Un paso posterior, que quizás no tome el actual Pontífice, sería reintegrar en el ministerio a los que un día recibieron la ordenación sacerdotal y después se secularizaron para poder contraer matrimonio
(Josemari Lorenzo Amelibia).- Seguí con ilusión y con detalle el cónclave del 2005. Después vino mi enfermedad y este largo paréntesis. Hacía mis quinielas como todo el mundo, y creo que al que menos de los papables deseaba era a Ratzinger. Y salió, pero mi reacción fue rápida.
He recordado enseguida lo de San Ignacio de Loyola cuando se disgustó en el nombramiento de Juan Pedro Carafa, (el fundador de los teatinos junto con San Cayetano) con el nombre de Paulo IV. Era también muy rígido. A San Ignacio le costó un cuarto de hora asumir con gozo al nuevo Papa. A mí, menos. Tal vez porque tenga que perder menos que San Ignacio. Creo que llevará bien a la Iglesia.
Además gustaron las primeras palabras del Papa, Benedicto XVI, antiguo cardenal Ratzinger. Se denominaba como sencillo siervo de la viña del Señor. Bueno, un poco exageradas, porque no era un culqueira, pero me valen. Y se le ve en su porte externo también manso y sencillo. Me uno a la Iglesia de Jesucristo representada por Él. Lo encomiendo al Señor, lo acepto con gozo, porque la Providencia lo ha dispuesto así. Recuerdo aquellas palabras que pronunció humanista Eneas Silvio Picolomini al ser nombrado Papa cuando dijo: «Aeneam rejicite, Pium recipite». Y las aplico al actual Pontífice con alegría y esperanza.
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