De esta forma, la educación y la cultura se ven manipuladas y dominadas por estos poderes estatales y económicos, capitalistas, que quieren configurar a las personas a su imagen y semejanza
(Agustín Ortega Cabrera, Centro Loyola e ISTIC).- Tiempos de crisis, revueltos, convulsos donde el malestar de los ciudadanos y de los pueblos se hace presente en campos, tan importantes, como la educación o el gobierno de lo público, de la política. Tal como está sucediendo, por ejemplo, en España.
Este malestar e injusticia social-global, generada por la estafa de la crisis del inmoral capitalismo, ha sido provocada en muy buena medida por el «declive de la persona pública», por la «ética indolora», por el «mal samaritano»… Estas expresiones manifiestan el análisis de nuestra sociedad y mundo actual, post-moderno y neoliberal-capitalista.
En donde los poderes transnacionales de todo tipo, en especial los económicos y bancarios-financieros, han conducido a la privatización de la vida de la persona con su constitutivo carácter comunitario y social, ético y público, sociopolítico. Efectivamente, estos poderes, el capitalismo, además de generar la desigualdad e injusticia social-mundial que padecemos, producen la cultura individualista y evasiva, privatizadora y alienante de la existencia. Lo que origina el que las personas y pueblos no sean sujetos y protagonistas de la vida, de la realidad social y política, que no haya una democracia más real, para mantener así dicho poder y su sistema capitalista.
En este sentido, como comprobamos una vez más, la sociología de la educación, con los autores de las ciencias sociales, nos enseña que la educación y formación, más allá de una realidad personal o familiar, es una cuestión pública y social. La educación y todo el sistema cultural es configurado o establecido por las relaciones sociales, por las instituciones, estructuras y sistemas políticos, económicos, comerciales, financieros, etc. Y, asimismo, esta teoría social o sociología nos pone de manifiesto que estas estructuras o sistemas, en la realidad socio-histórica, muchas veces no quieren cohesionar a la sociedad, no promueven la unidad o solidaridad; sino que dichos poderes, hoy planetarios, producen dominación y conflicto social, deshumanización y alienación, desigualdad, injusticia y exclusión. De esta forma, la educación y la cultura se ven manipuladas y dominadas por estos poderes estatales y económicos, capitalistas, que quieren configurar a las personas a su imagen y semejanza. Esto es, el «homo» (ser humano) individualista y economicista. La persona convertida en un animal técnico-productivista y competitivo, que alimenta la insaciable voracidad del «dios» o ídolo del mercado y sus «dogmas» del beneficio y la ganancia, del desmantelamiento de lo público y del estado social de derecho-s, de la ética de la solidaridad y la justicia social.
Por todo ello, si realmente queremos una educación y formación verdadera y cualificada, humanizadora, crítica-ética y liberadora. Es decir, que eduque a la persona de forma humana y cultural, moral y espiritual, en una perspectiva solidaria e integral, tendremos que desarrollar una renovada antropología-ética de la política que promueva una democracia más verdadera, real, un estado social de derecho-s. Como nos enseña la filosofía y las ciencias sociales, la persona, como ser social y ético-político que es, se realiza en las inter-relaciones con los otros, en la vida pública y social. El ser humano se desarrolla en el servicio y compromiso moral-político por una sociedad y mundo con más libertad y participación, con más justicia e igualdad. Desde y en este servicio o compromiso por un mundo más fraterno y justo con los pobres: las personas van logrado una existencia con sentido, una vida feliz, humanizadora y espiritual. Ya que, en esta línea, la felicidad personal se va adquiriendo en el marco de la felicidad política, en el contexto del bien común, esto es, en unas condiciones humanas y sociales que posibilitan el perfeccionamiento o desarrollo integral de los seres humanos. En contextos sociales y políticos, donde no existan sociedades o pueblos con libertad y justicia, participación e igualdad: se produce una vida y felicidad malograda, dañina, injusta y patológica. Tal como nos muestra el más que palpable y real fracaso, moral e histórico, de los sistemas que han imperado, el liberalismo capitalista con sus crisis sistémicas, y el comunismo o colectivismo leninista-stalinista.
Así, la educación y la formación integral no pueden quedar a manos de ninguna de estas dos ideologías y sistemas inhumanos. Ya que el capitalismo impone la dictadura del mercado y, por su parte, el colectivismo establece el totalitarismo del estado. Tanto el capitalismo como el colectivismo, que participan de forma similar de la cultura moderna-burguesa, impiden la centralidad y dignidad de las personas, el protagonismo de los seres humamos y de la sociedad civil o pueblos en su vida personal y comunitaria, en la realidad social e histórica. Lo que impide una democracia más real que se basa en una ética compartida, civil o cívica, cosmopolita o mundial, una globalización del bien común y de la solidaridad, de la justicia y de la paz, una civilización del amor fraterno. Frente a lo que impone la cultura burguesa-liberal y capitalista, la democracia no es el imperio de la mayoría o de la ley, sino el orden ético y justo. Es aquella ordenación moral, política y jurídica, basada la participación o protagonismo real, directo y deliberativo de sociedad civil en el marco ético de los valores morales como el bien común y la justicia liberadora con los pobres. Unas leyes, instituciones o autoridades que no sean ética, que no respeten la vida y dignidad de las personas, que no cumplan con el bien común y la justicia con los pobres, con las víctimas: no son legítimas, no hay que obedecerlas; antes, al contrario, se tiene el deber y la responsabilidad ética de resistirlas y cambiarlas por otras, que sirvan a la justicia y al bien común. Tal como nos muestra todo ello, asimismo, la fe y su enseñanza social, que nos anima a la esperanza de ese otro mundo fraterno, regalado por Dios en Jesús.