A los jóvenes les ha dicho que armen "líos"; a los obispos que no actúen como príncipes, y a toda la Iglesia que abandone viejos clericalismos y deje de mirarse a sí misma para lanzarse a la calle al encuentro de la gente
(Pedro Miguel Lamet).- Después de su primer gran viaje y sobre todo tras su sorprendente y espontánea rueda de prensa en el avión, cabe preguntarse si el papa Francisco ha dado ya pasos reales hacia un pontificado de cambio, o si su trayectoria se reduce a significativos gestos simbólicos de gran fuerza popular y mediática, pero nada más. Si hay algo más allá de sus sonrisas, cambio de vivienda y zapatos, coches menos ostentosos y cercanía visible a la gente en el lenguaje y el contacto físico sin plástico antibalas.
La respuesta más genérica es que sí. Su lenguaje no sólo revela populismo y una aproximación a la terminología actual, por la que afortunadamente se entiende a la primera. Contiene un elemento de ruptura que sacude las conciencias y puede suscitar un despertar interior y una nota específicamente nueva: arropar su mensaje optimista, alegre y positivo. Se diría que ha cambiado los continuos palos, condenas y advertencias a los que estábamos acostumbrados, por caldear los ánimos, zarandear a los fieles y roturar un camino hacia horizontes de esperanza.
A los jóvenes les ha dicho que armen «líos»; a los obispos que no actúen como príncipes, y a toda la Iglesia que abandone viejos clericalismos y deje de mirarse a sí misma para lanzarse a la calle al encuentro de la gente.
Pero además ha comenzado a abordar aspectos doctrinales, en los que la jerarquía católica se había movido desde Juan Pablo II en una suerte de involución revisionista del Concilio y en una predicación del «no» sistemático, con una obsesión dominante por atajar los pecados sexuales con cierto olvido de la moral social y económica.
Se dijo, tras la sorprendente elección de Bergoglio, que el cardenal elegido para ocupar la sede de Pedro era un prelado con una preocupación capital por los pobres, pero conservador en la doctrina. Evidentemente no es un rupturista radical. Su revolución apunta al descalabro interior que provocan las bienaventuranzas, no un corte con la tradición católica, sino contra el salvajismo egoísta que ha instaurado en nuestro mundo la economía de mercado.
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