Entre los "sabios y entendidos" había muchos clérigos y propusieron hacer un templo alrededor del árbol. Porque era evidente que aquello era un fenómeno divino que merecía veneración y control
(Jairo del Agua).- Aquellos aldeanos, que encontraron el solitario cerezo, se atiborraban de sus excepcionales frutos. Eran unas cerezas granates, lustrosas y enormes.
Aquellas gentes sencillas no solo disfrutaban de tan gratuito alimento, sino que aprovechaban la enorme sombra y la fortaleza del tronco para descansar.
La sorpresa surgió cuando se dieron cuenta que aquel enorme frutal florecía y fructificaba continuamente. No había razón para guardar el secreto. Había cerezas para todos los que quisieran cogerlas. Así que cada vez fueron más los lugareños que acudían a alimentarse de aquel asombroso árbol.
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