El problema de fondo es más la “mafia” de poder que la conducta sexual de una parte pequeña pero significativa del clero católico, que ha hecho promesa de celibato
(Xabier Pikaza).- Se venía diciendo desde atrás (y sobre todo se dice desde el 11.06) que hay un posible lobby gay que dirige ciertos hilos de la política del Vaticano (no de la Iglesia de Jesús, en su noble acepción ¡Dios me libre!). El problema, si es que tal lobby existe, no es el sexo (¡bendito sea!), sino un tipo de poder corrupto, que es el que debe desaparecer, salvando a las personas por amor, como hace Jesús con la prostituta de Lc 7, del domingo pasado).
Según la acepción más corriente, lobby (del inglés sala de espera) es «un colectivo con intereses comunes que realiza acciones dirigidas a influir ante la Administración a fin de obtener beneficios» a pra un grupo o sector de la sociedad. En principio, es bueno que haya lobbis (o lobbies), siempre que se sepa quiénes son sus participantes y qué quieren, dentro del diálogo de intereses, tendencias y grupos de toda sociedad (y en este caso del mismo Vaticano). Lo malo es cuando se hacen secretos, y apelan a medios «inconfesables», buscando intereses turbios, de tipo económico o personal (y para tapar posible «pecados»), en una línea que podría vincularse con la mafia (para situarnos en línea italiana).
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