Y es que el cardenal se ha quedado sin interlocutores políticos
(Juan P. Somiedo).- La importancia de ambos conceptos es grande porque señalan, a la par, dos formas de orientar una organización o estructura completamente diferentes. Las empresas conocen bien esa distinción. Están obligadas a la proactividad para tratar de adelantarse a los cambios en el mercado y adaptarse lo mejor posible a ellos.
A algunos nos da la impresión que nuestra Iglesia avanza, muchas veces, a lomos de las circunstancias y a golpe de improvisación. No podemos continuar así. Debemos planificar y ser dueños de nuestro futuro si no queremos ser sus esclavos. No hay otra posibilidad. A veces, esa planificación sale mal, pero las consecuencias del error han sido previamente medidas y estudiadas y no nos cogen por sorpresa. Es mucho peor la incertidumbre de quien avanza a golpe de circunstancia sin dominar tiempos ni espacios.
La proactividad se basa en hacer una correcta prospectiva no para adelantarse y saber cuál va a ser el escenario futuro, sino para trabajar en cómo queremos que sea ese escenario. En la Iglesia hay muchas cosas que cambiar si queremos que la Iglesia del futuro sea mejor que lo que hoy podemos contemplar. Pero, para eso, necesitamos el compromiso por el cambio de la jerarquía eclesiástica.
En el caso particular de España hemos vivido una huída continúa hacia delante sin hacer autocrítica ni admitir los errores cometidos. El resultado es que, pese a los operaciones de abrillantado del cardenal Rouco con la JMJ y las confirmaciones en la Catedral de la Almudena, la Iglesia es, cada vez más, un cementerio de elefantes y está cada vez más alejada del pueblo sencillo y de la sociedad. En la última encuesta del CIS, entre la valoración de las instituciones, la Iglesia aparece en quinto lugar, muy por debajo de las FAS o los Medios de Comunicación. Y ello, debemos añadir, a pesar del enorme esfuerzo que está realizando Cáritas.
Debemos construir una iglesia más inclusiva donde lo que realmente importe es la predisposición y la voluntad de la persona para encontrarse con Dios y trabajar por su Reino. Si nos creemos solo un poco la antropología trascendental de Kart Rahner no debemos ser obstáculo para que ese «apriorismo» trascendental se cristalice finalmente en una fe sólida. Dejemos que Dios haga su trabajo sin establecer una condena, también apriorística, que aleje a la persona de Dios por culpa de las restricciones de la institución.
¿Acaso creemos que estamos ayudando, desde la antropología actual que manejan algunos sectores de la Iglesia, a los homosexuales a cristalizar ese «a priori trascendental»? ¿Y a las personas que han roto una relación sentimental y han comenzado otra?. ¿Y cuando ponemos condiciones a los padres para que su hijo reciba el bautismo? La gracia de Dios nunca ha hecho discriminaciones.
Quedarse de brazos cruzados esperando que el que venga detrás cargue con el desaguisado ha sido la actitud de la jerarquía de la Iglesia española formada a imagen y semejanza del cardenal Rouco. Ningún obispo puede decir ahora que desconocía lo que estaba pasando, lo que sucedía en los seminarios o los problemas del clero. Se sabía y se miraba para otro lado con la anuencia de nuncios del estilo de Monteiro de Castro que se dedicaba a todo menos a trabajar.
Y con un cardenal que representó el acto final de su particular comedia en la plaza de Colón dando voz a un iluminado como Kiko Arguello. ¡Que diferencia entre la figura de un Tarancón que fue una pieza fundamental en la transición española y éste Rouco cuyo nepostimo con su sobrino nos hace retrotraernos a la época de los Borgia y que ha basculado a la Iglesia hacia una posición que ya le está perjudicando en el presente pero, sin dudarlo, le va a perjudicar mucho más en el futuro!. Y es que el cardenal se ha quedado sin interlocutores políticos, no porque Rajoy no lo reciba, sino porque lo que se avecina (como la popular serie televisiva) no va a ser cosa de uno sino de varios. Y eso por más que la religión sea materia evaluable en los colegios.
La Iglesia en general y la española en particular no puede seguir siendo el refugio de personas de dudosa moralidad sin ningún tipo de corazón sacerdotal que han hecho de la institución su refugio personal. Son los pocos, pero esos pocos siembran la cizaña necesaria entre el resto. He conocido y conozco excelentes sacerdotes que se desviven en parroquias rurales y de ciudad intentando, calladamente, superar todas las dificultades. Merecen no solo nuestro reconocimiento sino también nuestra gratitud. La condición sine qua non para tener un corazón sacerdotal es tener una base humana importante y da la sensación de que esto se ha descuidado fatalmente en los candidatos al ministerio.
Recientemente el Papa ha calificado la desinformación y las medias verdades como pecado. Claro, santidad. Y es más, muchos de los obispos españoles son unos pecadores en este sentido. Era costumbre tomar como ciertas afirmaciones sin contrastar y sin tener pruebas que las respaldasen. El individuo, sin medios ni maneras para defenderse de acusaciones falsas quedaba al albur del juicio arbitrario del obispo de turno. Y muchos de ellos, aún dándose cuenta de las injusticias que se han cometido, no han hecho absolutamente nada por defender los derechos de sus curas.
No creo que el sabio derecho canónico esté de acuerdo con estas actuaciones. ¿O los pobres curas van a tener que seguir soportando ser meros números sin derechos en manos de obispos que dan visos de credibilidad a acusaciones sin pruebas y sin que el acusado sepa quién acusa y que se creen jueces cuando no llegan a picapleitos?.
Tengo para mí que en su momento el Padre les pedirá cuentas, pero esto es solo una hipótesis. Antes de eso, mucho antes, la Santa Sede debe establecer los mecanismos de control necesarios para controlar la actuación de los prelados y para que los sucesivos dislates que cometan no queden sin la respuesta institucional adecuada y proporcionada.