Dejar a Dios ser libre y no tomar nuestros discursos e inevitables proyecciones sobre Él como la palabra última y definitiva; como si fueran dogmas intocados e intocables
(Jesús Martínez Gordo).- La discusión entre los llamados «nuevos ateos» y la teología (y, en concreto, «católica») frecuentemente gira en torno a la verdad y al método. Pero éstos, siendo asuntos importantes, no son los únicos. Más pronto que tarde, acaba apareciendo el problema de sus diferenciadas (y yuxtapuestas) cosmovisiones.
Es lo que califico como el debate dogmático. Una cuestión compleja, enfrentada, rica y, frecuentemente, ocupada en problemas de tanto alcance como «Dios» (¿fruto del deseo o activador del mismo?), la «realidad» (¿finita o anclada en la infinitud?), la «moralidad» (¿fundada en el egoísmo o en la solidaridad?).
La entidad y extensión de estas preguntas obliga a centrarse, por limitaciones de espacio y tiempo, en la primera de ellas: cuál es el fundamento de «Dios».
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