Una visión crítica de la actualidad católica

«¿Tradicionalismo o reformismo?»

"Los efectos (y no los efectismos) se verán próximamente"

"¿Tradicionalismo o reformismo?"
De Benedicto XVI al Papa Francisco

Lo acontecido en estos meses ha sido la eclosión pública de un conflicto que dura ya décadas entre las élites eclesiales inmovilistas y las reformistas

(Ángel Manuel Sánchez)- Lo acontecido en la Iglesia Católica en los últimos meses puede provocar emociones, conmociones y sentimientos enfrentados entre los católicos. Hemos asistido emocionados a la renuncia de un Papa (hecho verdaderamente revolucionario) y a la elección de otro que no deja indiferente a nadie (y su impronta de jesuita tiene mucho que ver). Todo ello nos ha sumergido en un torrente emocional que exige una reflexión.

Como ya se ha observado, los efectos, y no los efectismos, del actual imperio pontificio deberán constatarse en los próximos meses con la reforma de la curia, que es una necesidad y un objetivo vivamente reclamado por el Pueblo de Dios en su inmensa mayoría. Pero me parece a mí que más fácil será que me nazca un tercer brazo o que a las ranas les salga pelo que la curia vaticana se convierta en una especie de comisión gestora de la Hermandad de la Virgen de los Dolores.

Objeto a aquellos que confunden cambio de estilo con cambio doctrinal, pues ningún Papa posee la potestad de modificar el contenido doctrinal de nuestra Fe, aunque todo Papa sí puede transmitir este contenido conforme a su estilo personal (puede y debe).

Personalmente creo que es más revolucionario que un Papa renuncie, que el nuevo Papa suponga todo un contraste con los estilos tradicionalmente observados en los últimos pontífices. No hay revolución en esto último, sino más bien, personalismo marcado y diferenciador.

No tenemos a un Papa políglota ni a un erudito, tenemos algo bien distinto, y ello es buena muestra de que en la Historia del Cristianismo, éste siempre ha sobrevivido a las crisis y a los momentos de dificultad gracias a su extraordinaria capacidad de adaptarse a los tiempos. Francisco es un Papa enormemente mediático, pero ello no impide que nuestra Iglesia y nuestra Fe sigan siendo aún hoy nicenoconstantinopolitanas, que nuestra Eucaristía sea la presencia viva de Cristo intemporal, y nuestras comunidades, la presencia siempre imperfecta del Reino de Dios en la Tierra.

Confundir cambios con transformaciones esenciales tras 2000 años de historia del Cristianismo resulta cuanto menos vehemente. No dejaremos de ser católicos con Francisco, ni tampoco dejaremos de ir a la parroquia que nos apetezca ni dejaremos de rezar el rosario ó juntarnos en oración sentados en el suelo o de rodillas, ó tocar la guitarra ó el órgano, tampoco dejaremos de asistir a la misa ordinaria ni a la extraordinaria.

Por ello, vengo a advertir que no confundamos cambios con revoluciones (revolucionario fue Benedicto XVI con su renuncia no Francisco con su estilo). Lo acontecido en estos meses ha sido la eclosión pública de un conflicto que dura ya décadas entre las élites eclesiales inmovilistas y las reformistas, y que lleva suponiendo un continuo escándalo para los pequeños y mayoritarios miembros del Pueblo de Dios que llevan reaccionando frente a estas disputas con conformismo, inconformismo ó indiferentismo.

Resulta falaz confundir estas actitudes con las de tradicionalistas y progresistas, ¿porque alguien duda hoy día de que el tradicionalismo ó el progresismo no son más que excusas para justificar intereses creados cuando nos referimos a personalidades eclesiásticas ó a personalismos eclesiales?. ¿Clasificamos a los santos en tradicionalistas ó progresistas? ¿Nos atreveríamos a encasillar a Jesucristo como tradicional ó progresista? Jesucristo es el Hijo de Dios vivo y no fue ni sacerdote ni fariseo, fue un inclasificable escandaloso e incómodo para los inmovilistas, y frustrante para los reformistas. Y de esto, precisamente se trata, de que el auténtico cristiano resulte ser un escándalo para unos y una frustración constante para otros, y siempre un testimonio veraz de la presencia de Dios entre nosotros, presencia siempre incómoda porque descubre mezquindades y esquemas instalados en todos.

Nuestro pontífice es un pastoralista eficiente y de contrastada experiencia, y su diagnóstico de la realidad de nuestras comunidades es acertada. La Iglesia si quiere promover la acción del Reino de Dios en esta Tierra tiene que mirarse de otra manera, tiene que abandonar su miedo al mundo y abordar sus problemas internos. Ni el mundo es tan malo como imaginamos ni nosotros tan buenos. Ha resultado evidente en todo lo que ha pasado, que dentro de la Iglesia también se producen actos que denigran la condición humana y que ella misma participa de las estructuras de pecado existentes en el mundo. Participamos de la misma cultura que no nos cansamos de criticar mordazmente.

No se trata tanto de plantar batalla en campo abierto a la cultura actual como de liberar a cada ser humano individual y personal de las esclavitudes y dependencias a las que se ve encadenado fatalmente. La Iglesia debe interpelar a cada ser humano con una palabra directa y personal. No se trata de dialéctica, muy buena para las aulas y los grandes debates, se trata de comunicar la profunda experiencia liberadora cristiana con ejemplo y sencillez, y en este sentido, creo que este Papa colma las exigencias temporales.

Los jesuitas me enseñaron que la libertad es una experiencia de liberación interior, pues no somos más libres porque optemos sino porque nos desprendemos. No se trata de ir en contra de nadie sino de ir hacia la esencia misma de cada persona, y en esto el Papa sigue el camino de sus predecesores fielmente. Un cambio de lenguaje no supone un cambio de contenidos ni tan siquiera de sentido, supone un acto de humildad, de caridad, de amor y de respeto a quienes viven alejados de la Fe ó a quienes no se conforman con una Fe no auténtica. Supone hablarle directamente a la Persona e introducirle en un mensaje liberador para lo cual es totalmente necesario despertar su conciencia crítica.

Si esperamos un mundo mejor, una Iglesia mejor, un Reino de Dios vigente, debemos centrarnos en las personas. El auténtico cambio proviene de despertar la conciencia crítica en cada ser humano para que los cambios que esperamos se produzcan de dentro hacia fuera, que es la forma de proceder cristiana y la premisa válida para que el Reino de Dios pueda convertirse no sólo en una realidad personal sino también en una realidad social.

En esta suprema Misión, la Iglesia debe ejercer un liderazgo moral en la sociedad civil, debe constituirse en un referente moral prestigioso, y para ello debe salir de sí misma y exigirse una actitud personal y comunitaria ejemplar y también más sencilla, con menos artificios. Es decir, los cristianos debemos abandonar prejuicios y miedos. Si somos auténticos, seremos referencia en una cultura donde la falsedad y la pantomima están sentenciadas.

Hay muchas formas de decirle a alguien que yerra, y sólo una forma para que te escuche: palabras sencillas y claras, llenas de sentido común y un buen ejemplo que las respalde. Éste era el estilo de Jesucristo. La respuesta que damos a Dios constituye la continua lucha espiritual de cada ser humano.

En nuestra cultura existe un pobre encuentro personal con Dios, y sin encuentro personal la lucha espiritual se convierte en un infierno, donde la persona vive su cruz sin Cristo, vive su sufrimiento sin sentido alguno. Por ello, la Iglesia debe cuestionarse periódicamente su forma de relacionarse con esta cultura, debe revisar sus métodos y discursos y lo que es más exigente, su estilo. ¿Para convertirse en una Iglesia guay? No, para ser una Iglesia más auténtica, donde se vive la Fe sin complejos, sin miedos, sin incoherencias mayores y sin rarezas, con simplicidad y con alegría. Para ello debemos experimentar vivamente el Amor de Dios, y su Perdón, que redime al ser humano y le hace relacionarse de otra manera con sus semejantes. Fomente la Iglesia en sus hijos la experiencia de Dios, fuente por excelencia para su conocimiento.

Si alguna crítica merece el presente Papa es que es jesuita, y acabará frustrando a todos, incomodando a inmovilistas instalados en la corrupción ó en la vida cristiana aburguesada y a la defensiva, y frustrando las expectativas de otros empecinados en convertir el cristianismo en otra cosa, en una especie de utopía teísta y filantrópica. Sin embargo este Papa gusta mucho al común de los cristianos (los inclasificables e indiferentes a las guerras intestinas), y a los alejados. Es el hombre adecuado, con una cruz sobre sí enorme. Seguramente será un Papa mejor entendido fuera de la Iglesia oficialista que dentro de ella, con mejor acogida fuera que dentro, con más padecimientos dentro que fuera. Es el hombre capacitado para encabezar un liderazgo secular y mediático, audaz en la palabra y en la acción, que no deja indiferente, muy esperanzador para un mundo muy secularizado pero no tan deshumanizado como muchos imaginábamos, presto a escuchar a quien habla con sentido común y predica con el ejemplo. Ni más ni menos.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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