Basta analizar y comparar el discurso del Papa Francisco y los discursos de algunos obispos españoles para darse cuenta que lo uno dice y calla es completamente diferente a lo que otros dicen y callan
(Juan Pablo Somiedo).- Fue Saturno quien otorgó al dios Jano el poder para ver el pasado y el futuro y tomar así mejor sus decisiones. Por eso se le representa usualmente con dos caras. A veces pienso que los fieles católicos españoles y los no tan fieles deben vivir en un estado de confusión permanente.
Basta analizar y comparar el discurso del Papa Francisco y los discursos de algunos obispos españoles para darse cuenta que lo uno dice y calla es completamente diferente a lo que otros dicen y callan. Desde que subió a la sede petrina, el Papa Francisco se ha esforzado por inclinar la mirada hacia el interior de la propia Iglesia. Ha criticado a los curas que no cuidan del rebaño, a los que critican a los compañeros, a los que únicamente les importa su propio currículum, el carrerismo, la falta de humildad, etc.. En cambio, los obispos españoles no miran hacia dentro sino hacia fuera.
¿Qué critican los obispos españoles?. Pues esencialmente temas de moral como el aborto, los homosexuales, las relaciones fuera del matrimonio, el ministerio ordenando de las mujeres, etc. Se diría que para ellos todos los males que aquejan a la Iglesia están fuera de la institución y no dentro de ella. Así que, como el dios Jano, la Iglesia española tiene dos caras, la que representa el Papa Francisco mirando al futuro y la conversión y la que representa la jerarquía eclesiástica mirando al pasado y tratando de conservar sus ámbitos de influencia.
¿A qué responde esta particular disyunción entre lo que dice el Papa y lo que dicen los obispos españoles?. Principalmente a dos razones:
La primera es que el cardenal Rouco y la Conferencia Episcopal creada a su imagen y semejanza cree que ha llegado el momento de cobrar los servicios prestados al gobierno del PP. El cardenal sabe que será ahora o nunca y además quiere marcharse presumiendo de haber conquistado más terreno de influencia para la iglesia católica en la educación y en la moral social de la sociedad española. Pero se ha tropezado con dos inconvenientes no pequeños. En primer lugar, a estas alturas, el gobierno del PP encabezado por Mariano Rajoy Brey sabe que la base mayoritaria de los votantes de su partido no son conservadores sino liberales, un liberalismo que casa muy mal con la injerencia del Estado en todo tipo de cuestiones tanto económicas como de moral social. También sabe que todo lo que haga ahora en materia de moral social será solo un brindis al sol si después le toca gobernar con el apoyo de otras coaliciones políticas, que, exigirán cambiar algunas cosas para contentar a su propio electorado.
Pero hay otra dificultad añadida a ésta, y es que en Roma soplan nuevos vientos. Los cardenales que han elegido a Francisco sabían que había cuestiones cuya resolución no podía alargarse por más tiempo. Los pronunciamientos del nuevo Papa han hecho que el gallinero episcopal español esté más que alterado. Muchos de ellos saben que han llegado donde están, no por méritos propios, (muchos de ellos son tremendamente mediocres) sino por obra y gracia del cardenal Rouco. Y Rouco está situado en las antípodas del pensamiento del Papa Francisco así como de la línea casi-obligada que a partir de ahora va a seguir la Santa Sede en Europa.
Por otro lado, la sociedad española está cambiando y las prohibiciones y las regulaciones en temas de sexualidad por parte de la Iglesia ya no son escuchadas ni admitidas por casi nadie si exceptuamos algunos miembros de los grupos más conservadores como el Opus Dei o los Kikos. Las críticas arrecian desde todos lados y, mediante los medios de comunicación, son leídas casi simultáneamente en todo el planeta, incluida la ciudad eterna.
Las últimas declaraciones de algunos obispos no hacen más que poner en evidencia algo que la inmensa mayoría de los fieles ya sabíamos, esto es, la mayoría de nuestros obispos no saben analizar la realidad o no quieren y no están a la altura de las circunstancias por las que atraviesa este país. No es de recibo que mientras hay niños que sólo comen, con suerte, una vez al día y familias con todos sus miembros en el paro, estos señores se dediquen a criticar otras cosas y no a los verdaderos pecadores, muchos de los cuales, ocupan los primeros bancos en las iglesias y hacen casamientos por todo lo alto a costa de robar el dinero del contribuyente.
El meritorio basculamiento de la Iglesia hacia la caridad (mediante instituciones como Cáritas) no va acompañado por parte de la jerarquía de una lucha por la justicia social y la denuncia de las situaciones injustas por las que atraviesan muchos ciudadanos. El silencio de la jerarquía eclesiástica a este respecto es más que notable. Si en este país existiese verdadera justicia social muchos de nuestros políticos estarían ya organizando una timba en la cárcel y jugando al poker con los banqueros.
Sería deseable que hubiera otra alternativa u otro escenario menos severo, pero ya es demasiado tarde. Se trata de comenzar los cambios de manera controlada pero continua. A los movimientos conservadores se les pedirá que mantengan un perfil bajo para no obstaculizar los cambios necesarios, unos cambios que tendrán que aceptar lo quieran o no. Una vez bajado el telón y con Rouco retirado de escena, la jerarquía española tampoco va a ser un obstáculo. Seguramente se nombrarán nuevos obispos que equilibren la balanza en la Conferencia Episcopal evitando así males mayores. El futuro de la Iglesia española está en manos del Papa. Dejémosle hacer y recemos por él. Miremos más al futuro y busquemos nuestra propia conversión a Dios y dejemos de mirar al pasado buscando que los otros respeten el sábado. El sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado.