Sólo la utopía abrirá brechas en los muros, superará las contradicciones de lo existente y nos mostrará nuevas posibilidades de plantear la vida
(Avelino Seco).- El Papa Francisco nos ha traído un regalo excelente: facilitar que el soplo del Espíritu ventee el maquillaje ideológico que, con frecuencia, oscurece la llama de Jesús de Nazaret, el Cristo, que la Iglesia debe mantener encendida.
Al referirme a una nueva visión de Iglesia lo hago en un doble sentido: la Iglesia va teniendo una nueva visión de las personas y estas, a su vez, van teniendo una nueva visión de la Iglesia.
El título de un libro que publiqué hace cuatro años era: Utopía frente a recreación del pasado. Dos visiones de Iglesia. En él planteaba que una Iglesia aprisionada por ideologías, de puertas cerradas, con miedo a contaminarse con el mundo, predominaba, en aquel momento, sobre una Iglesia impulsora del presente hacia la utopía esperanzada de una realidad mejor que está por venir.
En este momento un gran número de hechos y palabras responden a una nueva visión de Iglesia: Francisco amante de la calle y el viaje en autobús; el Obispo que hace la comida y se lava la ropa en Buenos Aires; el buen pastor, con olor a oveja, que se queda a cuidar al sacerdote que está sólo y enfermo; el recién elegido Papa que va a pagar la factura de la Residencia donde se había alojado en Roma; el hombre que mira de frente, ríe a carcajadas e intenta romper barreras que impiden el contacto directo.
¿Son simples anécdotas bonitas y tiernas de un hombre bondadoso? También, pero no sólo. Hay algo que está influyendo poderosamente en esta nueva mirada de la Iglesia al mundo y del mundo a la Iglesia: el partir de la vida, el mirar los hechos de frente sin analizarlos a partir de una ideología que tiene el peligro de deformar la realidad y legitimar interesadamente formas de organización poco saludables. Se mira la vida sin cristales oscuros ni orejeras previas. La vida predomina sobre la doctrina
Pero, ¿se puede vivir sin una ideología, hecha doctrina, que sustente y de forma a la realidad concreta y cambiante?
La ideología es un producto social necesario. El hombre es un ser en incesante devenir, abierto; pero, para evitar el continuo vértigo de lo nuevo, necesita un armazón que le dé seguridad. La ideología ofrece unas normas, una organización, unos valores; tiene una función estabilizadora; tiende a legitimar los sistemas de autoridad que salvaguardan lo existente; pero tiene el peligro de caer en la simulación y el engaño al intentar mantener la identidad de grupo y mantener, a toda costa, las formas de poder que vertebran y, a veces, «momifican» la organización social; se llega a considerar que es natural e inmutable lo que es puramente cultural; se intenta que aparezcan como intereses generales los que son intereses de unos pocos; las tradiciones, hechas normas, pretenden ser más fuertes que el espíritu del evangelio, un evangelio encorsetado por interpretaciones contingentes y estrechas que tienen la pretensión de ser definitivas.
Necesitamos ideología, siempre estará presente donde haya personas que se organizan; pero, para no disecar el fluir creativo que nos hace personas, es imprescindible estar abiertos a los hechos concretos de vida, partir de la realidad; tenemos que recuperar el pensamiento utópico empujado por el deseo de una vida más digna y justa. Sólo la utopía abrirá brechas en los muros, superará las contradicciones de lo existente y nos mostrará nuevas posibilidades de plantear la vida.
Estas son, a mi modo de ver, las claves que explican las palabras cálidas, los gestos estimulantes y las continuas llamadas a salir, a ponerse en marcha, a una pastoral de las periferias. «Quiero que salgan a la calle, armar lío, quiero que la Iglesia salga a la calle», decía Francisco a los jóvenes en Río.
¿Por qué se habla menos de relativismo, nihilismo, laicismo, hedonismo, ateísmo y otros muchos «ismos»; y se habla, con más concreción, de que los corruptos son el anticristo porque son adoradores de sí mismos; de la necesidad de una Iglesia pobre, de no tener aires principescos; de que los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo o la represión, sino por la situación de extrema pobreza?
Partir de la vida, ver sin prejuicios la realidad, es necesario, aunque no suficiente; hay que hacer un juicio apropiado dejándose llevar de la radicalidad del evangelio y la ayuda de técnicas humanas apropiadas para no quedarse en una conciencia ingenua y luego actuar yendo a las raíces. En este actuar sería bueno tener en cuenta al famoso político italiano Alcides de Gasperi; él, haciendo un comentario a la encíclica Rerum novarum, recuerda algo que escuchó más de una vez en su adolescencia: «sea bueno usted, sea bueno yo, seamos buenos la mayoría y será bueno el mundo». Y comenta: «Quienes opinaban de ese modo no comprendían que la sociedad no es la simple suma aritmética de los individuos.» No basta con el cambio personal, es necesario también el estructural. Tarea ardua queda a Francisco y nos queda a todos; pero hemos comenzado un buen camino.
Las diversas concepciones de Iglesia, las diversas escuelas teológicas no están exentas de adherencias ideológicas. Por eso termino con este bello y sugerente texto de la teóloga Elisabeth Schüssler: «Ambos modelos de Iglesia, el de sumisión y subordinación, característico del imperialismo romano, y el del pueblo peregrino de Dios, están presentes en la Escritura y enraizados en la tradición. En esta lucha acerca del futuro de la Iglesia católica, entendida, o como discipulado de iguales, o como encarnación de un Gran Inquisidor, tiene un papel importante que desempeñar la teología como crítica de la ideología.»