situación de un hombre justo en una sociedad injusta es la cárcel». Deberíamos ponernos todos ahí para evitar eso. Sin embargo, los otros se quejan porque les chillan en la puerta de su casa.
Y además de la política y de la ética, necesitamos recuperar los valores comunitarios. Y la familia, ¿por qué no? La familia no es el reducto de los conservadores. Todos hemos crecido en familia, que es donde acude uno al final. Sobre todo en los países mediterráneos. Y si España no se ha hundido del todo, es por la familia. Con un 27% de paro es imposible sostenerse. Y todos conocemos casos cercanos de gente que se ayuda. En Estados Unidos no. Allí si te va mal no puedes recurrir a otra persona. Son sociedades distintas.
La crisis es del mundo, pero en la Iglesia, ¿por qué?
Porque no se trata de que la Iglesia como estructura o institución esté en crisis total, sino que «en» la Iglesia, dentro de la Iglesia y su organización, hay crisis. Al mundo de hoy yo lo llamo «imperio global postmoderno», porque ya no es sólo de un país o de otro, sino que se ha extendido a todos los sitios (los capitales no tienen patria, los grandes deportistas van por ahí con la bandera de España pero su dinero lo tienen en cualquier lado menos donde puede producir para sus compatriotas que les aplauden y les quieren…). El libro estaba terminado antes de la renuncia de Benedicto XVI, y me parece que los acontecimientos maravillosos y excepcionales que estamos viviendo ahora parten de ahí. En algún medio de comunicación comenté que me resultó curioso que el día 28 de febrero, que es cuando Benedicto XVI planteó su renuncia, coincidiera con las calendas de marzo, que es cuando Teodosio firmó el edicto de Tesalónica del 380, que obligaba a todos los habitantes del imperio a ser cristianos, bajo pena de muerte. Ahí empezó la vinculación de la Iglesia con el poder, de la Iglesia imperial, que es la que, de alguna manera, ha venido a morir ahora. Es ahora cuando nos estamos dando cuenta de que esa forma de vivir de la Iglesia no es la correcta. Y eso es lo que está transmitiendo Francisco con sus gestos y sus palabras. Su solo nombre nos dice eso. Su forma de declararse obispo de Roma, que es lo que es realmente (porque las famosas SS de Su Santidad, lo que significan es Servo Servorum, es decir, el que preside en la caridad y en el amor a las otras iglesias. Eso es el ministerio petrino que enseñamos los profesores de teología: el servicio a la unidad. Como Juan Pablo II muy bien pidió en una carta: «ayudadme a vivir». Porque el Papa no lo ve todo, y lo que importa es el servicio, no la persona que lo haga.
Pero, para cambiar las cosas, ¿no es necesario que el «monarca absoluto» reparta juego?
Sí, en la Iglesia es así. Después de la declaración de la infalibilidad papal, tenía que ser un Papa como Juan XXIII el que tomara la decisión de convocar un Concilio. De abajo podía surgir la necesidad, pero hacía falta un impulso desde arriba.
¿Qué esperas de los gestos de Francisco?
Bueno, es verdad que una vez abierto el apetito, uno ya lo quiere todo. Pero a la vez espero que Francisco no corra, porque tampoco hay prisa (ya han sido muchos años viviendo de una determinada manera). Lo que enseñamos en teología no tenía nada que ver con lo que la gente pensaba o veía de la Iglesia. Quien más o menos tiene conocimientos teológicos sabía que la teología iba por otro lado, porque es hija de la revolución bíblica, ecuménica y litúrgica que se había producido en el siglo XX. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI impulsaron el diálogo de la teología con las ciencias. Pero claro, una cosa es eso, y otra es cómo se aplica a la Iglesia. Entonces, yo espero que Francisco vaya sin prisa, pero también sin pausa. Que no se pare esto, que vayamos hasta el final.
¿Tenemos razones para la esperanza?
Siempre. Los cristianos no podemos permitirnos el lujo de la desesperanza. Yo siempre digo que no soy optimista, soy pesimista. Pero por eso estoy esperanzado: porque me espero lo peor, y por tanto actúo para que se produzca ese otro mundo que es posible e imprescindible, y que los cristianos llamamos Reino de Dios. Todo lo que es verdaderamente humano es cristiano.
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