Entremos en los contenidos de fondo y no nos dejemos llevar por cuestiones secundarias, la degradación, el desencanto, la desesperanza y la desmoralización
(Carlos Osoro, arzobispo de Valencia).- Tenemos necesidad de pensar antes que repartir o maniobrar. Solamente pensando es posible superar actitudes totalitarias en todos los ámbitos de la existencia.
La vida me hace descubrir cada día con más horizonte, desde mi perspectiva de hombre de fe y adhesión a Jesucristo y a su Iglesia, que para superar los abismos en los que, muy a menudo, nos metemos los seres humanos, son necesarias dos cosas: por una parte, no perder la confianza en proyectos de vida comunes realizados en medio de la historia en la que vivimos, y, por otra parte, no perder tampoco la confianza en la fuerza de la fe y en su expresión católica como realidad dignificadora de toda la historia de un pueblo a través de los siglos y, también, como fuerza fecundadora de la vida personal y de un destino con sentido y con verdad en el futuro.
El Evangelio del domingo pasado nos presentaba la misma pregunta que nos sigue haciendo Nuestro Señor Jesucristo a todos nosotros: «¿Quién decís que soy Yo?». Es una pregunta importante, pero mucho más es la respuesta que demos, pues en ella están, también, las respuestas que aportamos para seguir pensando en nuestra historia y en todo lo que hacemos en la construcción de la convivencia entre nosotros. Para responder a esta pregunta que nos hace el Señor, necesitamos ponernos ante su mirada y escuchar desde lo profundo lo que Él nos dice, que en el fondo es ¿quién soy Yo para ti? ¿Qué lugar ocupo en tu vida? ¿Realmente ocupo el centro de ella? ¿Digo con todas las consecuencias como Pedro: «sólo Tú tienes palabras que nos hacen vivir?» Como podéis comprender, responder vitalmente a esta pregunta: «¿quién decís que soy Yo?», supone responder a otra pregunta más decisiva que es ésta: ¿para quién vivo yo? ¿De verdad vivo para quien es la Luz verdadera en el camino de los hombres y me propongo dar a conocer esta Luz a todos los que encuentro en mi camino, sin imponer nada a nadie? ¿Vivo solamente haciendo la oferta de Nuestro Señor Jesucristo, que nos sitúa siempre a todos los hombres ante la verdad que hace posible que nos entendamos y que convivamos los hombres?
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