Los oropeles del Vaticano son excesivos, la única vez que Jesús fue aclamado fue cuando entró a Jerusalén y le recibieron con los ramos
(Jesús Bastante).- «Las instituciones de la Iglesia no tienen confianza en el seglar, son muy proclives a la sotana y tienden a buscar gente sometida o sometible». Santiago Chivite es un maestro y un amigo. Fue director de la revista Reinado Social y trabajó en la Oficina de Comunicación de la Conferencia Episcopal. Ha estado muchos años también en el Departamento de Comunicación del Ayuntamiento de Las Rozas, y ahora, ya jubilado, acaba de publicar un libro titulado «Seminarista«.
«De mi época de seminarista sólo siguió el 10% de los que habíamos empezado, había mucha caída de vocaciones», cuenta el autor, repasando una etapa de su vida.
Por último, opina que «había tal resplandor mediático alrededor el Papa que a veces era difícil mirarle a los ojos, pero creo que Francisco ha apagado muchas bombillas«.
«La batalla mediática del Papa Francisco parece ganada», añade Chivite, «ahora vamos a ver qué pasa con la batalla profunda, la de las correcciones internas».
Has estado a los dos lados de la trinchera del periodismo: Buscando información y dando (o reteniendo) la información. ¿Cómo crees que está el panorama de la comunicación, y en concreto de la comunicación religiosa?
Pobre, muy pobre porque yo creo que las instituciones de la Iglesia no tienen confianza en el seglar. No se dan cuenta de que un seglar que conozca los medios es la mejor manera, el mejor puente para llegar a ellos. Entonces, son muy proclives a la sotana. La tendencia es a buscar gente sometida o sometible. Sin embargo, el seglar entiende la institución y la quiere (cualquier institución en la que uno trabaje como jefe de prensa tiene que ser querida, yo al menos no sé vender nada en lo que no crea). Y entonces, no se apoyan en el seglar, que es quien les puede llevar.
Esa fue la experiencia que intentamos en su momento con la Conferencia Episcopal. Yo fui prácticamente el primer seglar que entraba a los plenos. De hecho, el primer pleno al que entré lo pararon, de tan sorprendidos que se quedaron los obispos de ver ahí a un hombre con corbata. Me tuvo que pedir el obispo secretario de entonces que saliera un momento, para explicarles a los obispos que había un jefe de prensa seglar.
¿Ese miedo al seglar no nace del sentimiento de los obispos de que ellos (solos) son la Iglesia?
Yo creo que la Iglesia tiene un gran complejo de inferioridad en cuanto al modo de presentarse hacia el exterior. Yo le decía al secretario de la Conferencia: «El mensaje de la Iglesia es absolutamente fantástico e incluso es moderno. Vamos a contarlo bien, sin complejos». Si ustedes quieren decir no al aborto, díganlo con elegancia y con respeto. Si quieren decir que la misa es el acto principal religioso, de constante repetición, díganlo. Si tienen que proclamar lo que el Evangelio dice, proclámenlo. Pero sin agresividad, con tranquilidad, y en todo lugar y en todo sitio. Pero mi experiencia no duró más que un año.
Se han cumplido los 100 días del pontificado de Francisco. ¿Cómo viviste su nombramiento?
Estaba pegado a la tele, viendo de cadena a cadena, siguiendo despacio qué es lo que estaba pasando. Y cuando salió este hombre que si te das cuenta tiene un andar torcido, sudamericano, etc., y que empezó a hablar con tranquilidad, sin excesos… Me gustó su primera imagen. Y lo que siguió fue en esa misma línea. La batalla mediática parece ganada. Ahora vamos a ver qué pasa con la otra batalla, la profunda, la de dentro. La de recortes y correcciones.
Creo que es un Papa que ha apagado muchas de las bombillas que había alrededor venga a iluminar. Había tal resplandor mediático que a veces era difícil mirarle a los ojos. Pero este hombre ha apagado muchas luces con sus toques de sencillez, de naturalidad y de normalidad.
¿Supone esto que el misterio y la mística del Papado y la Santa Sede se mundanizan un poco?
Yo prefiero que se mundanice. Los oropeles eran excesivos, y además nada de eso está en el mensaje evangélico de Jesús. La única vez que Jesús fue aclamado fue cuando entró a Jerusalén y le recibieron con los ramos, pero nada más. El maestro no haría eso. Yo creo que si volviera aquí cogería un par de cuerdas y daría unos cuantos latigazos en el templo actual.
¿Quizá se daría la vuelta y buscaría su camino por otro sitio, como están haciendo muchos bautizados?
No sé. Yo creo que la Iglesia puede reformarse y combinar un cierto prestigio y una cierta presencia (tampoco va a ir el Papa con vaqueros por ahí…) sin olvidar quién es: el sucesor de Pedro, aquél al que le entregaron el gobierno espiritual de la Iglesia. Y ya está. No tiene que llevar tanto crucifijo de oro ni tanto anillo ni tanto coche. Tiene que llevar un servicio de seguridad, como es normal. Gandhi llevaba un servicio de seguridad brutal, por mucho que fuera un hombre que intentara hacer de la sencillez su vestimenta. Con el Papa pasa igual, pero hay que bajar. Y hay que ir a lo esencial, que es el mensaje, el Evangelio.
¿No ha perdido el Evangelio si capacidad de dar respuestas actualmente, incluso en estos tiempos de crisis?
Sin ninguna duda sigue dando respuestas. Cuando estuve en la CEE siempre decía que había muchas cosas que contar del Evangelio. A ver qué ONG dice «amaos los unos a los otros». El cristianismo lo dice desde hace miles de años. ¿Y quién demuestra mayor aprecio a la mujer? El Evangelio tiene cantidad de perfiles y de contenidos que son perfectamente modernos. Solamente hay que contarlo. Con alegría, con buenos modales y con humildad.
¿Tiene algo de biográfica tu novela? ¿Es una especie de recorrido vital, al menos por una etapa de tu vida?
«Seminarista» es la historia de un niño de 10 años que hasta los 21 está en un seminario, porque en la sociedad de aquel momento iban los religiosos por las escuelas y les preguntaban a los chiquillos si se querían ir de frailes. Entonces los niños preguntaban que qué era eso, y les decían que se bañarían en la piscina y que jugarían al fútbol… Uno no sabía si tenía vocación, pero los frailes decían «primero te formas, eso ya lo verás más tarde». Y yo me apuntaba a todos. Mi madre se quejaba porque en una semana le llevaba a casa a cinco frailes distintos: los dominicos, los jesuitas… Al fina me fui con los paúles, porque las Hijas de la Caridad (que son su rama femenina) estaban en el pueblo.
Yo era monaguillo, venía de familia católica, mi padre mismo había estudiado tres o cuatro años con los paúles… Era una cosa bien vista, y había una tendencia a probar. La proclividad partía de la bondad general, y de que podías estudiar por muy bajo precio, prácticamente por nada.
¿Cómo eran los seminarios en España en los años 60?
Yo entré en el 58, y del franquismo no me acuerdo. Me acuerdo de las construcciones infinitas, de los edificios grandes, de los campos de fútbol… Estábamos casi 180 chicos de cuatro cursos distintos, así que la vida tenía que ser muy ordenada. Se pasaba mucho frío cuando hacía frío, mucho calor cuando hacía calor, y siempre mucha escasez. Las comidas eran muy pobres, los sacos de judías o de garbanzos venían con piedras. Y eso que en Navarra la escasez no era tanta como en Castilla. Pero tampoco hacíamos aspavientos. Estábamos ahí todo el año recogidos y en verano nos íbamos a casa. Como era tan normal entre los chicos, te veías similar a los otros. Además, éramos casi una élite. Los chicos del pueblo que se iban a estudiar fuera tenían un gran prestigio en el pueblo. No nos llamaban seminaristas, sino estudiantes.
¿Cómo fue evolucionando tu vocación y tu formación a lo largo de ese proceso?
Cuando entré no sabía ni a dónde iba ni qué iba a hacer, pero fui viendo poco a poco. Estudié todo el bachiller en el seminario, dos años de noviciado y tres de filosofía. Luego me salí, antes de comenzar los cursos de teología.
Todo fue bien para mí, con los normales problemas con los compañeros, fobias a los frailes más estrictos… Lo normal. Lo que quizá fue más duro para mí fue el noviciado, porque me entregué de manera absoluta a lo que se llama el «plan espiritual». Me tocó un maestro de novicios muy triste, un hombre que se basaba mucho en el castigo y en la represión: ponerte de rodillas, humillarte, hacerte ver que las acciones habituales que hacías eran para significarte (por ejemplo, que si te limpiabas los zapatos era para presumir)… Para mí es fue un gran conflicto, porque acciones naturales eran interpretadas con mal tono, y como aquel hombre tenía prestigio para nosotros, terminábamos por pensar que lo que decía era verdad. Entonces, teníamos unas crisis personales brutales. Si no fuera por los compañeros, aquello hubiera sido tremendo.
¿Hubo casos de abusos en tu seminario?
Para nada. En grupos humanos masculinos tan numerosos que conviven tanto tiempo, me imagino que habría algunas tendencias, atracciones… Pero yo no me enteré de nada. Tampoco vi que se le pegara a nadie.
Yo creo que dejé el seminario porque, cuando empecé a estudiar filosofía, comenzó para mí la gran época del pensamiento libre. Teníamos acceso a mucho libro, a mucha crítica, seguíamos el Concilio… Y lo que me impulsó a dejar el seminario fue que a los sacerdotes que habían pasado ya por todo el proceso por el que yo debería pasar, los veía demasiado funcionarios, demasiado poco comprometidos. No veía la electricidad de la emoción ni de la fe en ellos. Les veía dar sus clases sin la fuerza que tuvo el fundador San Vicente de Paúl, un hombre que no se acomodó precisamente a lo que había.
¿Es duro darse cuenta de que el camino que llevas siguiendo diez años no es el tuyo?
Sí, sobre todo porque yo temía decepcionar a muchas personas. Yo creo que mi madre tuvo más vocación que yo, y temía decírselo a ella, que era una católica ferviente. Eso me hizo aguantar un tiempo más, consultar, analizar… Fue lo que más frenó mi salida. Pero yo sabía que ese tipo de vida no estaba hecho para mí.
¿Sabes cuántos compañeros de la época continuaron?
Siguió el 10% de los que habíamos empezado. Había mucha caída de vocaciones.
¿Cómo termina el libro?
Termina cuando me hice novio de mi actual mujer. Cuando nos salimos de los curas, muchos nos seguimos viendo. Yo empecé a estudiar Derecho y luego me pasé a Periodismo. Paseábamos los domingos por la zona de Moncloa, y no nos dábamos cuenta de la vida en forma de faldas que pasaba a nuestro alrededor. Seguíamos hablando de Kant, del acto y la potencia… Teníamos cierta apatía. Pero yo conocí a mi mujer y me enamoré enseguida.
La verdad es que los paúles eran una congregación muy abierta. Con el tema del amor no presionaban, te decían que no hicieras los votos hasta que no estuvieras seguro. Alguno los hizo casi a punto ya de ordenarse.
¿Seguís juntos?
Sí, muchos años después. Ya fuimos padres y hemos sido abuelos, y sigo entendiendo que lo que tengo delante de mí es el mayor premio de la vida.
¿Dónde podemos encontrar el libro?
En la librería La Milagrosa
Otros titulares:
-Las instituciones de la Iglesia no tienen confianza en el seglar
-La tendencia de la Iglesia es a buscar gente sometida o sometible para trabajar para ellos, son muy proclives a la sotana
-La batalla mediática del Para Francisco parece ganada, ahora vamos a ver qué pasa con la batalla profunda, la de las correcciones internas
-Había tal resplandor mediático alrededor el Papa que a veces era difícil mirarle a los ojos, pero creo que Francisco ha apagado muchas bombillas
-Los oropeles del Vaticano son excesivos, la única vez que Jesús fue aclamado fue cuando entró a Jerusalén y le recibieron con los ramos
-De mi época de seminarista sólo siguió el 10% de los que habíamos empezado, había mucha caída de vocaciones