Ni la Revolución marxista ó anarquista ni el Neo-liberalismo han supuesto la solución de los problemas de la Humanidad contemporánea
(Ángel Manuel Sánchez García).- En medio de tanto enjuiciamiento mediático de los acontecimientos, los cristianos reflexionamos y discernimos para descubrir la presencia de Dios en este mundo complejo en el que vivimos.
Los últimos artículos de D. José Ignacio Calleja y D. Bernardo Pérez Andreo, y sus críticas al Capitalismo, altamente estimulantes, motivan el presente artículo. Muchas son las explicaciones que se han dado a esta crisis, pocas abordan las causas espirituales, casi todas, las materiales. Tremendo error porque con dosis desproporcionadas de análisis sesgado e hiperrealismo crítico y mordaz, los españoles nos desenvolvemos entre la resignación, la indignación y la indiferencia. Tres actitudes que pueden desembocar en una misma sequedad espiritual y que en absoluto contribuyen a reconstruir nuestra sociedad, nuestro país, y más allá, nuestra vieja Europa.
Creo firmemente en las terceras vías. Creo por experiencia que donde se cierran puertas otras se abren, y poseo la esperanza en que el ser humano no está siempre condenado a repetir sus errores, sino que está inexorablemente condenado a encontrarse una y otra vez con lo fundamental: encontrar sentido a lo que vive.
Revolución ó inmovilismo, aquella apoyada por movimientos anti-sistema y ésta por los grupos privilegiados e instalados por el orden político y económico vigente, nos conducen fatalmente a la confusión y simplicidad mental. Ni la Revolución marxista ó anarquista ni el Neo-liberalismo han supuesto la solución de los problemas de la Humanidad contemporánea, sino que más bien, los han ocasionado. Primera conclusión, el socialismo y el liberalismo han sido históricamente una fatalidad, y de la misma manera que asistimos a un neo-liberalismo decadente hemos de asistir a un neo-marxismo incipiente.
El cristianismo, y más propiamente, el catolicismo, se opone por conciencia y experiencia histórica a ambas corrientes, y por encima de todo, a la visión exclusivamente materialista de la realidad humana que prescinde de Dios y de su mensaje liberador y redentor.
Católicos antisistema
Con la experiencia de haber participado en varias asambleas del 15-M, no me encontré ni creo que se pueda sentir cómodo católico alguno en el movimiento. Primero, porque ha perdido su carácter civil y lo ha adquirido político; segundo, porque su pluralidad ideológica se ha tornado en uniformidad, precisamente porque los grupos representativos de la extrema izquierda (muy ideologizados y totalitarios) excluyen toda posibilidad de que la transformación política y económica se haga sin revolución. Son neo-frentepopulistas y poseen muy deficitaria formación y educación, que experimenté en primera persona. El 15-M pudo hacer bien en expresar el «cabreo colectivo» pero no supone en absoluto un movimiento que proponga una alternativa ni técnica ni cívica ni pacífica a la larga porque se ha politizado hacia la extrema izquierda.
El socialismo anticapitalista y el anarquismo destruyen la libertad económica y moral-religiosa de las personas, son profundamente anticristianos, porque ora todo lo subordina a dios Estado ora a la suprema libertad natural de la que han de gozar los hombres para lo cual han de eliminar toda autoridad instituida, familia incluida.
Son anticristianos y anticatólicos, porque eliminan la moral autónoma de las personas, suplantada por la moral del Estado ó de la Colectividad, y porque eliminan la libertad para organizar los recursos, detentarlos y explotarlos (empresa, propiedad y mercado), de tal forma que todos los esfuerzos económicos del individuo reviertan en la fortaleza del Estado ó de la Colectividad, no en la de la familia o la comunidad.
Católicos liberales
El capitalismo mercantilista (el tradicional, el de intercambio de mercancías, sometido a control) es un sistema económico válido para el cristianismo. La eficiencia en la asignación de unos recursos limitados, lo hace un modelo óptimo, la reciprocidad su lógica relacional y moral. En el mercado se encuentran necesitadas oferta y demanda, se intercambian necesidades a través de los precios (que agilizan los intercambios) y su satisfacción es recíproca (utilidad para el consumidor y beneficio para la empresa).
La reciprocidad y no la gratuidad rigen las relaciones de mercado, la gratuidad y no la reciprocidad rigen las relaciones del espíritu.
La ganancia obtenida por la empresa ó la utilidad por el consumidor, han de ser sancionadas desde la Moral no en cuanto a la intención que les mueve a ambos a relacionarse, sino más bien en la forma en que obtienen sus satisfacciones. En los medios elegidos para satisfacerse ánimo de lucro y ánimo de consumo se encuentra el campo para el intervencionismo público con el objeto de impedir abusos y fallos, y del Magisterio social de la Iglesia para corregir y aclarar a los cristianos que no deben confundir un modelo económico válido con un esquema moral de vida.
Corresponde al libre albedrío elegir, a la autoridad corregir, y a cada cristiano no confundir el ánimo de lucro con el ánimo de gozar de la Paz de Dios, que exige que reparemos todos los abusos y fallos que el ejercicio de la libertad mal entendida provoca en los demás, especialmente en los más débiles, los excluidos como factores necesarios de trabajo y capital, los excluidos porque no son necesitados, porque son medidos en definitiva, en términos de utilidad y no de humanidad.
El Mercado tiene mecanismos que propician la asignación eficiente de recursos (oferta y demanda, competencia, utilidad y beneficio marginales equilibrados, indicadores de valor necesarios: los precios), pero tiene consigo fallos tan naturales como sus virtudes.
Los fallos del mercado son entre otros: 1) las Externalidades negativas (los perjuicios sociales que la actividad económica produce en el medioambiente, en las familias (conciliación laboral y vida familiar), en la alta tasa de desempleo originada por la falta de productividad y la deslocalización de industrias que emigran a países en vías de desarrollo, etc.); 2) la Falta de Competencia entre empresas (oligopolios y monopolios, amañamiento de precios en el sector); y 3) la Falta de redistribución de la renta equitativa (paraísos fiscales y beneficios fiscales para grandes empresas y patrimonios). Todo esto hace que esté más que justificado el intervencionismo del Estado en la Economía, que debe reducir los efectos negativos de la libre actividad económica, controlando la correcta formación de precios y garantizando el deber de contribuir al sostenimiento de los gastos públicos de todos y especialmente, por los que más ganan y más tienen.
Cuando el Estado no cumple eficazmente con la corrección de estos fallos intrínsecos al Mercado, entonces la Economía de Mercado se convierte en un animal desbocado, si queremos verlo así, en un tirano adolescente. Si la autoridad del Estado no se ejerce sino que se corrompe, en aras de consentirlo todo sin limitar nada (neo-liberalismo), entonces asistimos a un modelo económico injusto que abusa de su libertad, y que se autodestruye, cual adolescente entregado a todo tipo de excesos. Los economistas neo-liberales me responderían que lo que digo es falso, porque las normas de control se han multiplicado, lo cual no quiere decir que dichas normas estén bien hechas (pues muchas veces aparentan pero no resuelven los auténticos problemas) ni que mucho menos se apliquen ó se apliquen sin excepciones.
Hay diversos modelos de Economía de Mercado destacando, la Economía de Libre Mercado de inspiración liberal y origen anglosajón, y la Economía Social de Mercado, de inspiración socialdemócrata y origen germano. El modelo económico español es el resultado de una corrupta imitación del modelo alemán y una vocacional asimilación del modelo anglosajón.
La Economía Social de Mercado propugna la libertad contenida de mercado, al considerar que el interés social ha de limitar al individual. Este modelo de capitalismo es el vigente en Alemania y Austria, es realista por contraste histórico, pues ambos países conocieron revoluciones marxistas en los años 20 y 30 y fueron frontera con los países de la órbita soviética. En la Economía Social de Mercado los valores sociales se protegen, entre otras cosas, porque la sociedad civil es fuerte (está formada pues ha gozado de un buen sistema educativo), y exige que se respeten las reglas del juego primando al interés social frente al particular. Es un modelo que ha sido erosionado por el liberalismo, pero donde sigue garantizado el Estado de bienestar, entre otras cosas, por la alta productividad empresarial (que garantiza altos recursos fiscales y una baja tasa de desempleo) y por la acertada gestión política y económica de sus gobiernos y de sus corporaciones sindicales y patronales (financiados exclusivamente por sus afiliados), que ha proporcionado una estable paz social, imprescindible para comprender su éxito.
El liberalismo político y económico es una corriente de pensamiento que ha arraigado con mucha fuerza históricamente en España, más que en otros países de nuestro entorno, que sólo ha sido replicada por el carlismo en el siglo XIX y el marxismo en el siglo XX. En mi vida profesional (técnico de la AEAT) y en mi larga formación, he encontrado a muchos católicos encantados de definirse como liberales, bien por conformismo (no conocen y no quieren conocer otra cosa) bien por inmovilismo (forman parte del sistema).
Tanto el Neoliberalismo y el liberalismo tradicional son anticatólicos, pero no necesariamente anticristianos (el cristianismo liberal es de origen reformista protestante). El liberalismo es sustancialmente anticatólico, pero el Capitalismo no. El liberalismo subraya la libertad y el crecimiento económico que conlleva, eleva la libertad a valor, o premisa, moral (la libertad como máxima aspiración y condicionante de la prosperidad material) para la obtención de lucro. Para el catolicismo tradicional la libertad tan sólo es instrumento y no fin, para la máxima aspiración: la consecución de la plenitud existencial del Hombre deseada por Dios, a través del encuentro amoroso con Él, a lo cual se subordinan todas las aspiraciones materiales.
Consecuencia de esta contradicción moral (prosperidad material y plenitud existencial), es esa esquizofrénica actitud del católico liberal, que separa celosamente la vida pública de la privada, la vida profesional de la vida cristiana. El catolicismo liberal es un liberalismo edulcorado con virtuosismo cristiano, liberalismo en su sentido tradicional, conservadurismo que no tradicionalismo religioso, pues tradicional en la Historia de la Iglesia es llevar a cabo una sucesiva reforma de las malas costumbres (purificación) y, convencional proteger y conservar los intereses particulares ó la posición adquirida, que las crisis ponen en evidencia por los graves perjuicios públicos que pueden acarrear (corrupción).
El crecimiento económico no es que sólo constituya el fin de la política económica y de la economía de empresa, se ha convertido en dogma moral que todo lo justifica, es por ello, que el Estado ha renunciado al ejercicio incómodo de la autoridad para asimilar la cómoda posición del rentista, que confía en el crecimiento económico que garantiza la Economía de Libre Mercado como factor constituyente de la paz social.
El Neo-liberalismo, que podríamos comprender dentro de la Posmodernidad, en occidente ha minado la autoridad del Estado. El Estado se ha comportado como esos padres que renuncian a imponerse por no montarla con el adolescente (comodidad), que renuncian a ver que sus niños angelicales pueden convertirse en tiranos si se les permite todo (condescendencia), que creen que los hijos se hacen maduros y responsables por ciencia infusa y no gracias a la educación (ingenuidad), y que creen que la mejor educación es la del asentimiento y la que se improvisa por conveniencia y no por experiencia (corrupción).
El neoliberalismo engaña al consumidor (el marketing) haciéndole confundir utilidad con necesidad, alterando sus valores morales para ello (confundiendo lo principal con lo accesorio). Maximiza el beneficio, no la sostenibilidad de la empresa que a su vez depende de la estabilidad social, quebrada además cuando la utilidad ha sido explotada irracionalmente gracias el crédito descuidando la sostenibilidad de las economías domesticas a largo plazo.
¿El mejor beneficio? El que retribuye con equidad (de ahí la productividad) al socio que arriesga y al trabajador que produce. Cuando no es así, se aliena al trabajador, se amputa su capacidad creativa y se anula su ánimo de progresar con la empresa, de la que se desvincula moralmente aunque trabaje en ella. El trabajador se ve sometido con resignación a una indigna posición de semiesclavitud sistémica, en la que resulta atrapado máxime cuando se ha endeudado excesivamente tanto para comprar su casa a un precio escandaloso (corrupción), como para consumir de forma compulsiva (alineación), pues asocia erróneamente la satisfacción con la felicidad, en búsqueda más de una vida rica en cosas y experiencias que en la búsqueda de un encuentro auténtico consigo mismo y con las personas, de una vida rica en las esencias.
Católicos reformistas, la tercera vía
El modelo económico vigente no se corrige ni con el socialismo (eliminando el mercado) ni con el liberalismo (sosteniendo más de lo mismo) sino con una revolución en los hábitos del consumidor y en las exigencias políticas de los ciudadanos. El vigente modelo económico hecho moral y cultura se corrige con una revolución contracultural de carácter moral.
La reforma de costumbres políticas y económicas en la sociedad civil es la tercera vía para lograr que ni el Estado (que no controla ó lo hace con negligencia ó pueda controlarlo todo sin que se pueda respirar) ni el Mercado (que sólo se mira al ombligo) se erijan como solución para esta crisis, que es moral, de su moral, y que ellos solitos han provocado.
Estado y Mercado han fracasado en sus proyectos totalitarios, es tiempo del reemplazo y de la revitalización espiritual europea, que existía y que es predominantemente judeocristiana.
Un cambio en las pautas del consumidor puede corregir a los mercados. La austeridad voluntaria, el consumo ético, la exigencia de conductas éticas a las multinacionales, la exigencia de reformas políticas, la exigencia de una inversión de principios donde la Dignidad de las personas adquiera la fuerza hasta ahora dada sólo a la Libertad y a su prosperidad, y haciendo falta, como hace, limitando la nociva libertad de quien sólo piensa exclusivamente en sí perjudicando a los demás. Una regeneración moral es lo necesario, una revolución interior, espiritual, que nos permita construir una sociedad justa.
Condicionemos nuestro consumo y nuestro voto al cumplimiento de un código moral más riguroso y a la realización de reformas sistémicas (do ut des, facio ut facias). Endurezcamos nuestras exigencias, amenacemos con autoexcluirnos ó participar en el sistema político y económico de forma que peligren sus resultados económicos ó electorales, resistámonos pasivamente y fortalezcamos la conciencia moral de la sociedad civil, exijamos una reforma política esencial para que lo sea eficazmente económica, y una reforma civil de costumbres.
Por ello, y de forma paulatina hay que reformar lo que no funciona, consolidar en cambio lo que sí.
No funciona un gobierno que no pretende reformar porque no reduce, sino que conserva fiscalmente las estructuras del Estado, es decir, los privilegios de unos pocos. Es necesario que las exigencias políticas sean las de la elección personal de representantes, responsables en exclusiva ante sus votantes (mandato directo, personal e imperativo) y sean igualmente responsables ante un Poder judicial independiente, gobernado exclusivamente por los jueces.
Tan sólo por la ausencia de estos dos factores en España la Democracia no está consolidada, no existe nada más que formalmente. La Constitución es una norma a reformar en profundidad, ha demostrado a los españoles que el consenso no es más que la forma que tiene la oligarquía política de pactar con arreglo a su conveniencia y no con arreglo a lo que conviene al conjunto de los españoles. El consenso es fraude, pues trata de confundir a la sociedad, haciendo que su interés y acuerdos, que sólo ellos definen, sean identificados con los de todos. El Consenso es el fundamento moral de la Democracia formal, y el Bien común realizado a través del mandato imperativo, directo y responsable de sus representantes, el de la Democracia material.
No funciona un Libre Mercado en el que la responsabilidad no sea exigida por supervisores públicos (no se persiga ni se sancione ó se haga sólo a los pequeños), tampoco en el que los mercados especulativos sólo sean nominalmente controlados (vivienda y de valores) pero donde de hecho no se protegen los intereses del pequeño inversor sino sólo los intereses de los miembros de las corporaciones locales ó de las grandes corporaciones. No pueden existir mercados especulativos (de futuros y opciones) sobre la evolución de los precios de materias primas básicas, ni tampoco un mercado del crédito privado que sea gestionado con interferencia del poder político.
Si no se respetan las normas, lo mejor que puede hacer el pequeño inversor (titular mayoritario del capital agregado) es abstenerse de participar en ellos, lo cual sería un serio correctivo para las multinacionales y grandes corporaciones, que dependen del pequeño inversor para capitalizarse, y muchas de las cuales son responsables de la deslocalización industrial, la corrupción de gobiernos y la explotación laboral de millones de personas. A ellas, la responsabilidad exigida desde la ética traducida en Derecho y buena práctica en beneficio del pequeño inversor y de la sociedad.
En conclusión, el cristiano ha de discernir para descubrir la presencia de Dios en este mundo complejo en el que vivimos. Nos situamos ante una encrucijada: o lo que necesita este mundo es una revolución interna espiritual, de la que surge la necesidad de reconstruir reformando lo que hay, ó lo que necesita es que cambien otros, no todos, una revolución externa, de la que surge la necesidad de destruir para construir lo nuevo, ó no necesita hacer simplemente nada sino esperar a que descampe.
Por experiencia creo que Dios nos plantea los caminos más exigentes y difíciles, pero éstos son los auténticos.
Europa y España poseen una gran experiencia histórica. La Esperanza surge si concebimos que la Historia trascurre, y que sólo se repite por expresa voluntad de los Hombres. Los errores se suceden en la Historia, por eso avanzamos humanamente con lentitud, pero los aciertos la impulsan.
Cristo construye el Hombre nuevo reformando ó destruyendo al viejo, según su biografía, pero deja la construcción de la Historia a los Hombres, que es el resultado de la acción agregada de quiénes desarrollan ó malogran el plan de Dios para sus vidas.
De los cristianos europeos depende que esta crisis sea la oportunidad para que Europa alcance a ver que sus mayores errores contemporáneos provienen de la autosuficiencia sin Dios, de la increencia y de la descreencia, del afán desmedido por obtener poder, dinero ó satisfacción. Todo ello la ha sumido en una profunda depresión que debe hacerla reaccionar.
Digamos los cristianos lo que gusta y lo que no gusta escuchar, para liderar las transformaciones sociales que son necesarias y dificultemos a aquéllos que sólo dicen lo que queremos escuchar ó hacen lo contrario de lo que pregonan. Denunciemos la corrupción sistémica instalada en las estructuras y asimilada por una sociedad que la emula trágicamente. Creemos una opinión pública propia, significada socialmente, libre de complejos, y ajena a interés particular para resultar creíbles.
Toda conveniencia se traduce en convención y trasluce alianza o complicidad con la corrupción institucional. Históricamente las complicidades han resultado ser fatídicas para la Iglesia católica española. Liberalismo y marxismo son fatídicos socios para la defensa de la Misión de la Iglesia. Recordemos que la Iglesia se ha comprometido con un proceso de reformas, que resultarán difíciles, pero que fructificarán tarde o temprano porque existe una gran desgaste institucional y porque se ha purificado la vida cristiana. La Iglesia católica cuenta con una oportunidad histórica al aventajar a los poderes temporales en la implantación de reformas, lo cual redundará en una mayor credibilidad y en su mayor autoridad moral, que es justo lo que la sociedad civil necesita.
La Iglesia católica debe, porque está comprometida con reformas propias institucionales y morales, liderar la propuesta civil de terceras vías, impulsando así la Historia. La Iglesia católica española no debe temer la confrontación política ni económica, debe articular así su voz propia, no debe dejarse utilizar, y debe decir lo que piensa sobre los problemas económicos pues provocan enormes males morales, además de materiales. Debe en definitiva, ocupar una posición estratégica para lo cual ha de inspirarse en el espíritu y el doctrinario del Magisterio social del siglo XIX (crítico y mordaz con el liberalismo y el marxismo).
Los cristianos, titulares del legado del patrimonio espiritual de occidente, hemos de trabajar en la construcción de la memoria colectiva, recordando los errores del pasado, con humildad, porque todos hemos cometido errores, pero con un objetivo muy claro: las minorías radicalizadas no tienen la última palabra ni los dogmáticos de la Economía del Libre Mercado pueden seguir teniéndola.
Es el momento de hacer resurgir la memoria espiritual de los europeos, y de optar por terceras vías, pacíficas, lentas pero seguras. Es más difícil cambiar una forma de entenderse (la Cultura) que una forma de vivir, muy condicionada por las coyunturas históricas.
Ahora urge vivir de otra manera, urge vivir con el Espíritu. que es el mejor ariete contra las estructuras de pecado que confunden felicidad con prosperidad, plenitud con satisfacción, reacción con revolución, liberarse de las opresiones con librarse de los opresores.